AMÉRICAS

Colombia ve una oportunidad en la marihuana, después de décadas de combatirla

Durante años, Blanca Riveros ha tenido la misma rutina: después de preparar el desayuno y llevar a su hijo a la escuela, se dirige a casa con un bolsa grande de basura llena de marihuana.

Poda las plantas y las deja listas para los narcotraficantes colombianos. Después de la escuela, su hijo le ayuda a podar más.

El negocio era supervisado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), el grupo guerrillero más grande del país que dominaba la región, controlaba el cultivo de drogas e incluso fue acusado a nivel internacional de traficar miles de millones de dólares en sustancias ilegales. Sin embargo, cuando el gobierno firmó un acuerdo de paz con los guerrilleros el año pasado, el Estado llegó y reclamó esta localidad montañosa y amenazó con eliminar el cultivo de drogas.

“¿Cómo voy a alimentar a mi familia?”, se preguntó Blanca. Pero ahora surgió una opción inesperada: producir marihuana con el permiso del gobierno.

Con el aval gubernamental, una empresa canadiense llamada PharmaCielo busca cultivar drogas de manera legal en Colombia, y está contratando empleados.

Es un experimento poco ortodoxo en Colombia, lo que enfatiza la cambiante actitud de la región frente a las políticas hacia las drogas tras décadas de combatirlas.

Colombia ha recibido miles de millones de dólares de Estados Unidos para ayudar a erradicar al tráfico de drogas. En las próximas semanas, el gobierno colombiano dice que comenzará a tramitar licencias para un pequeño número de empresas, entre ellas PharmaCielo, según una ley de 2015 que permite el cultivo de marihuana medicinal.

En lugares como México y Afganistán, los planes de sustitución de cultivos generalmente se basan en convencer a los campesinos de que dejen de tener cultivos ilícitos y se cambien a la agricultura comercial. La amapola se remplaza con trigo; la hoja de coca, con café.

Pero no es común que un país asuma la gestión de una droga ilegal que estaba bajo el control  de una organización criminal para intentar remplazarla con la producción legal del mismo cultivo. Y mucho menos que lo venda una corporación.

“Aquí tenemos una oportunidad completamente nueva”, dijo Alejandro Gaviria, ministro de Salud y Protección Social de Colombia, cuya entidad está encargada de emitir las licencias.

Tras décadas de esfuerzos por parte de Colombia para convencer a quienes siembran drogas a sustituir sus cultivos, se toparon con un obstáculo, dijo Gaviria. Los agricultores generaban menos dinero, el desarrollo rural retrocedió y algunos campesinos simplemente volvieron a cultivar drogas.

“Ha sido un fracaso total”, dijo el ministro.

Ahora, argumentó Gaviria, las drogas legales podrían convertirse en una importante herramienta económica para la Colombia en posconflicto.

Más de 220.000 personas fueron asesinadas durante los 52 años en que las Farc estuvieron en guerra contra grupos paramilitares y contra el gobierno; en algunos lugares incluso desplazaron por completo al Estado. Según expertos y funcionarios colombianos, los grupos guerrilleros comenzaron a producir narcóticos durante las últimas décadas y financiaron el conflicto mediante impuestos a la marihuana y la cocaína.

Ahora la lógica es: ¿qué pasaría si esas ganancias van directamente a manos del gobierno y los agricultores?

También hay un tercer actor que obtendrá grandes ganancias a partir del negocio legal: la empresa canadiense PharmaCielo. Otros, incluida una compañía colombiana, están en busca de licencias, pero PharmaCielo es la más importante al momento de impulsar el cultivo en zonas antes controladas por las Farc.

Establecida en 2014, mientras la ley sobre marihuana medicinal apenas tomaba forma, la compañía ya está probando cepas de marihuana más potentes que las controladas por los guerrilleros. Entres sus directores están antiguos ejecutivos de Philip Morris y Bayer. La empresa ve un futuro en el que la industria legal de las drogas sea controlada por el mismo tipo de corporaciones multinacionales que la guerrilla buscaba expulsar del país.

En CorIGNORE INTO, ubicado en el departamento del Cauca, la empresa ya firmó un acuerdo con una cooperativa de trabajadores para que brinden mano de obra.

“Los agricultores se vieron obligados a cultivar estas plantas”, dijo Federico Cock-Correa, quien dirige la subsidiaria colombiana de PharmaCielo y promete pagarle a sus productores mucho más de lo que ganaban durante el conflicto.

Cock-Correa es nuevo en el negocio de las drogas, pues llegó al cannabis después de una larga carrera de exportación de crisantemos a Estados Unidos, los cuales asegura que se cultivan de manera similar a la marihuana.

Las oficinas centrales de PharmaCielo en este país están en unas tierras de cultivo en las afueras de Medellín. Durante una visita, Cock-Correa abrió una puerta cerrada y mostró el futuro industrial de las drogas colombianas: enormes invernaderos, fertilizantes orgánicos y un área de prueba con 19 plantas de marihuana que apenas tenían cuatro meses y ya lo superaban en altura.

Para PharmaCielo el primer reto fue impulsar el cambio de las leyes en Colombia, que ha recibido más de 10.000 millones de dólares durante las últimas dos décadas por parte de Estados Unidos para combatir el narcotráfico. El gobierno continuará sus iniciativas de erradicación para cultivos como la hoja de coca y la marihuana que se cultiven violando la nueva ley.

Cock-Correa, quien tiene como vecino al expresidente Álvaro Uribe, dice que los funcionarios públicos se emocionaron con la idea de utilizar cannabis medicinal y legal como una herramienta de desarrollo, una vez que los guerrilleros se desmovilicen. La ley de 2015 permite el cultivo de marihuana medicinal para el mercado nacional, al igual que la exportación de productos derivados como aceites y cremas.

Del otro lado del país, está la tierra natal de los indígenas nasa. Durante años fueron aterrorizados por las Farc, quienes no solo gravaron el comercio de marihuana, sino también extorsionaron a negocios legales en pueblos como Toribío, también ubicado en Cauca.

El secretario de gobierno de la localidad, Mauricio Caso, relató cómo una mañana de domingo en 2011 los guerrilleros plantaron una bomba en un autobús mientras pasaba junto a un mercado abarrotado. Cinco personas murieron y decenas de edificios resultaron dañados. El motor del autobús cayó sobre la iglesia.

“Jamás perdonaremos lo que hicieron en Toribío”, dijo Caso.

El funcionario estaba hablando con Cock-Correa, quien había viajado al pueblo para hablar de la marihuana medicinal y hacer promesas sobre empleos y desarrollo. Pero aunque Caso estaba complacido con la salida de los guerrilleros de su territorio, también se mostró escéptico frente al empresario.

“Lo importante aquí es que no viajemos 500 años atrás a la época en que los indígenas trabajaban para los extranjeros y estaban marginados”, dijo Caso.

“También sentimos el conflicto en carne propia”, dijo Cock-Correa, cambiando el tema a la historia más reciente.

“Los nasa caminamos lentamente, pero seguros”, respondió Caso. “Ustedes, los hombres de Medellín suelen ser rápidos e ingeniosos”.

No todos los líderes del pueblo fueron tan críticos con PharmaCielo. Edward García, el alcalde de CorIGNORE INTO, calcula que dos tercios de su pueblo de 32.000 habitantes dependen del cannabis para subsistir. “Si la gente puede pagar sus impuestos es porque está cultivando marihuana”, comentó.

La propuesta de cambiar a cualquier otro cultivo le preocupa a los productores de este poblado. ¿Quién compraría tomates si ya abundan en el mercado?

Elmer Orozco intentó cultivarlos hace casi ocho años y descubrió que, a diferencia de la marihuana que llega a mercados internacionales, el único mercado al que tenía acceso para sus tomates era el del centro del pueblo. Los compradores solo le ofrecían cerca de 13 centavos por kilo de tomates.

Orozco volvió al cultivo de marihuana por su alta rentabilidad. “Otro tipo de agricultura no es rentable aquí”, dijo.

Sin embargo, Blanca, la madre que limpia las plantas de marihuana, dice que las ganancias del comercio ilegal han disminuido a más de la mitad desde que las Farc se retiraron. Los expertos dicen que el mercado posterior al acuerdo de paz ha estado inundado de cannabis que ahora puede transportarse fácilmente.

Muchos tienen sus esperanzas puestas en PharmaCielo. “Para nosotros sería un milagro”, dijo Blanca. Pero por ahora todavía corta cannabis para las mafias que visitan CorIGNORE INTO.

Sacó un costal medio lleno y comenzó a podar la planta con unas tijeras y el dedo índice, que estaba torcido después de años de realizar el mismo trabajo. Su hijo estaba sentado a su lado, viendo caballos colombianos de exhibición en YouTube, gracias a un enrutador inalámbrico que habían comprado con el dinero de la marihuana.

En algún momento, los clientes llegaron en auto a su pequeña casa de adobe. Blanca sacó una bolsa de plástico con cannabis limpia. “Será mucho más técnico con la empresa”, dijo, refiriéndose a PharmaCielo.

Estaba oscureciendo. La mujer recorrió un campo lleno de sus plantas y después fue a un horno que estaba en un cobertizo, donde colgó ramas de cannabis en el techo para que se secaran.

Mientras el sol desaparecía en el horizonte, los productores del pueblo comenzaron a encender las luces que iluminaban sus plantas, parcela por parcela. En poco tiempo, toda la ladera estaba iluminada. También las otras montañas lo estaban.

“¿Acaso no es hermoso?”, dijo Riveros.

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