ANÁLISIS

El reto de la oposición venezolana es vencer a la Hidra

El 2017 encuentra a los venezolanos abrumados por el desconcierto. Un marcado contraste con inicios de 2016, cuando miraban el futuro esperando hacer realidad un cambio que parecía promover el triunfo de la oposición en las elecciones parlamentarias de 2015.

¿A qué se debe la mudanza de ánimo? A una crisis económica que sigue profundizándose sin que el gobierno de Nicolás Maduro ofrezca soluciones. Pero también a la falta de respuestas acertadas por parte de la oposición. La Mesa de Unidad Democrática, organización que agrupa a los principales partidos y movimientos de oposición, es hoy blanco de rechazos y críticas porque, después de conquistar la mayoría en el parlamento y movilizar cientos de miles de venezolanos contra el gobierno, no pudo rematar la faena desalojando al chavismo del poder ni resolviendo la crisis. Sobre este escenario muchas son las incertidumbres.

El socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez fracasó. Las magnitudes del desastre económico no dejan dudas. En 2016, acentuando la crisis, la inflación superó el 500 por ciento y el producto interno bruto registró una caída de diez por ciento. El bolívar, sometido a un sistema de cambios demencial, se pulverizó y con él los sueldos. El desempleo aumentó a 20 por ciento. Estos son solo los componentes económicos de un deterioro que abarca las instituciones, la política, la cultura y hasta la moral.

Los diferentes actores políticos y grupos de la sociedad civil organizada opuestos al gobierno chavista no han sabido transformar la ruina total del país en una acción política efectiva. Mientras tanto el gobierno, como una Hidra, el monstruo mitológico de muchas cabezas enfrentado por Heracles, ha resurgido tras cada triunfo opositor. Para la oposición, el desafío en 2017 consiste en prepararse para vencer de una vez por todas al gobierno y evitar que Venezuela caiga en la ingobernabilidad o, algo peor, se convierta en un Estado fallido.

La amenaza de que esto suceda es real. Venezuela tuvo más de 28.000 homicidios en 2016, lo que la convierte en el segundo país más violento del mundo. Desde sus guaridas, que muchas veces son las mismas cárceles, los pranes o jefes de las bandas carcelarias, dirigen todo tipo de negocios ilícitos y controlan territorios. Con estupor seguimos hazañas y muertes de delincuentes como el Picure, el Conejo o el Topo.

El crimen le gana a un Estado colapsado y trunca la convivencia. Y el gobierno responde con una represión desmesurada que no solo vulnera el Estado de derecho, sino que reproduce las acciones criminales. La Operación Liberación del Pueblo es un ejemplo. Su misión es combatir la inseguridad, pero comete vejámenes y violaciones a los derechos humanos de la población que dice proteger, como las masacres de la Cota 905, Cariaco y Barlovento.

La lista continúa. La pobreza, de acuerdo con la Encuesta de Condiciones de Vida en Venezuela (ENCOVI), alcanza al 80 por ciento de la población. Hoy más de 20 por ciento tiene una nutrición deficiente. En meses recientes, la crisis disparó grandes saqueos en Cumaná, en el oriente, y Ciudad Bolívar, en el sur del país. En urbes más pequeñas y en las carreteras saqueos menores ocurren a diario. Mientras tanto, en los centros de salud pública, los pacientes mueren de zika, dengue, malaria, enfermedades que han sido controladas en los países vecinos, o por falta de medicinas e implementos médicos.

El presidente Maduro y una nomenklatura nepótica y militarista juegan a engañar a la población con asombrosas afirmaciones: “Venezuela puede alimentar a tres países de su tamaño”, dijo la canciller. O: “Nuestras cárceles son impecables”, según la ministra de Prisiones. “No hay escasez sino guerra económica”, repite siempre Maduro.

Contradiciendo lo que demuestran estudios independientes y se ve a simple vista en las calles, incontables declaraciones oficiales son difundidas por una imparable máquina de noticias falsas del gobierno. La propaganda crea una narrativa de ficción sobre un país supuestamente asediado por enemigos de la patria, que planean emboscadas, magnicidios y golpes de Estado.

Aunque la inmensa mayoría del país repudia el camino del chavismo, no resulta fácil derrotar esta Hidra. El control del Ejecutivo sobre los otros poderes públicos impidió que la oposición logrará concretar una agenda legislativa orientada al cambio e impidió el referendo revocatorio presidencial de manera ilegal.

En noviembre, sin embargo, el gobierno fue persuadido de participar con la oposición en una mesa de diálogo mediada por el Vaticano. Para aceptar, la nomenklatura chavista exigió suspender el juicio de responsabilidad política que la Asamblea Nacional seguía al presidente y una marcha al palacio de gobierno para exigir el referéndum.

La poca claridad con que la oposición acudió al diálogo reveló sus debilidades internas, mientras que la sobrevivencia del gobierno amplificó tensiones ya existentes entre partidos y líderes opositores. El oficialismo ya había demostrado que no participaba en diálogos ni elecciones, a menos que pudiera ganarlos. La MUD cedió y Maduro, a salvo de la presión popular, sobrevivió al año en el que todo parecía llevar a su fin.

Y más todavía: hoy no existe mecanismo constitucional alguno para hacer que el chavismo salga del poder antes de 2018. Los venezolanos están disgustados y desesperanzados.

La mayoría de la población opina que mientras Maduro gobierne seguirá la crisis. El gobierno chavista no puede ofrecer un mejor porvenir. Desalojar a Maduro y a la nomenklatura chavista del poder sigue siendo el mayor reto. ¿Cómo lograrlo?

La MUD necesita replantear sus estrategias para impulsar de nuevo el cambio político. Esta vez debe dar importancia mayor a la organización de la movilización masiva no violenta, con las acciones institucionales que lleva a cabo desde la Asamblea Nacional o en mesas de negociación. Es necesario que sume a su fuerza a los grupos disidentes del chavismo que profesan un apego por la democracia. Ello contribuiría a aglutinar una mayor diversidad social y política, dándole a todo el movimiento más credibilidad. Esta es un fórmula que hasta ahora no se ha intentado.

En la mitología griega, Heracles venció a la Hidra exponiéndola a la luz y gracias a sus habilidades y fuerza extraordinarias. Fue cortando las cabezas y cauterizando con fuego cada herida, para prevenir que se reprodujeran.

Hoy en Venezuela no se ven salidas, pero la lección de este mito es buena: las fuerzas opositoras necesitarán exponer constantemente a la luz pública nacional e internacional los abusos de la dictadura. También deben acrecentar su unidad política en la acción, para adquirir fuerza y habilidades heroicas. El desafío de largo plazo es semejante al de Heracles: garantizar que los vicios del chavismo no se reproduzcan. Esto implicará perseverar en iniciativas, que combinen propuestas para lidiar con las urgentes necesidades básicas de los venezolanos, con otras para restituir el hilo constitucional y las instituciones, en concierto con la sociedad civil y la población. Solo un esfuerzo combinado creará las mejores condiciones para derrotar de manera definitiva a la Hidra.

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