AMÉRICAS

Radar latinoamericano: Un mayor desafío climático

El 20 de este mes, Donald Trump asume la Presidencia de Estados Unidos. Es común que el cambio de la máxima autoridad del país más influyente del mundo genere expectativas y ansiedad generalizada. Después de todo, lo que sucede en Estados Unidos puede afectar a todo el planeta. Y en este caso, literalmente.
 
Después de los avances celebrados en relación con la política estadounidense para la lucha contra el calentamiento global, ocurridos especialmente durante el segundo mandato del presidente Barack Obama, hay una ola de temor ante los probables e inminentes retrocesos que vendrán con la asunción del nuevo presidente.
 
El miedo está fundamentado. Durante su campaña, Trump prometió desestructurar el Plan de Energía Limpia de Obama, un ambicioso proyecto de reducción de carbono e incentivo del uso de fuentes alternativas de energía. También prometió retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, considerado un hito en la diplomacia climática.
 
A juzgar por la irónica designación de Scott Pruitt, un escéptico convencido y fuerte aliado de la industria petrolera, para dirigir la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, todo indica que Trump pretende cumplir sus promesas. Si así fuera, América Latina, envuelta en una crisis política, económica y científica, tendrá hacia delante un escenario muy desafiante, en el que las dificultades para cumplir con sus compromisos climáticos, que ya son grandes, serán aún mayores.
 
Crisis y vulnerabilidades

Actualmente, Estados Unidos representa, junto con China, alrededor de 40% de las emisiones globales. Si el país abandona las metas con las que se comprometió en París —26-28% por debajo de los niveles de 2005 para el año 2025—, la posibilidad de que los otros 194 firmantes del acuerdo logren frenar el calentamiento global disminuye. Eso, si la salida de Estados Unidos no precipita la retirada de otros grandes emisores.
 
Sin Estados Unidos en el Acuerdo de París, también es poco probable que los países en desarrollo sean capaces de cumplir sus propios objetivos de reducción de emisiones, pues el Tratado proporciona asistencia financiera sustancial —US$ 100 mil millones al año— de los países más ricos a los más pobres para combatir el cambio climático. Si todavía quedaban dudas acerca de cómo se conseguirá ese presupuesto, sin la contribución de Estados Unidos, la incertidumbre sobre el origen de los recursos aumenta bastante.
 
No es en vano, por lo tanto, que América Latina está en estado de alerta. La suerte de su futuro está, en gran medida, en el éxito o el fracaso de las negociaciones climáticas. A pesar de ser responsable de alrededor de 10% de las emisiones globales, la región, que almacena la mayor parte del agua dulce y la biodiversidad de la Tierra, es una de las más vulnerables al cambio climático.
 
Junto con el aumento de la temperatura, la región debe esperar grandes transformaciones en su clima y vegetación, con impactos socioeconómicos importantes. El paquete incluye la variación en el régimen de precipitaciones, la sabanización de los bosques tropicales y la desertificación de las regiones semiáridas, la pérdida de la diversidad biológica con la extinción de varias especies, y el aumento del nivel del mar, entre otros cambios, cuyos efectos ya se pueden observar.
 
El escenario se agrava si se tiene en cuenta la dependencia de las actividades económicas latinoamericanas de los recursos naturales, inclusive para generar energía, y el alto nivel de desigualdad social y pobreza que caracteriza a la región. La coyuntura actual tampoco es de las mejores. Inmersa en una crisis política y económica, América Latina experimenta una ola de recortes presupuestales en ciencia y tecnología que amenazan el desarrollo de estas áreas claves para afrontar el desafío del cambio climático.
 
Es decir, tanto para cumplir con las metas nacionales de reducción de emisiones como para poner en funcionamiento medidas necesarias de mitigación y adaptación a los cambios que ya se verifican en la región, América Latina necesita que las intensas transacciones políticas se conviertan pronto en acciones concretas. Conscientes de ello, los países del bloque, incluso con posiciones diferentes sobre el tema, se unieron en masa al Acuerdo de París. Pero, sin Estados Unidos, ¿sirve para algo?
 
El optimismo (mínimo) necesario

Sirve. Necesitamos creer que sí. Para empezar, no está claro que Estados Unidos abandone el Acuerdo de París. Después de todo, no es tan fácil hacerlo. El contrato firmado sólo permite la renuncia de un signatario después de tres años de vigencia del acuerdo. Es cierto que existen distintas maneras de burlar las reglas del juego, pero después de ganar las elecciones, Trump dijo en una entrevista con The New York Times que está analizando cuidadosamente el acuerdo y que está abierto a volver a discutir el tema.
 
Pero incluso si esto ocurre, o si Trump reduce los fondos federales destinados a proyectos y acciones para combatir el cambio climático y facilita la inversión en las industrias de combustibles fósiles, esto no será suficiente para anular los esfuerzos actuales de Estados Unidos en esa dirección —visto que ellos provienen de diferentes sectores— e imposibilitar totalmente el cumplimento de las metas del país.
 
Los estados están desarrollando políticas y programas independientes para reducir sus emisiones. El mercado energético de EEUU está cambiando; el uso de carbón está disminuyendo y aumentan las energías alternativas. Incluso hay empresas que ejercen presión para que continúen los planes de reducción de emisiones. La comunidad científica del país está movilizada para participar en estos esfuerzos, con la producción de conocimiento y la presión política. También lo hace una parte de la sociedad. Es decir, incluso sin una dirección federal, las iniciativas climáticas podrán ocurrir en otros niveles
 
En América Latina, a pesar de la crisis y la vulnerabilidad, el clima puede también ser favorable para la lucha contra el calentamiento global. Aunque el debate sobre el problema y el desarrollo de medidas para solucionarlo se encuentran desde hace años en la agenda política de la región —donde Brasil se destaca como protagonista en términos de acciones y de participación en negociaciones internacionales—, otras economías importantes del bloque, como México, Chile y Colombia, comenzaron a crear las condiciones para contribuir efectivamente con los esfuerzos globales, impulsados por los compromisos asumidos en París. Nuestra comunidad científica también está movilizada.
 
La población de América Latina —que, de acuerdo con un estudio realizado en 2015 por el Centro Pew, es la más preocupada del mundo por este tema— deberá participar de una vez en la lucha contra el calentamiento global, dada la influencia cada vez más directa de los cambios climático en sus vidas.
 
Después de todo, las amenazas concretas e inmediatas, como las sequías prolongadas, las inundaciones destructivas y la proliferación de enfermedades, son más eficaces para generar una reacción que las amenazas remotas —como la desaparición de los osos polares y los glaciares del Ártico—. Está cada vez más claro que si no queremos integrar la lista de especies extinguidas, necesitamos actuar más rápida y eficazmente, juntos, con o sin Trump. Pero vamos a hinchar para que él no cumpla sus promesas.

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