Lleno del vibrante ritmo de la tambora, la güira y el acordeón, el merengue es la música representativa de la República Dominicana. Un nuevo libro muestra que aún existen dudas sobre sus orígenes. Haití y Cuba afirman haber jugado un papel en su inicio.
El Rompecabezas Histórico del Merengue
El merengue ha sido reconocido durante mucho tiempo como el exporte musical más emblemático de la República Dominicana. En 2016, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró al merengue parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Durante décadas, sus ritmos contagiosos han energizado audiencias globales, popularizados por artistas legendarios como Johnny Ventura, Wilfrido Vargas, Milly Quezada, Fernando Villalona y Juan Luis Guerra.
A pesar de este amplio reconocimiento, los verdaderos orígenes del merengue siguen siendo sorprendentemente elusivos. Algunos académicos rastrean la palabra “merengue” en referencia a esta música hasta un periódico dominicano, El Oasis, en 1854. Sin embargo, a medida que los historiadores de la música y los intérpretes comenzaron a debatir sobre el tema, nunca se formó un consenso claro. Esa brecha es precisamente donde entra en la historia el periodista y escritor Máximo Jiménez.
El nuevo libro de Jiménez, “Merengue: obra periodística en La Nación (1940–1965)”, es una colección de muchas piezas que aparecieron en La Nación, un periódico fundado por Rafael Trujillo, quien fue dictador de la República Dominicana. El libro examina los posibles comienzos, el desarrollo y la importancia del merengue como género musical. En sus páginas, los lectores encuentran reivindicaciones sobre el origen del merengue, sugiriendo que pudo haber comenzado en Haití o incluso en Cuba. Historiadores y músicos de esos países a veces afirman ser los dueños del ritmo.
Jiménez tuvo una conversación con EFE en la que comunicó: “El periódico presentaba debates fascinantes entre historiadores, músicos, además de escritores que no necesariamente tenían una relación directa con el merengue”. Mencionó que algunos colaboradores argumentaban que Haití, Cuba y hasta Puerto Rico tienen un argumento válido sobre ser el lugar donde nació el género.
Tales disputas no son sorprendentes, dada la rica interacción cultural que ha influido en el Caribe a lo largo de los siglos. La creación del merengue es resultado de las contribuciones españolas, africanas e indígenas. La recopilación de Jiménez resalta cómo los instrumentos clave del merengue—la tambora, la güira y el acordeón—reflejan legados históricos distintos. La tambora canaliza las tradiciones africanas de percusión, la güira representa la artesanía local, y el acordeón muestra la influencia europea.
La Influencia de Trujillo en el Merengue
Aunque la historia temprana del merengue puede ser ambigua, una figura que indudablemente fue clave para la prominencia nacional de la música es Rafael Trujillo (1930–1961). Antes de su régimen, el merengue se asociaba principalmente con las áreas rurales y los llamados “arrabales”, barrios marginales urbanos. A veces se veía como una adaptación ruda de la danza europea, despreciada por las élites como “poco sofisticada”.
El gobierno de Trujillo, sin embargo, aprovechó el merengue para la propaganda. Tras llegar al poder, el dictador elevó públicamente esta música, usándola para proyectar una imagen de unidad y cultura nacional—aunque colocándolo a él mismo en el centro de atención. Patrocinó grandes bandas, organizó galas extravagantes e incluso bailó merengue en público, como documentan las fotografías del libro de Jiménez.
El cambio fue dramático. El merengue pasó de ser una tradición de danza informal a un emblema cuidadosamente curado de la identidad dominicana—una identidad que, en los relatos oficiales, Trujillo afirmaba proteger. Los artículos reeditados en el volumen de Jiménez destacan cómo La Nación alababa regularmente al dictador por su supuesta visión cultural. De hecho, no fue una coincidencia que las discusiones sobre la relevancia histórica del merengue se llevaran a cabo en un periódico creado explícitamente para promover la imagen de Trujillo.
Incluso antes, a medida que el merengue expandía su influencia, eclipsaba otros ritmos folklóricos dominicanos como la mangulina y el carabiné. En una pieza de 1942, el escritor dominicano Ramón Marrero Aristy predijo que el merengue de la región del Cibao pronto “desbordaría” estos ritmos similares populares en el este y sur del país. Más o menos en esa época, Santo Domingo fue renombrada “Ciudad Trujillo”, y las festividades patrocinadas por el Estado, centradas en el centenario de la Independencia Dominicana en 1944, colocaron aún más al merengue en el centro del escenario.
En un audaz movimiento para legitimar estos esfuerzos, Trujillo contrató al musicógrafo estadounidense J.M. Coopersmith, quien viajó a 22 puntos en el norte, noreste y noroeste de la República Dominicana para documentar las expresiones musicales locales. Coopersmith regresó con 78 grabaciones que capturaron diferentes tipos de merengue y otros estilos folklóricos. Esto fue un gran logro, mostrando la variedad del género y dejando claro su lugar central en el patrimonio nacional.
Buscando el Futuro del Merengue
El libro de Jiménez tiene 237 páginas y cuenta con unas 20 fotos, mostrando registros históricos. Una de las fotos muestra a Trujillo bailando con una mujer tímida. Esto refleja el fuerte deseo del dictador de conectar con la popularidad de esta música. Muchos de la República Dominicana celebran el impacto contemporáneo del merengue. Esta pista visual demuestra cómo la cultura puede ser influenciada por la política.
El elemento más profundo sigue siendo la música. La capacidad de la música para perdurar y cambiar más allá de los objetivos políticos es importante. Los artículos en La Nación podrían haber mostrado el mensaje de Trujillo, pero también mostraron un amplio debate sobre los orígenes del merengue. La música proveniente de España, África y del propio lugar local dominicano siempre ha cambiado cómo suena.
La cuestión del origen—ya sea rastreada hasta el compás haitiano, las variantes cubanas, o las tradiciones de danza social dominicana—probablemente nunca llegará a una conclusión definitiva. En 1941, el escritor dominicano Rafael Vidal ofreció una perspectiva poética, aunque algo nacionalista, sobre el nacimiento del merengue, sugiriendo que era música “que nació en el corazón del pueblo al conquistar su libertad”. Sus palabras resuenan con el énfasis temático del género en la liberación y la alegría colectiva, sin importar qué lado de la isla o del mar le dio vida primero.
El merengue es disfrutado en muchas áreas. Existen danzas en Madrid y celebraciones en Nueva York. El ritmo conecta a la gente de la República Dominicana por todo el mundo. Otros disfrutan de la música. Les gusta su energía y su cultura. El merengue actúa como un símbolo. Muestra el espíritu fuerte del pueblo dominicano.
Aún existen desafíos.
Los servicios en línea dividen al público. Otros géneros de música compiten por atención. El merengue todavía puede cambiar cuando es necesario. Esto le ha ayudado durante mucho tiempo. Los creadores modernos combinan los ritmos antiguos con nuevos enfoques, lo que le da una sensación actual. Los conjuntos y especialistas mantienen documentos de viejas melodías. Esto confirma que el pasado no se olvida.
El grupo de trabajos de Jiménez es vital para los estudios futuros. Reúne debates, entrevistas y críticas de La Nación. Amplía las conversaciones sobre el pasado del merengue. “El merengue es un tesoro que protege la UNESCO”. La música es para todos los que bailan, tocan o escuchan su ritmo.
En última instancia, el misterio en torno al lugar de nacimiento del merengue es parte de su encanto perdurable. Cada nueva generación de bailarines y oyentes contribuye a su historia, añadiendo matices frescos al sonido ancestral de la tambora, la güira y el acordeón. Si se formó por primera vez en una ceremonia haitiana, en un festival callejero cubano o en una reunión en el campo dominicano, es menos importante que el sentimiento compartido de identidad, alegría e historia que emerge cada vez que se toca un merengue.
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A través de la erudición, la interpretación y el debate cultural, el merengue continúa evolucionando—su origen disputado es un testamento a las fluidas e interconectadas historias del Caribe. Gracias al último volumen de Jiménez, tenemos otra ventana hacia la batalla del siglo XX por el alma del merengue y un recordatorio de que, en la música como en la vida, las raíces pueden ser tan extendidas como las ramas.