Patrimonio

Los Nukak Makú: los nómadas que se extinguen

“Nosotros quisiéramos volver a nuestra selva, esos sitios son sagrados para nosotros, entre el río Guaviare y el río Inírida, allá está nuestra casa, no aquí”

Los Nukak Makú: los nómadas que se extinguen

Son las ocho de la mañana y la humedad empieza a levantarse del suelo en San José del Guaviare, se detiene un taxi a mi lado – ¿pa’onde, patrón? – es su manera de ofrecer sus servicios. – Por acá es muy bonito… y muy calmado si usted no se mete con nadie – son las palabras casi lapidarias del conductor al detectar con un olfato agudo al periodista que llega a registrar la realidad que muchos prefieren que no se conozca allá lejos en Bogotá, desde donde se planea el país sin siquiera conocer la realidad de las regiones.

Ante su premisa de ‘no meterse con nadie’, le platico de las riquezas de la naturaleza, de los animales, de lo inexplorado de la botánica y las incontables posibilidades de encontrar componentes medicinales, alimenticios y cosméticos en las plantas que aún no se han estudiado a lo que seco responde – los que saben de eso son los indios –.

Al llegar al lugar, un par de niños corren para mover los maderos que obstruyen la entrada al asentamiento en el que los Nukak viven… más bien, en donde los Nukak aguantan la vida.

Las mujeres salen al encuentro del intruso con una sonrisa generosa, sin calzado, con los pies cuarteados y acostumbrados a la tierra seca, con su tradicional corte de pelo con líneas rectas verticales que despejan la sien. Saludan en un español atropellado mirando cada detalle y preguntan – ¿quiere hablar con Joaquín? – al ver el movimiento de cabeza afirmativo me conducen a un corrillo de personas que agachadas están observando con atención algo en el suelo que de lejos no se identifica. Al llegar un grito de júbilo obresalta a todos, unos ríen, otros sacuden su pierna con una palmada y manifiestan su descontento por el triunfo de quienes ríen.

En medio del juego del boliche, las ‘piquis’ o las bolitas de cristal, nadie sobresale, niños y adultos lanzan con delicadeza cada bolita para pegarle a otra y cuando el ‘click’ tradicional rompe el silencio expectante.

En el interludio una de las mujeres se acerca a un hombre de poca estatura pero macizo, de pelo negro y ojos oscuros y penetrantes que miran fijo hacia donde me encuentro. Procedo lentamente acercándome para solicitar sentarme a conversar con él por unos minutos. – Espere, estoy ocupado – y así nada más continúa el juego entre risas y camaradería con niños al igual que con adultos.

Hosco, al parecer, serio, sin una sonrisa que medie para romper el hielo me señala un rancho con dos hamacas a la vista de todo el pueblo, hacia allá me dirijo con el líder indígena que después de sus ocupaciones como máxima autoridad del clan, decide atenderme. Nos sentamos y sin preámbulos le pregunto de dónde son, a lo que me contesta en seco, “de la selva”. Atisbo en su mirada una pizca de nostalgia cuando menciona su origen e indago si quieren retornar.

“Claro que queremos volver, pero las condiciones no están dadas. Lo que sacamos de la selva y lo que cogemos, allá no cobran, uno no paga, allá es fácil para coger lo de nuestras necesidades, en cambio en la ciudad todo toda comprar, pagar, nosotros no sabemos de eso, no tenemos dónde trabajar para ganar el papel dinero y pagar la comida, en la selva no necesitamos trabajar, la selva nos da alimentos y todo lo que necesitamos”.

Agrega entre miradas de nostalgia hacia el suelo “no podemos volver porque el gobierno habla dizque de la paz, pero todo nuestro territorio está lleno de minas, lo primero que tienen que hacer es quitarnos todas esas minas, porque algunas no están en el piso, hay unas que ponen en los árboles, entonces uno va caminando y si estallan, no le quitan las piernas, sino la cabeza”.

Joaquín, que adoptó ese nombre occidental, en realidad se llama Dájada Nimbe, un nombre guerrero para un líder valiente que está acostumbrado a la vida en las densas selvas por donde deambulaba su pueblo cazando, pescando y recolectando, pasando breves temporadas en un sitio para arrancar y buscar otro. Ahora, este líder se duele en lo más íntimo de ver a su pueblo confinado a un terreno seco, sin agua, sin suficientes alimentos y viendo pasar las horas jugando bolita con los niños del asentamiento.

“Nosotros quisiéramos volver a nuestra selva, esos sitios son sagrados para nosotros, entre el río Guaviare y el río Inírida, allá está nuestra casa, no aquí”.

“¿Yo pudiera mandarle un mensaje al Presidente de la República con usted?”, a lo que respondo que trataré de hacerle llegar su clamor a Juan Manuel Santos para que desde los mullidos sofás de Bogotá se conozca la situación del gran pueblo Nukak. Y pienso en silencio: “cómo me gustaría que se conociera en la Casa de Nariño la manera como se cocina un pollo en una sopa que tiene que alcanzar para 25 adultos y 15 niños”.

“Señor Presidente, ¿ustedes qué han pensado hacer con el pueblo Nukak?, vivimos mal, no queremos vivir mal, porque nosotros no somos animales, somos personas, el ser humano necesita ayuda, que nos cumplan y si no nos cumplen, nos vamos a morir así, estamos desplazados fuera de nuestro territorio y así no podemos vivir”.

En medio de la entrevista se acerca uno de los jóvenes, un musculoso hombre de poco más de 20 años que a su corta edad ya ha pedido un ojo en una riña callejera y ostenta una herida reciente en un brazo producto de una puñalada. En silencio nos mira y se entretiene con la conversación hasta que alguien le llama, “él por ejemplo, ya no quiere ser Nukak, ya aprendió a beber en la ciudad, la borrachera y la droga, ya se quiere ir a Bogotá y yo digo ¿a qué se va a Bogotá?”, dice preocupado Dájada Nimbe, el líder de un pueblo nómada desplazado y confinado al encierro y el olvido.

“Solo, yo me siento solo y sin fuerza para que los jóvenes aprendan tradiciones de nosotros nada más y no aprendan de la marihuana y el ‘perico’ (cocaína), acá al departamento Guaviare vinieron Procuraduría, Defensoría del Pueblo, Ministerio de Salud y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y entre todos ellos no han podido solucionar nada para nosotros, imagínese, si entre todos ellos que son estudiados, que son poderosos, no pudieron hacer nada por nosotros, yo no puedo como líder tampoco, porque los jóvenes se meten en problemas, roban a campesinos para conseguir droga, porque aprendieron cosas malas acá”.

 

Latin American Post | Alberto Castaño Camacho

Copy edited by Laura Rocha Rueda

 

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