Solo nos preocupamos por la pólvora en diciembre
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¿El uso inadecuado de la pólvora es una realidad que se denuncia y se acepta pasivamente?
Sin exagerar, es para lamentar a grito herido. Con precisión casi matemática, cada diciembre es lo mismo en Colombia: centros hospitalarios en todo el territorio nacional reportan casos de personas quemadas con pólvora, sobre todo niños. Nuevamente llanto, dolor y amargura en una época supuestamente alegre y esperanzadora.
El alto volumen de la música tradicional de la época, de las promociones comerciales, de las ferias y de los planes turísticos, la tradición de la novena de aguinaldos y tantos elementos variados de la Navidad y del Año Nuevo en nuestro país ocultan el lamento de familias a quienes las fiestas se les convierten en un licor amarguísimo por cuenta de una tradición que ha demostrado ser, a todas luces, compleja y nefasta.
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Sin embargo, culpar a la pólvora de tantos desastres que padecen familias colombianas es tan absurdo como culpar a la energía atómica de la destrucción de Hiroshima y de Nagasaki. En ambos casos, dos fuerzas poderosas se salen de control por decisiones humanas irresponsables cuando se cree, ingenuamente, que todo está bajo control o que todo está justificado.
En el caso de las tragedias decembrinas causadas por voladores, chispitas, totes y demás artilugios, mucho se dice, mucho se propone, muchas campañas se hacen todos los años, en diciembre, para que la gente no use pólvora, pero nada cambia. ¿Por qué?
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El diario El Espectador, en una columna del 28 de diciembre de 2012, señalaba que el asunto de la pólvora “es un acto peligroso que se insertó en la cultura colombiana como algo cotidiano que se hace a final de año. Tan usual y en apariencia cándido como las novenas o los buñuelos, nos llega siempre en forma de mala noticia. Podemos verlo en las calles, en las fincas, en los barrios, en las plazas principales. Todo gira alrededor de entretenerse viendo cómo se queman los voladores en el cielo. Nadie piensa, hasta que le pasa, que el quemado podría ser uno mismo. O un niño. Erradicar una conducta o una idea, cuando están tan arraigadas en el imaginario colectivo, es bastante difícil”. Sin embargo, existe un problema que dificulta o impide dicha interiorización.
Después del 31 de diciembre llegan enero y febrero con tal rapidez que, coloquialmente, decimos “ya se acabó el año”. Comienza en estos meses a armarse la agenda informativa del año y, como por arte de magia, los niños quemados, los padres irresponsables sometidos a tardíos cursos pedagógicos y los adultos que resultaron mutilados por manipular pólvora en estado de embriaguez (la mezcla pólvora-licor, por Dios) desaparecen de ella, ya no salen en pantalla.
Los pabellones de quemados ya no son visitados por las cámaras y, ob-la-di, ob-la-da, la vida sigue. El llanto de las víctimas se apaga, sus historias no se escuchan durante los meses siguientes. Sin embargo, nuevamente cuando termina el año, vuelven a escucharse para ser silenciados una vez más hasta el siguiente diciembre… Es un círculo muy, muy vicioso al que no se le ha prestado la atención suficiente.
No hemos querido afrontar una discusión pública a nivel nacional acerca de un problema que, como se lleva a cabo en un momento específico del año, menospreciamos u olvidamos la mayor parte del tiempo. Pensamos que los afectados por la pólvora son otros, por lo general gente ignorante y atrasada que no tienen otra forma más civilizada de demostrar su alegría, su virilidad o su valentía (estos tres elementos, culturalmente, se venden como cosas a demostrar en búsqueda de reconocimiento).
Creemos que la gente se quema con pólvora cuando toma aguardiente barato y no cuando toma whisky fino. No hemos querido afrontar el uso inadecuado de la pólvora por parte de la ciudadanía como un asunto de salud pública que merece reflexión a tiempo completo en los centros de decisión, en la academia, en los lugares de culto, en las asociaciones civiles. Habrá gente que dirá: ¿acaso no tenemos suficiente ya con la discusión sobre la legalidad de las drogas, sobre la venta de alcohol, sobre la trata de personas, sobre el abuso a la mujer, sobre la Selección nacional de fútbol? Bueno, precisamente: son temas que se desarrollan todo el año. Lo de la pólvora, una vez en doce meses. No podemos olvidarla por cuenta de este aparentemente pequeño detalle.
Se habla mucho de la violencia contra la infancia y la adolescencia durante la mayoría del año (va el recuerdo acá de Gilma Jiménez, desaparecida política comprometida con la denuncia y la legislación a favor de los más pequeños, y de quienes han decidido seguir sus pasos). Si tenemos en cuenta que la mayoría de víctimas del mal uso de la pólvora son niñas y niños, ¿por qué no incluir este caso particular dentro de la campaña de concienciación y de acciones concretas a favor del respeto hacia ellos?
Una mentalidad que busca conspiraciones en todas partes se atrevería a decir que detrás del silencio sobre la pólvora deben encontrarse oscuros intereses económicos. Sin ser tan noveleros, sí hay que decir que es extraño que se dé y que nos acostumbremos a los quemados de diciembre tan tranquilamente hasta el punto de que no sería raro que lleguemos a colocarlos en el pesebre o bajo el árbol como macabros adornos. Como bien señalaba El Espectador, se trata de uno de esos detalles de la vida que no se comprenden hasta que se viven. Mejor decir, hasta que se padecen.
No sé cómo estén las cosas respecto a la pólvora y su mal empleo en otros países de América Latina durante diciembre. Valga decir que, en función de escribir este texto, cuando en el buscador de Google escribí “quemados con pólvora en América Latina”, la gran mayoría de vínculos hacían directamente referencia a Colombia. Apenas uno mencionaba un caso fuera del país, concretamente en Honduras.
Ojalá mis lectoras y mis lectores se tomen un buen tiempo este fin de año, en medio del jolgorio navideño y de fin de año “donde los agarre”, como decimos en Colombia, para pensar seriamente en un problema que necesitamos hacer visible realmente si queremos encontrar soluciones concretas y efectivas. Y que actúen al respecto de la manera más sensata, responsable y comprometida con el bienestar propio, con el de sus seres queridos y con el de la sociedad en general.
LatinAmerican | Carlos Novoa Pinzón
* La opinión del redactor no representa la del medio