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Cultura en la calle: así es el humor de Jilmer

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Cultura en camuflaje, educación al paso, llueva o caliente el sol en el centro de Bogotá, Jilmer hace de todo. Todo por doscientos pesos o menos

Cultura en la calle: así es el humor de Jilmer

"Hagámonos por favor un poquito más para este ladito", les pide Jilmer a su audiencia señalando la calle para que se alejen del andén de la iglesia de San Francisco (la más antigua de Bogotá) "Porque ya el curita me reclamó que le está yendo mal con las limosnas". 

Cualquier sábado o domingo en el centro de Bogotá, entre las 2 y 3 p.m., verás a Jilmer trabajando en medio de un rectángulo variopinto de personas en la esquina de la Carrera 7ª con 13, frente a la matriz de El Tiempo. Este teatro, que ya lleva años en pleno Centro de Bogotá, no da para creer lo que aprendí. Fue tanto que llegué a casa pensando en los consejos de Jilmer y semanas después aún los llevo conmigo. ¿Cultura en la calle? Sin lugar a dudas. Como un tío que le habla a su sobrino preferido, ese sábado, soleado, Jilmer nos enseñó riendo la importancia del caminar y del saludo, de sus diferencias según sea la condición de la persona y de que caminar frente en alto, así sin más, no requiere amparos financieros.

La importancia del caminado

"Así camina una señora de estrato 1000. Y saluda de esta manera", explica Jilmer mientras pretende acomodarse un bolso europeo, grande, en el hombro derecho y caminar en tacones altos. Flaco como es, produce risa inmediata al moverse con 'fineza' burlona, que no ofende, que más bien nos manda a volar a alguna ciudad europea. 

"Así camina un viejito iluso", dice, y arrastra los pies a la vez que se sube el pantalón al pecho para recordarnos la ternura de los abuelos. Continúa: "Así camina un homosexual enamorado y su novio policía". Reímos, ¿cómo no?, mientras nos presenta las dicotomías de la vida. 

Se pone algo un tanto serio, pero amigable, se arregla su ropa, endereza el cuerpo y nos mira a todos para decir "Y así es como debe caminar y saludar un caballero, una persona gallarda, sin importar que sea pobre como Uds —las risas entran al redil como fresco en ese sábado de sol—o rico como yo". Después continúa "No crean que porque estoy aquí en la calle yo no tengo plata. No, señores. —nos regaña un poco para hacernos notar que juzgamos sin saber— Un caballero camina con la espalda recta, ropa y zapatos limpios. Sonríe cuando mira, y saluda 'muy buenos días, Sr.', 'que tenga un buen día, Sra.'. Finalmente, remata su argumento: "un caballero no anda con los pantalones caídos, por las rodillas, porque es respetuoso hasta consigo mismo. Un caballero no cambia su actuar por las pretensiones o dificultad del momento" con lo que concluye el acto.  

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Fabricando fortalezas

En otra ocasión, pude apreciar que durante su presentacion hacía cuidadosas pausas que dedicaba a los indigentes, migrantes, informales. ¿Por qué lo hace? Los sacaba momentáneamente del gris y una vez visibles, eso sí, tampoco los perdonaba. Los hacía su excusa momentáneamente para un fin noble: para que junto con ellos nos riamos de nuestras fallas y periplos, para que nos burlemos de nuestro traspié y aprendamos la fortaleza de estar alegres cuando nada se tiene. Me pregunto todavía por qué hacía esas pausas de aparente humanidad con los indigentes. ¿Eran parte de su show?, ¿una treta aprendida en sus tiempos en los que trabajó en inteligencia militar en los años 90? Tal vez sí, porque es parte de su historia, turbada, llena de realidad.

El Dinero y el César

Se acerca el final del show y la hora de las contribuciones, como Jilmer lo llama. Unos se ríen, pero se quedan; otros abandonan riendo el teatro. Desde el otro extremo del rectángulo de personas, parejas, ancianos; Jilmer mira a quienes se van —puedo sentir que se viene una reprimenda—, saca un billete de dos mil pesos de su bolsillo, lo levanta en su mano izquierda e inicia una querella contra ellos. Los que nos quedamos reímos sintiéndonos a salvo de lo que viene. Este billete, dice, “Esto no lo creó Dios. Esto lo inventó un turco y, con él, después el César romano cobraba impuestos y por el que ahora la gente se mata”. Haciendo un corazon con sus manos a la altura de su pecho, dijo que lo que le interesa a Dios es lo que tenemos ahí, mirando sus manos pegadas a su corazón. Los que se van, dijo, viven apegados al dinero y solo le dan a Dios lo que tienen en su corazón: residuos. Empecé a sentir el correazo a pesar de haber contribuido. Inmediatamente después, tiró al piso con fuerza el billete que tenía en su mano izquierda y prosiguió su sincero descontento. Cuestionó: saben lo que Jesus dijo cuando le preguntaron sobre esto —ahora señala al billete en el piso—, “Al César lo que es del César y a Dios los que es de Dios”. Enojado ya, recogió el billete que había tirado y levantó la voz para decir “Y yo me llamo César, así que me dan mi dinero, señores”. 

Cuando llegué a casa, a salvo por haber contribuido, averigüé sobre la invención del dinero y, sí, encontré textos que hablan de que, si bien no tiene un único inventor, "fue el pueblo de Lydia, Asia Menor, lo que hoy es Grecia y Turquía, uno de los primeros en crear y usar objetos de metal similares a las monedas" (Orsi, A. 2017. ¿Quién inventó el dinero?). Sentí justificado el aporte a cambio de lo aprendido que difícilmente olvidaré: el detalle histórico, la contradicción entre la vida y el dinero y, por supuesto, las risas. Tampoco he de olvidar la astucia de Jilmer de combinar la religión y el dinero, y salir bien librado del cuento.

Ya son casi las 4 de la tarde. Me alejo del pequeño rectángulo de 6 metros de largo por 3 de ancho y busco un tinto en la Av. Las Aguas del centro de Bogotá. Especulo con cierta preocupación sobre el futuro de Jilmer como si lo conociera de hace años. Concluyo que, a pesar de sus adversidades, de su realidad, del caso que lleva ante el Estado por su pensión militar, prefiere enseñarnos a ganar las batallas de la vida dándonos herramientas reflexivas y alcanzable cultura envueltas en consejos, regaños y sonrisas. Salta la pregunta, y el absurdo,: ¿por qué no sucede lo suficiente y con más frecuencia que nuestros alcaldes envíen a trovadores, poetas y locos para que, al paso, nos devuelvan instantes de cordura y que eleven nuestros pensamientos para sacar inteligencia de aquello que más tenemos: adversidad, ahí, a plena luz del día, viéndonos a la cara, riendo; reconociéndonos?

 

LatinAmerican Post | Harry Wong 

Copy edited by Juan Gabriel Bocanegra

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