AMÉRICAS

Simpatizantes de Pedro Castillo, la voz no escuchada en Perú

La élite política de diversos partidos votó al unísono para destituir a Pedro Castillo luego del intento de la disolución del Congreso, sin embargo, no se escuchó a las bases que pusieron al ejecutivo.

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Foto: TW-PedroCastilloTe

LatinAmerican Post | Santiago Gómez Hernández

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Perú no deja de sorprender. Para los que pensaban que un presidente destituido y preso, luego de un fallido autogolpe, era normal para el país inca, masivas protestas (con varios muertos) aumentan la tensión. Miles de manifestantes partidarios del destituido presidente Pedro Castillo se han tomado varias ciudades y mantienen en alerta a todo el país.

El país sudamericano hoy vive una series de protestas que ponen en riesgo el futuro de la nueva presidenta, Dina Boularte. Se han presentado cierres de varias carreteras y dos aeropuertos (Arequipa y Cusco) y ha habido varios enfrentamientos con la policía, que han dejado más de 7 muertos. Aunque las protestas se registran en varias partes del país, se concentran en el sur, el fortín político de Castillo.

¿Cómo puede ocurrir esto cuando el presidente Castillo intentó un golpe de Estado, estaba investigado por corrupción y tenía baja popularidad? La respuesta es sencilla, si hay otra institución con peor imagen en el Perú que el presidente de la República, es el Congreso. Un cambio político entre ambos estaba destinado a recibir el rechazo popular. Dentro del Congreso hay varios políticos con muy poco apoyo y que los peruanos sienten que han impedido a Castillo poder gobernar.

Una convocatoria a elecciones en el futuro

La nueva presidenta, Dina Boularte, preconizó la difícil situación que afrontaba y, por esto, quiso ganar legitimidad convocando a unas elecciones adelantadas. Sin embargo, en vez de mantener la fecha inicial para 2026 (su idea inicial), terminó por adelantarlas para 2024. Pese a que es necesario una logística y presupuesto para poder hacer una transición pacífica, cerca de un año y medio de mandato a una presidencia que no fue electa por voto popular (aunque compartió el tarjetón como vicepresidenta de Castillo) suena a demasiado tiempo.

Además, es un panorama ya conocido. Algo similar ocurrió en los últimos meses de gobierno del expresidente Martín Vizcarra. Vizcarra mismo había quedado como jefe de Gobierno cuando era vicepresidente de Pedro Pablo Kuczynski, quién debió renunciar por acusaciones de corrupción. Con la renuncia de PPK, su vice asumió el mandato y a pesar de mantener una férrea oposición en el legislativo, duró un poco más de dos años, hasta que el Congreso nuevamente destituyó al jefe del ejecutivo.

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Con la salida de Vizcarra, Manuel Merino, del partido Acción Popular y presidente del Congreso, asumió como jefe de Estado. La gente también salió a las calles, especialmente en Lima, y pidió la renuncia inmediata de Merino. Tras esto, llegó Francisco Sagasti del Partido Morado, (quién a su vez había reemplazado a Merino como presidente del Congreso) y llegó a la presidencia prometiendo una convocatoria a elecciones en menos de 6 meses.

Este parece ser el mismo panorama que hoy repite Perú. Un presidente destituido, una vicepresidenta que asume el mandato y unas protestas generalizadas en varias regiones del país.

Es por esto que varios de los manifestantes piden un adelanto en elecciones y que la convocatoria electoral sea a corto plazo y se pueda elegir tanto presidente como Congreso. La crisis institucional de Perú no puede solucionarse solo con la destitución del presidente, sino con un serio compromiso a gobernar y dejar gobernar sin intereses partidarios. La convocatoria para elegir nuevamente a un Gobierno no es la solución, el cambio dentro de la fragmentación de partidos y la lucha por el poder desde el legislativo, deben ceder al vencedor de las elecciones presidenciales. Asimismo, la persona electa también deberá gobernar uniendo esfuerzos y movimientos y no en el sectarismo de su partido. Ningún partido en el Perú acumula la mayoría de votantes y esto demuestra que se debe crear un Gobierno de Unidad Nacional.

No obstante, el problema es aún mayor. Puede que unas elecciones adelantadas calme el descontento actual, pero las manifestaciones son apenas una muestra de la crisis social que hay en el Perú. Las regiones veían en Castillo a un presidente cercano a ellos y en Lima, una urbe alejada al campo y con intereses “racistas”, veían la necesidad de no dejar gobernar a un hombre humilde del campo. Sea cierto o no, es una muestra evidente de los problemas estructurales que Perú ha intentado esconder debajo del tapete, pero que narran una historia que comparten la mayoría de países latinos.

Ahora el destino le otorgó a Boularte, la primera mujer presidenta del Perú, la oportunidad de ser ella la que, con sus acciones, sepa desactivar esta bomba de tiempo o dejar que esta le estalle en sus manos. Las decisiones que tome en las próximas semanas la podrán dejar en la historia reciente del Perú en letras doradas o en mayor olvido, como lo fue Merino o Sagasti.

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