Premios Óscar 2023: el galardón a la película más obediente
Es impresionante cómo los Premios Óscar se han vuelto cada año más predecibles, no porque la calidad de las películas premiadas sea innegable, sino porque cada vez son más obvios los criterios de la Academia para premiarlas. ¿Se han vuelto en los premios a la corrección política?.
Fotos: YT-Diamond Films, Netflix
LatinAmerican Post | Staff
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Este domingo tuvieron lugar los Premios Óscar 2023 en el Dolby Theatre de Los Ángeles. Si bien estos son premios que ya han perdido algo de relevancia, son aún valorados por algunos y comentados por todos. La crítica ya se ha desligado en gran medida de los criterios, cada vez más obvios, de la Academia; pero sin embargo, esta sigue siendo la ceremonia que cierra la temporada de premios y que cuenta con más audiencia.
Este año, dos producciones fueron las más premiadas: "Todo en todas partes al mismo tiempo" se llevó las estatuillas más importantes y "Sin novedad en el frente" se llevó básicamente todas las demás. Estos reconocimientos, si bien eran esperados, fueron bastante criticados. Veremos por qué.
La corrección política en el cine
Sabemos que de algunos años para acá, las películas ganadoras del Óscar reivindican siempre los derechos de alguna minoría o denuncian alguna injusticia social, histórica o del presente. Pero, ¿siempre ha sido así?
No es que el cine de denuncia o de reivindicación sea un fenómeno de este siglo. En la década de los ochenta, por ejemplo, ya Spielberg había hecho "El color púrpura", un drama sobre una mujer afroamericana que lleva una vida de esclava a principios del siglo XX, que, a pesar de haber sido 11 veces nominada, se fue ese año sin ningún Óscar. También Spike Lee, ya para la década del noventa, tenía una carrera cinematográfica formada y reivindicativa. Sin embargo, no fue sino hasta el año 2019 que se llevó el Óscar a Mejor Guión Adaptado por la tal vez más ligera y obediente de sus películas: "BlacKkKlansman".
¿Qué cambió en Hollywood? Si bien la Academia ha preferido durante el casi siglo de su existencia las historias inspiradoras que protejan y conmueven al espectador, fue en 1994, año de estreno de la ganadora del Óscar Forest Gump, que se empezó a discutir el tema de la "corrección política". La bien intencionada corrección política pretendía acabar con el discurso opresor y ofensivo. Así, empezaron a censurar los chistes racistas, misóginos y homofóbicos. La idea era, claro, no ofender a nadie.
Sin embargo, explica Fernanda Solórzano en su libro "Los misterios de la sala oscura", los correctores políticos no aceptaban ambigüedades. Así es que empezó a condenarse incluso los chistes que parodiaban a quienes eran racistas, misóginos y homofóbicos. No solo empezó la preocupación por no reírnos a costa de las personas más vulneradas de la sociedad, sino que luego tampoco debíamos ofender a quienes los vulneraban. Esto, por supuesto, deja un rango estrecho para el humor negro o para casi cualquier tipo de humor.
La era del Me Too y el debate de la representación
El debate feminista en la crítica cinematográfica no es tampoco nuevo. Ya para los años sesenta las críticas de cine pensaban sobre la forma en la que las mujeres éramos representadas. Actrices como Jane Fonda ya desde entonces hacían activismo en favor de las mujeres y denunciaban los papeles nimios que los libretistas les escribían. A esto se sumó recientemente la era del Me Too. Esto hizo que ya no solo las actrices, sino nosotras las espectadoras nos uniéramos en la exigencia de una mayor y más importante e interesante representación de las mujeres en la pantalla.
A las feministas luego se unirían algunas minorías y otras comunidades para hacer de Hollywood un lugar más diverso. Así es que empezó el debate sobre la representación. No solo había una demanda, pues, de más roles femeninos importantes (que en todo caso ha habido en la historia del cine, aunque no en la cantidad que querríamos), sino también de personajes gay, trans, migrantes y de otras culturas.
Hollywood y la Academia, ni cortos ni perezosos, atendieron las necesidades del mercado.
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El cine esclavo de la coyuntura
Así es que, de unos años para acá, las ganadoras del Óscar a Mejor Película deben siempre cumplir no solo con los dictámenes de la corrección política (no incomodar a nadie), sino también con las reivindicaciones que nosotros el público hemos exigido. Por supuesto, esto pone en problemas a varios directores y escritores.
Este año el premio a largometraje documental se lo llevó "Navalny", sobre Alekséi Navalni, líder y activista opositor de Vladímir Putin. Era evidente que se llevaría el Óscar, pues su fórmula es la suma de los ingredientes favoritos de la Academia, presa de la coyuntura. Así, otras historias que tal vez no denuncian, sino que se interesan por temas como el amor, la naturaleza, los celos o la amistad son fácilmente ignoradas, por su aparente poca importancia (pese a ser estos los temas de la literatura universal).
Esto puede explicar también la arrasadora victoria de "Sin novedad en el frente", película alemana sobre la batalla de trincheras en la Primera Guerra Mundial, tema por supuesto vigente hoy, un siglo después, de cara a la otra guerra que se libra en Europa. Esto no significa que estas producciones no merezcan el premio, simplemente da luces sobre lo que para la Academia y el público es más urgente premiar.
La disputa de este año
Este año, en su discurso por el premio a Mejor Guion Adaptado, Sarah Polley agradeció a la Academia por no haberse ofendido con la cercanía de las palabras "mujeres" y "hablan" en el título de su película. Esta declaración pretende ser disruptiva, pero, sin embargo, se hace en el escenario del Dolby Theatre. Esta aparente irreverencia es celebrada, pero, como he dicho, es tan solo aparente. Hace rato que la Academia no se ofende con esto, pues hace rato que este discurso es el que trae regalías.
Tras el debate de la representación, organizaciones que siguen estos temas han inventado criterios para medir algunas películas: cuánto tiempo hablan las mujeres en pantalla, cuántos papeles protagónicos para hombres negros, etc. Gracias a esto, nos hemos podido dar cuenta del sexismo, racismo y homofobia de Hollywood. Sin embargo, estos criterios también han servido para que escritores y directores aprendan la nueva fórmula para recibir premios. Así es que esta herramienta de denuncia se ha vuelto, más bien, en el metro para hacer películas a la medida de las nuevas audiencias y de los votantes de la Academia.
Sin embargo, sabemos que cumplir con una lista de requisitos no hace necesariamente que una película nos emocione, nos sacuda y nos conmueva. Así es que aún se hacen películas que desobedecen a estos criterios y que nos ponen al público y a la Academia en problemas.
Es el caso de "Tár", protagonizada por Cate Blanchett, que presenta a una mujer protagonista que seguramente pasará los criterios de tiempo en que habla en pantalla, pero que además no cumple con los demás requisitos que, de un tiempo para acá, tiene la buena feminista. Es una película esquiva con esta lista de criterios y requisitos, que además los cuestiona. Contradictoria y ambivalente, "Tár" (la película y el personaje) es descaradamente humana.
Por supuesto, no se llevó ninguna estatuilla. Ante Blanchett, ganó Michelle Yeoh, protagonista de "Todo en todas partes al mismo tiempo", quien interpreta a una madre migrante dueña de una lavandería que aprende a aceptar a su hija lesbiana tras recorrer varios universos. Esta película cumple con los nuevos criterios de la Academia y es muy actual en sus formas: acelerada y derrochadora de tiempo y dinero.
Sin embargo, este no es el fin del cine. Las películas desobedientes siempre han existido y no han sido premiadas por la Academia. Ahora que los criterios han cambiado, tal vez la diferencia es la apariencia de irreverencia. Y sin embargo, todos sabremos que las que no obedecieron al algoritmo son las que se van a la casa sin ninguna estatuilla.