Reseña de “Oppenheimer”: La destrucción como un logro
El director Christopher Nolan lleva a la audiencia al origen de la bomba atómica y la carrera del armamento nuclear a través de la historia del hombre que nos dio el poder para destruirnos. Esta es nuestra reseña de “Oppenheimer”.
Foto: Universal Pictures
LatinAmerican Post | Juan Andrés Rodríguez
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“Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos” es una frase de un texto sagrado hindu que fue citada por J. Robbert Oppenheimer tras presenciar la primera explosión nuclear el 16 de julio de 1945. Oppenheimer, apodado como el padre de la bomba atómica, llegó a ver esto como el fin inevitable de la humanidad y lo motivó a ser un vocero por el control del armamento nuclear. Su postura iba en contra de los intereses gubernamentales estadounidenses en la segunda mitad del siglo XX y, por lo tanto, fue objeto del escarnio público con una audiencia de seguridad en 1954 promovida por Lewis Strauss, presidente de la Comisión de Energía Atómica y su mayor enemigo político. Strauss vería las consecuencias de sus actos en 1958 al ser rechazado por el senado en su nombramiento como secretario de comercio, en gran parte por la desaprobación de la comunidad científica.
Los sucesos detrás de estos tres momentos marcan el ritmo de “Oppenheimer”, la doceava cinta del icónico director Christopher Nolan y probablemente su proyecto más ambicioso. Está protagonizada por un inigualable Cillian Murphy como el brillante físico estadounidense que lideró el proyecto Manhattan. Lo que Nolan logra con este trabajo no se puede clasificar como algo menor que brillante e histórico. La apuesta por la filmación práctica, el compromiso del reparto y una estructura narrativa que audazmente balancea entre thriller político y drama judicial: estos tres elementos resultan en una película de proporciones míticas que mantiene un ritmo cautivante a lo largo de tres horas, para al final dejar una sensación ominosa sobre el futuro de la humanidad.
De la bomba al hombre
Es irónico cómo se pueden dedicar años o décadas, empleando el conocimiento acumulado por milenios, para la construcción de algo cuyo objetivo es la destrucción masiva en segundos. Tan fascinante es la elaboración como terrible el resultado y esa ironía es la esencia de “Oppenheimer”, que evita ser una apología bélica sin demeritar el logro monumental del proyecto Manhattan. La producción tiene el objetivo de recrear lo épico que fue construir una ciudad en el desierto para dar vida a la bomba y efectivamente transmite la sensación de atestiguar cómo se escribe la historia.
Nolan es sinónimo de elegancia y para esta cinta busca representar la perspectiva del mundo en la mente de un hombre brillante, que lo observa en términos de átomos y reacciones. Lo visual es un deleite, el cine da un toque mágico a la física. Quienes esperan con ansias la detonación de la bomba serán bien recompensados con una secuencia que lleva la expectativa al límite, en gran parte por la sombría banda sonora de Ludwig Göransson.
Pero estos momentos son secundarios a lo que es el verdadero corazón del filme: los actores. Hay un énfasis en el carácter de su protagonista como un genio que no puede resistir ante la promesa de cambiar el curso de la guerra y la humanidad, cegado por una ambición que lo hace ignorar consecuencias fatales hasta que es muy tarde. Ese contraste de idealismo y arrepentimiento es lo que convierte la actuación de Murphy en titánica, pues deja que su rostro revele el horror a medida que toma conciencia de la irreversibilidad de sus actos.
Pero Murphy no está solo y aunque la filmografía de Nolan cuenta con repartos increíbles, en esta ocasión se siente en particular su peso. Los diálogos y monólogos son prominentes en la narrativa de drama judicial, por lo que gran parte de la película se concentra en una dinámica de intelecto y poder, capacidad de disuasión o acusación. Corresponde mención honorífica a Emily Blunt como Kitty Oppenheimer, con una escena de dos minutos inolvidables. También cabe mencionar a Jason Clarke como el intimidante Robert Robb y, no menos importante, Robert Downey Jr. como Lewis Strauss, cuya perspectiva se retrata en los apartados de blanco y negro de la cinta. Downey Jr. regresa de las fauces de Marvel y su bienvenida probablemente incluya un premio Oscar de la Academia por el retrato de un hombre celoso del poder y genialidad de otros.
También merece premios el montaje de Jennifer Lame. Mantener la atención de la audiencia a lo largo de tres horas, con diferentes temporalidades y perspectivas de los mismos hechos no es algo menor y es gracias a la edición que este resulta ser uno de los trabajos más digeribles del director en cuanto a estructura, algo necesario ante una temática tan densa.
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¿Un final inevitable?
Los últimos trabajos de Nolan han centrado su atención en dos temas: ciencia y guerra. Es una paradoja de los epítomes de las capacidades del ser humano, creación y aniquilación, que en “Oppenheimer” se enlazan para dar cuenta de cómo nuestras mejores cualidades se vuelven el catalizador de la autodestrucción. Se presenta lo absurdo del panorama político del siglo XX, el secretismo de los inicios de la carrera nuclear que hoy mantiene al mundo en vilo y en un tono fatalista da a entender que la onda de esa bomba lanzada hace 79 años se sigue expandiendo.
En una carrera de más de 20 años, Christopher Nolan ha realizado algunas de las obras cinematográficas definitivas del siglo XXI y, por eso, nombrar “Oppenheimer” como uno de sus mejores trabajos no es asunto menor. Lo que permite afirmar esto es que Nolan no solo mantiene el entretenimiento por medio de una técnica impecable, pero además lo hace con una historia tenebrosa e importante sobre la naturaleza autodestructiva de una especie que no se puede resistir al poder, una ambición que dicta el ritmo de un conteo regresivo hacia un final inevitable.
“Oppenheimer” se ha convertido en hito para la historia del séptimo arte por muchos motivos, entre esos las cintas de Imax de 17 km y 200 kg y el fenómeno de Barbenheimer. Pero es su escala para una historia tan tenebrosa lo que la hace trascender y convertirla en un evento que los amantes del cine de hoy tienen la fortuna de presenciar en la pantalla grande.