ANÁLISIS

Impulso al Referendo en Colombia: Atajos, Populismo y Tensiones Legislativas

El gobierno del presidente colombiano Gustavo Petro pretende sacar adelante doce reformas estancadas mediante su sometimiento a un referendo popular, eludiendo así el debate en el Congreso. Aunque estas propuestas sociales gozan de gran respaldo ciudadano, críticos advierten que debilitan las garantías democráticas y alimentan impulsos populistas.

El Referendo como Atajo al Poder

El 1 de mayo, el gobierno de Petro planea presentar ante el Senado doce preguntas de referendo, exigiendo que los legisladores aprueben una consulta nacional sobre reformas que llevan tiempo paralizadas en el Congreso. Entre estas propuestas figuran políticas laborales como la limitación de la jornada diurna, el pago del 100% por horas extra en fines de semana y una mayor protección para las trabajadoras del hogar. Armando Benedetti, ministro del Interior, y Antonio Sanguino, ministro de Trabajo, presentaron las preguntas en una rueda de prensa, revelando así lo que parece ser una frustración del gobierno con la lentitud del proceso legislativo.

Algunos consideran que recurrir al referendo para evitar el trámite legislativo es una acción antidemocrática. En principio, los referendos pueden fortalecer la democracia directa al consultar a los ciudadanos sobre temas importantes. Sin embargo, en la práctica, el gobierno de Petro ha sido acusado de utilizar consignas populistas —como la reducción de la jornada laboral o beneficios de seguridad para trabajadores de plataformas— para imponer cambios de gran calado sin los controles habituales. Los opositores sostienen que este enfoque ha marginado negociaciones legislativas detalladas sobre temas como el derecho laboral, los beneficios sociales y los sistemas de pensión para comunidades rurales.

El impulso del gobierno parece claro: capitalizar el respaldo popular a propuestas laborales. Al plantearlas como preguntas de sí o no, la administración presenta las reformas como imperativos morales en lugar de legislaciones complejas que requieren debate profundo. Si cada pregunta recibe más del 50% de aprobación —siempre que participen unos 13,7 millones de votantes— las medidas propuestas adquirirían fuerza legal. Sus defensores apoyan este enfoque directo. Los colombianos con empleos precarios exigen respuestas urgentes del gobierno en materia de justicia social.

Este procedimiento podría debilitar al Congreso. Una de sus funciones es examinar y corregir los proyectos de ley, afirman autoridades. Este proceso arroja resultados inesperados. Las boletas de votación requieren respuestas simples. Algunos problemas exigen planes de implementación gradual o acuerdos intersectoriales. Los críticos temen que saltarse este proceso por conveniencia política siente un precedente peligroso, animando a futuros líderes a ignorar a los representantes electos cada vez que puedan movilizar la opinión pública con consignas emotivas.

Análisis de las Preguntas: ¿Reformas Prácticas o Señuelos Populistas?

Estos conceptos parecen alinearse con objetivos de justicia social si se observan superficialmente. Los trabajadores de plataformas han denunciado repetidamente que su inestabilidad laboral les impide acceder a beneficios básicos como la cobertura de salud o la compensación por accidentes. Las trabajadoras del hogar —mayoritariamente mujeres— carecen de protección formal, lo que las expone a bajos salarios y prácticas discriminatorias. El gobierno planea mejorar estas condiciones a través de pagos regulares a la seguridad social y un fondo de pensiones para pequeños agricultores.

Sin embargo, el camino para lograr estas metas está en disputa. Políticos de distintos partidos creen que cada opción conlleva complicaciones. Esto convierte una decisión aparentemente sencilla en algo complejo. El apoyo financiero masivo a microempresas, combinado con contratos indefinidos estrictos, puede dificultar la creación de empleo si no se ajusta a las condiciones económicas. Los empleadores podrían rehusarse a contratar nuevo personal si deben pagar más por el trabajo dominical. Bajo las prácticas legislativas habituales, estos temas recibirían análisis en comités, con aportes de expertos, seguidos de debates y revisiones. Las decisiones binarias en un referendo no permiten ese análisis detallado, lo que puede derivar en costos imprevistos y vacíos legales.

Los críticos también destacan el potencial populista del paquete reformista: el gobierno presenta al Congreso como un obstáculo al progreso necesario, al mostrar estas reformas como soluciones morales urgentes a injusticias históricas. Expertos advierten que esta táctica retórica fortalece la narrativa de un ejecutivo que enfrenta heroicamente a élites poderosas. De hecho, declaraciones oficiales han insinuado que si los legisladores no aprueban rápidamente las reformas, “el pueblo tendrá la palabra”. Aunque este lenguaje resuena entre votantes frustrados, muchos temen que signifique una erosión de la arquitectura institucional que sustenta la democracia representativa.

¿Eludir al Congreso: Método Antidemocrático o Legado Duradero?

La cuestión del procedimiento democrático está en el centro de la disputa. En una democracia representativa, el Congreso tiene la tarea de examinar y perfeccionar propuestas de políticas importantes. Garantiza que las opiniones minoritarias sean escuchadas y que las reformas informadas tengan cabida. La administración Petro evita la disidencia dentro de su propia mayoría legislativa recurriendo al referendo. Quienes se oponen afirman que las reformas, si realmente ofrecen beneficios y soluciones prácticas, requieren discusión cuidadosa en el Congreso.

Respecto al referendo, los defensores argumentan que el Congreso ha mostrado falta de apoyo, e incluso oposición, al plan de reformas del gobierno. Señalan que el cabildeo empresarial frenó o debilitó leyes importantes. Aseguran que la clase política tradicional antepone sus intereses al bienestar general. Mediante la consulta popular, creen que se corregirá esta situación desigual y se devolverá el poder a los ciudadanos comunes. Indican que cada pregunta responde a demandas sociales ampliamente compartidas. Los cambios están en sintonía con lo que quiere el público, especialmente las comunidades históricamente marginadas.

Aun así, el método podría sentar un precedente corrosivo. Si un referendo puede anular el debate parlamentario en nombre del respaldo popular, líderes futuros podrían usar este mecanismo para proponer medidas aún más controvertidas. Expertos advierten que estas acciones confunden la participación ciudadana genuina con el populismo desmedido. Algunos temen que ignorar los controles legales habituales pueda dañar la estabilidad del gobierno colombiano. Esta práctica permite a administraciones populares implementar reformas significativas con mínima supervisión.

Pero el éxito de las reformas depende de que más de 13,6 millones de colombianos voten. Dado que muchos ciudadanos votan con poca frecuencia, lograr una participación suficiente podría ser difícil. Quienes las apoyan las describirán como esenciales para la justicia social. Quienes las rechazan probablemente las presenten como promesas irresponsables diseñadas para evitar decisiones difíciles.

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En las próximas semanas, los senadores colombianos decidirán si aprueban la propuesta del referendo. Esto trasladaría la decisión final a los votantes. El debate público se intensifica. Muestra un problema común en la política latinoamericana: el equilibrio entre la participación directa de los ciudadanos y las protecciones de la democracia legislativa. Si el referendo avanza, pondrá a prueba si los poderosos llamados a favor de los trabajadores pueden movilizar suficiente apoyo ciudadano para transformar el panorama laboral colombiano —y si este tipo de táctica tensiona los mecanismos democráticos del país hasta su límite.

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