Advertencia de viaje a México redibuja mapas mientras política, cárteles y turismo chocan

Un nuevo aviso de viaje de EE.UU. califica la violencia de los cárteles en México como “terrorismo”, sacudiendo a la industria turística, avivando tensiones políticas y generando inquietud entre los millones que viajan —o viven— al sur de la frontera. Detrás de este lenguaje contundente hay un mapa coloreado con contradicciones.
La palabra con “T” cambia la narrativa
Por primera vez, el Departamento de Estado de EE.UU. ha vinculado el terrorismo a México en su aviso nacional de viaje, usando un término que eleva de inmediato la urgencia —y la confusión—. Aunque el país sigue en el nivel 2 en general (“ejercer mayor precaución”), la nueva alerta advierte sobre “violencia terrorista, incluidos ataques y actividades relacionadas”, en la misma frase que amenazas ya conocidas como homicidio, secuestro y robo de vehículos.
El mapa resultante es un mosaico de rojo, naranja y amarillo. Seis estados —Colima, Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Tamaulipas y Zacatecas— están marcados como Nivel 4: “No viajar”. Otros ocho, entre ellos Jalisco, Baja California y Sonora, están en Nivel 3: “Reconsiderar viaje”. Solo Campeche y Yucatán permanecen en verde, Nivel 1.
La codificación por colores tiene impacto real. Operadores turísticos, viajeros de negocios y familias mexicoamericanas que planean regresar en verano toman referencias de ese mapa; sin importar lo matizado que sea el texto, incluso para viajeros experimentados que distinguen entre una carretera rural en Zacatecas y un resort en Nayarit, la palabra “terrorismo” se queda. Convierte preocupaciones comunes —como la seguridad vial— en dudas sobre el control del Estado.
Para el millón de estadounidenses que viven en México y los decenas de millones que lo visitan cada año, este nuevo lenguaje supone una escalada retórica. La duda es si refleja un cambio real en el terreno o un giro político en Washington.
Detrás de la etiqueta, una danza geopolítica
El momento del aviso no pasa desapercibido para quienes siguen la relación EE.UU.-México. El expresidente Donald Trump lleva meses exigiendo que el Pentágono trate a los cárteles latinoamericanos como grupos terroristas, incluso sugiriendo acciones militares dentro de México. Su retórica de campaña se ha filtrado en el discurso político, y esta nueva frase —sutil o no— suena como un eco.
Mientras tanto, México ha intensificado sus gestos de cooperación. Dos extradiciones masivas este año llevaron a 29 sospechosos al norte en febrero y otros 26 esta semana. Algunos eran de bajo perfil; otros, no. El Departamento de Justicia de EE.UU. confirmó que Rafael Caro Quintero, acusado del secuestro y asesinato en 1985 del agente de la DEA Kiki Camarena, estaba en el primer grupo.
México pone condiciones —en especial, no extraditar cuando hay pena de muerte—, pero la coordinación es evidente. Un amplio acuerdo binacional de seguridad está cerca de concluirse, mientras la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum marca un límite claro: colaboración, sí; tropas extranjeras, no.
Sheinbaum también ha intentado presentar la etiqueta de terrorismo como un tecnicismo legal, argumentando que no ha surgido una amenaza nueva. “México sigue siendo el principal destino turístico de EE.UU.”, dijo a la prensa. Los datos la respaldan. Desde resorts de playa hasta festivales gastronómicos, México sigue siendo un imán. Pero cada cambio en el lenguaje tiene consecuencias.
Arrestos, picos y la realidad de la represalia
La ola criminal de México no empezó la semana pasada. Su arco se remonta casi dos décadas, desde que el gobierno militarizó la lucha contra el crimen organizado. Aun así, Sheinbaum ha señalado avances: en sus primeros 11 meses en el cargo, los homicidios diarios bajaron más de un 25%, de casi 87 por día a poco menos de 65, el nivel más bajo desde 2015.
En el último año, las fuerzas de seguridad han incautado más de 3,5 millones de pastillas de fentanilo y detenido a 29.000 personas, incluidos líderes de alto rango de cárteles. Omar García Harfuch, jefe federal de seguridad, atribuye estos resultados a investigaciones focalizadas y mejor inteligencia.
Pero las victorias traen represalias. Esto se ve claro en Sinaloa, donde el arresto en agosto de 2024 de Ismael “El Mayo” Zambada desató una ola de violencia. En los primeros seis meses de este año, el estado registró 883 homicidios, cuatro veces más que en el mismo periodo del año anterior. Más de 1.500 desapariciones han sido reportadas, muchas ligadas a represalias criminales o luchas internas.
El caso de Zambada es especialmente enredado. Fue detenido en un aeródromo cerca de El Paso, Texas, y afirma que fue secuestrado por Ovidio Guzmán, hijo de “El Chapo”, y entregado a las autoridades estadounidenses. Si es cierto, revela las traiciones y alianzas cambiantes que marcan el panorama de los cárteles en México. También explica por qué el progreso puede sentirse como un latigazo: arrestos audaces seguidos de caos retaliatorio.
Estas contradicciones —la diferencia entre un promedio nacional a la baja y un repunte estatal— ayudan a entender por qué un mapa con código de colores puede sentirse desconectado de la experiencia real de locales y turistas.

EFE@Juan Manuel Blanco
El turismo se reconfigura en tiempo real
Entonces, ¿cómo sigue atrayendo un país visitantes cuando su mapa se tiñe de naranja y rojo? Cambiando el enfoque. Las autoridades turísticas mexicanas han pasado de vender sol y playa a promocionar gastronomía, música y patrimonio cultural. La apuesta es que la gente venga por más que las playas, y que esas historias más profundas sobrevivan a los titulares sensacionalistas.
Los funcionarios no niegan los riesgos. Piden contexto. Millones circulan por aeropuertos y carreteras sin incidentes cada semana. La mayoría de la violencia, dicen, ocurre lejos de las rutas turísticas. Incluso en zonas de “No viajar”, hay enclaves turísticos que siguen funcionando sin interrupción.
Ahora el gobierno presenta el turismo como un puente hacia la estabilidad, y los viajeros —especialmente la diáspora que regresa— responden. Los visitantes experimentados entienden los matices: que Nivel 4 no significa zona de guerra, que Nivel 2 no significa ausencia de preocupaciones. Reservan a través de plataformas seguras. Evitan carreteras rurales de noche. Siguen la orientación local. Y, en muchos casos, siguen visitando sin problemas.
Pero los riesgos son altos. Una advertencia alarmante puede repercutir en las reservas aéreas, en conferencias de negocios e incluso en intercambios estudiantiles. La etiqueta de “terrorismo” puede tener rédito político en Washington, pero en México es una crisis de imagen en potencia. El gobierno de Sheinbaum apuesta a que la disciplina en el mensaje y la cooperación sostenida mantendrán a raya los peores temores.
Lea Tambien: La Guardia Indígena de Colombia arriesga todo para traer de vuelta a los niños reclutados
Que esa apuesta funcione depende no solo de mapas y opciones militares, sino de lo que los viajeros vean, oigan y decidan por sí mismos. En un país definido tanto por su belleza como por su complejidad, navegar entre riesgo y recompensa siempre ha sido parte del viaje.