El crimen industrializado de Medellín
Las organizaciones criminales de la ciudad colombiana controlan desde el turismo sexual hasta la canasta familiar
Más allá del ejemplo mundial de ciudad innovadora, Medellín sigue siendo una de las ciudades más violentas del mundo aunque las cifras actuales de la administración local traten de decir lo contrario. La reciente captura del ex secretario de seguridad Gustavo Villegas por presuntos nexos con grupos delictivos devela cómo el Estado aún actúa a merced de las exigencias de los combos delincuenciales, sobre todo en Medellín, donde el crimen impera a lo largo y ancho del Valle de Aburrá.
Esto no es un asunto nuevo. El crimen organizado representa uno de los peores flagelos en materia de seguridad en los últimos años: un legado que dejó la guerra del narcotráfico en los años ochenta y que actualmente cobra vigencia a través de estructuras criminales que hicieron de lo ilegal un negocio.
Hay una ausencia de las adecuadas medidas de seguridad en una ciudad que forjó sus cimientos a partir del trabajo honesto y del respeto por la vida. Los esfuerzos de la actual administración no han sido suficientes para contrarrestar el accionar criminal y por eso es necesiario empezar a reflexionar sobre cómo afrontar los retos que nos esperan en materia de seguridad durante los próximos años.
Voceros de Fenalco Antioquia informaron que las extorsiones o vacunas a los comerciantes representan ganancias de al rededor de $17.000 dólares anuales para las organizaciones criminales. El hambre del dinero en Medellín ha llevado a estos grupos a ejercer un control sobre fenómenos como el microtráfico, la extorsión, el turismo sexual y el desplazamiento urbano, al igual que sobre los productos de la canasta familiar: ahora la leche, los huevos y el arroz están siendo “vacunados”. Es tal el poder logístico de estas estructuras que camiones de distribución de cerveza tienen que retornar a las fábricas porque no pueden ingresar a algunas comunas. Además, la más grande productora de licor del departamento, según denuncias del Concejo de Medellín, no puede distribuir sus productos en ciertas zonas periféricas debido a que los grupos delincuenciales les han cerrado las fronteras con el objetivo de controlar la distribución, a partir del comercio ilegal de licor adulterado.
El crimen en Medellín se industrializó y los trabajos de las instituciones encargadas de garantizar la seguridad se reducen a discursos manidos y carentes de resultados reales. Posiblemente lo que ha permitido que este problema se propague ha sido la arbitrariedad del sistema penal. Así Medellín se ha convertido en una ciudad con gran número de empresas criminales cada vez más inhumanas y sedientas de sangre.
Es necesario empezar a desarticular, de manera gradual, estas empresas del delito que han sometido a la ciudad a años de sufrimiento. Así, podremos recobrar la libertad y empezar a convertir las frases de campaña que nos prometen una Medellín más segura en una realidad.
Latin American Post | Andrés Duque Gutiérrez
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