AMÉRICAS

Apelación uruguaya para salvar la vida se convierte en la prueba de gobierno de hoy, 12 años después

Doce años después del alegato de José “Pepe” Mujica en la ONU contra la idolatría del mercado y el individualismo corrosivo, Nueva York rinde homenaje al agricultor-estadista uruguayo. El tributo importa menos como nostalgia y más como instrucción: cómo valorar la vida, integrar regiones y gobernar con humildad.

El día en que un campesino uruguayo cambió la frecuencia de la ONU

El 24 de septiembre de 2013, el recinto de la Asamblea General estaba cargado de geopolítica: la guerra en Siria, el programa nuclear iraní, recriminaciones por espionaje. En medio de ese torbellino entró un hombre que había rechazado las comodidades del palacio para seguir atendiendo una modesta chacra. José “Pepe” Mujica acomodó sus papeles, se puso las gafas y comenzó con cinco palabras desarmantes: “Soy del sur, vengo del sur.”

Dibujó a Uruguay como “esquina del Atlántico y el Plata”, una suave penillanura de puertos, cueros y lana que alguna vez blandió lanzas, pero luego eligió otra vanguardia —“diría, la socialdemocracia se inventó en el Uruguay”, dijo, una frase que sonó tanto a memoria como a desafío, según informó EFE. No fue grandilocuencia; fue contexto. Insistió en que su voz cargaba el peso de “millones de compatriotas pobres” a lo largo de los barrios, páramos y selvas de América Latina. Habló menos como presidente que como vecino.

Ese encuadre —el sur primero, la gente primero— refractó todo lo que siguió. Mientras otros líderes analizaban alcances balísticos y conteos de centrifugadoras, Mujica insistió en que la crisis por debajo de todas las crisis era espiritual y civilizatoria. No desestimaba la seguridad; reordenaba las amenazas.

Contra el “dios mercado”, por la primacía de la vida

La afirmación central de Mujica ha envejecido con inquietante precisión: la humanidad desplazó “los viejos dioses inmateriales” y entronizó “el dios mercado”, prometiendo el despilfarro como destino. La factura ecológica y social ya llegó. No predicó austeridad; pidió cordura. “Piensen que la vida humana es un milagro… nada vale más que la vida”, exhortó, cerrando con un llamado a “salvar la vida”, según registró EFE. En 2013 sonó como una ética; en 2025, se lee como una guía de supervivencia.

¿Qué significaba “salvar la vida” en el registro de Mujica? Significaba una política entrelazada con la ciencia, no con el maquillaje; economías organizadas en torno a la suficiencia y no al exceso compulsivo; tiempo recuperado del frenesí consumista y devuelto al afecto, al oficio y a la comunidad. Significaba que la política climática, la salud pública y la dignidad laboral no son añadidos; son la trama principal.

Para un líder que legalizó el cannabis, reconoció el matrimonio igualitario y amplió las protecciones sociales, la línea entre retórica y gobierno era corta. Quería sociedades lo bastante resilientes para decir “basta” a la falsa urgencia de tener más y lo bastante valientes para emprender la tarea más compleja de ser mejores.

Integración como realismo, sencillez como poder

El “sur” de Mujica nunca fue una marca de agravio. Era una geografía de cooperación. Su viuda, Lucía Topolansky, y el canciller uruguayo, Mario Lubetkin, han descrito cómo él rechazaba la etiqueta estrecha de “latinoamericanos” y prefería la más abarcadora de “amazónicos”. No solo apoyaba el regionalismo; imaginó una bandera y un himno —símbolos de corresponsabilidad más que de uniformidad— porque los símbolos, bien elegidos, pueden hacer que la cooperación se sienta tan natural como el clima.

Ese sentido de “patria común”, que invocó en la ONU, no era una pose. Era la arquitectura política detrás de una vida de trabajo por la integración —pragmática, a veces lenta, siempre orientada a bajar la temperatura en un vecindario de sangre caliente—, según testimonios recogidos por EFE y la larga trayectoria de su pensamiento.

Críticamente, Mujica unió esa visión integradora con un estilo que volvía legibles las cosas difíciles. Lubetkin dijo a EFE que el discurso resonó porque hizo que los “temas complejos” se sintieran simples sin ser simplistas. Raquel Pannone, su médica, recordó que la ovación “superó a otras”, una confirmación humana espontánea de que la claridad puede atravesar el protocolo. Esa es otra lección del mujiquismo: en una era de maximalismo y marcas, la sobriedad es un superpoder. Cuanto más espectacular se vuelve el mundo, más autoridad acumulan los líderes que lo explican en voz baja.

EFE/ Justin Lane

Por qué importa hoy el homenaje en Nueva York

Los homenajes pueden convertirse en formas de preservación si congelan a una figura en ámbar. El tributo de esta semana en la Universidad de Nueva York —gestado, informó EFE, en un encuentro donde Pedro Sánchez (España), Gabriel Boric (Chile), Gustavo Petro (Colombia), Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil) y Yamandú Orsi (Uruguay) invocaron el discurso de 2013— no importará si se queda en aplausos. Importará si se convierte en taller.

Tome la advertencia de Mujica sobre el “dios mercado”. Tradúzcala al presente: carreras armamentistas en IA que priorizan el cómputo sobre las consecuencias; ciudades con estrés hídrico que albergan centros de datos sedientos; sistemas alimentarios diseñados para desperdiciar; una economía de la atención optimizada para la agitación; finanzas climáticas que protegen a inversionistas de frontera mientras omiten a los agricultores de frontera. “Salvar la vida” obliga a los líderes a invertir esas lógicas: tratar los límites planetarios y la dignidad humana como el primer insumo de cada decisión, no como el último párrafo de un comunicado.

Considere su insistencia en la integración. El renacimiento de América Latina no se medirá por el estruendo de los podios sino por líneas de transmisión que compartan electrones limpios, trenes transfronterizos que muevan bienes a velocidad humana, pactos de salud pública que detengan al próximo patógeno antes de que se propague y redes de investigación que eleven a la ciencia regional de subcontratista a protagonista. Las banderas y los himnos pueden inspirar. Las redes eléctricas, la fibra y los acuerdos de confianza perdurarán.

Lea Tambien: Por qué el 19 de septiembre sigue sacudiendo a la Ciudad de México — y lo que debe cambiar

Finalmente, imitemos su gramática de humildad. Mujica nunca fingió ser perfecto. “Los errores fueron hijos de su tiempo”, dijo sobre su militancia juvenil, asumiendo la historia en lugar de borrarla. Ese tipo de franqueza es rara e invaluable. Engendra legitimidad, y en democracias polarizadas, la legitimidad es un recurso renovable que estamos quemando demasiado rápido. Los líderes que hablan con claridad sobre los dilemas, admiten errores y viven con sencillez —aun cuando el poder les invita a vivir a lo grande— pueden restaurar algo de lo que los algoritmos nos han arrebatado.

Related Articles

Botón volver arriba