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Bombardeos en Colombia, Niños Soldados y un Proceso de Paz Fracturado Hoy

Los últimos bombardeos de Colombia contra disidentes de las FARC han matado a niños reclutados, desatando una tormenta sobre el derecho humanitario, la responsabilidad presidencial y la cruel lógica de los niños soldados, mientras el presidente Gustavo Petro defiende su estrategia y familias en duelo e investigadores exigen respuestas en todo el país.

Una Nueva Guerra Dentro del Viejo Acuerdo de Paz

Cuando Colombia firmó su histórico acuerdo de paz con las FARC en 2016, muchos creyeron que el país finalmente había dejado atrás décadas de bombardeos en la selva y reclutamiento guerrillero, pero la aparición de grupos como el EMC revela cuán frágil y complejo sigue siendo el proceso de paz.

El EMC surgió de los frentes primero y séptimo de las FARC, unidades que rechazaron el acuerdo de paz y se negaron a deponer las armas. Según el Ministerio de Defensa de Colombia, sus filas han crecido alrededor de un veinte por ciento este año, dejando al grupo con un estimado de cuatro mil miembros armados. Se financian a través de los motores ya conocidos de la economía ilegal colombiana: narcotráfico, minería ilegal y extorsión.

Sus operaciones comenzaron en los remotos departamentos de la región de la Orinoquía—Guaviare, Meta, Guainía y Vaupés—pero no se quedaron confinados a la selva. Con el tiempo, los frentes del EMC se expandieron a Putumayo, Casanare, Arauca, Tolima, Huila, Cauca, Valle del Cauca y Nariño, avanzando hacia zonas que esperaban ver más presencia estatal y menos control armado tras el acuerdo de paz.

El presidente Gustavo Petro intentó inicialmente enfrentar ese desafío mediante el diálogo. Su gobierno abrió negociaciones de paz con el EMC como parte de su política insignia de ‘paz total’. Pero en 2024, esas negociaciones se suspendieron en medio de enfrentamientos crecientes, y luego se reanudaron parcialmente solo con una facción menos beligerante del grupo. El resto del EMC continuó combatiendo—y reclutando—lo que resalta la amenaza persistente para la estabilidad de Colombia.

Iván Mordisco, Un Comandante Fantasma Reaparece

En el centro de este nuevo conflicto está Néstor Gregorio Vera, más conocido por su alias Iván Mordisco, el hombre que ahora es descrito como el comandante rebelde más buscado de Colombia. Exlíder del primer frente de las FARC, se ha convertido en el rostro de la negativa del EMC a desmovilizarse.

En julio de 2022, el ejército colombiano anunció que Mordisco había muerto en un bombardeo en el departamento sureño de Caquetá. Su muerte fue ampliamente reportada, celebrada en algunos sectores y tomada como prueba de que el Estado aún podía decapitar a los grupos disidentes. Pero, como otros comandantes en la larga guerra de Colombia, resultó difícil de enterrar. Este año, volvieron a circular rumores sobre su posible muerte tras otra operación militar—solo para que reapareciera.

La semana pasada, Mordisco reapareció en un video que circuló en redes sociales, amenazando al gobierno en respuesta directa a los últimos bombardeos. Esos ataques, ordenados por Petro contra campamentos del EMC, habían matado al menos a una docena de menores que habían sido reclutados por el grupo. El mensaje era claro: el EMC no aceptaría en silencio estos bombardeos, incluso mientras el país quedaba conmocionado por la revelación de que entre los muertos había niños.

El video, reportado por EFE, complicó el cálculo político en Bogotá. El hombre que el Estado había declarado muerto dos veces no solo estaba vivo, sino que también utilizaba la muerte de menores reclutados como munición en la guerra de propaganda.

EFE/ Ernesto Guzmán

Doce Niños Muertos y un Campo Minado Humanitario

Las cifras detrás de la indignación son contundentes. Los recientes bombardeos contra campamentos del EMC han dejado al menos doce menores muertos, todos ellos parte de las filas armadas del grupo. Según el Instituto de Medicina Legal de Colombia, cuatro niñas y tres niños murieron en un bombardeo el 11 de noviembre en Guaviare, una operación que dejó un total de veinte guerrilleros muertos.

Otros cuatro menores murieron en un bombardeo el 1 de octubre en Caquetá, durante una ofensiva contra unidades del EMC que, según el gobierno, mantenían campamentos con reclutamiento activo de adolescentes. Un último menor murió en una operación el 13 de noviembre en Arauca, en la frontera con Venezuela, en un ataque dirigido al anillo de seguridad alrededor del propio Mordisco.

Gustavo Petro, antes crítico de las acciones militares que afectaban a menores, ahora enfrenta el reto de equilibrar las operaciones de seguridad con el riesgo de que estos bombardeos perpetúen ciclos de violencia y dificulten los esfuerzos de paz a largo plazo, especialmente cuando hay niños involucrados.

El debate se ha centrado en el principio fundamental del derecho internacional humanitario (DIH), conocido como ‘distinción’: la obligación de diferenciar en todo momento entre combatientes y civiles, y de tomar medidas extraordinarias para proteger a quienes gozan de protección especial, como los niños reclutados ilegalmente por grupos armados, enfatizando la responsabilidad moral de respetar los estándares de derechos humanos.

La Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Colombia expresó su “profunda preocupación” por la muerte de los primeros siete menores, mientras que al mismo tiempo coincidió con el gobierno en que los grupos armados que reclutan menores efectivamente los convierten en “escudos humanos”, un acto que constituye un crimen internacional.

En entrevista con EFE, el general Luis Carlos Córdoba, comandante de la Fuerza Aeroespacial Colombiana, insistió en que los bombardeos contra grupos armados ilegales continuarán siempre que sean “estrictamente necesarios”. Sus palabras subrayaron la postura militar: que los campamentos del EMC son objetivos legítimos y que la responsabilidad por las muertes de menores recae primero en quienes los reclutan.

Petro Entre la Paz Total y la Responsabilidad Total

Atrapado en el medio está el propio presidente Petro. Enfrentando críticas de todo el espectro político, ha asumido públicamente la responsabilidad política por la operación en Guaviare y se ha disculpado formalmente con las familias de las víctimas. Al mismo tiempo, ha defendido la legalidad y necesidad del bombardeo.

Según Petro, la operación cumplió con el derecho internacional humanitario porque “no había civiles” presentes y el Ejército “no sabía” que había menores en el campamento. Ha argumentado que el bombardeo evitó una posible emboscada de unos 150 combatientes del EMC contra soldados desplegados en la zona. En su opinión, detener este tipo de operaciones crearía un incentivo perverso para que los grupos armados recluten aún más niños, apostando a que la presencia de menores los protegería de los bombardeos.

La contradicción es brutal: el Estado explica la muerte de menores reclutados como un error trágico y a la vez como un disuasivo necesario.

Mientras tanto, las propias instituciones encargadas de vigilar la conducta del Estado en la guerra han iniciado sus propias revisiones. Entidades como la Procuraduría General y la Fiscalía Penal Militar y Policial han abierto investigaciones sobre los bombardeos para determinar si se respetaron los principios de precaución, humanidad y proporcionalidad, como exige el derecho internacional humanitario.

Para las familias en Guaviare, Caquetá y Arauca, esos términos legales se sienten lejanos a su dolor. Para las comunidades que viven bajo control del EMC, el mensaje es igualmente duro: la guerra que creían terminada en 2016 sigue librándose, ahora bajo la bandera de la “paz total”.

Y para Colombia en su conjunto, la imagen es devastadora. Un gobierno elegido con la promesa de priorizar el diálogo se ve defendiendo bombardeos que mataron a niños que las guerrillas nunca debieron reclutar. Al mismo tiempo, el comandante disidente más buscado del país aparece en pantalla para amenazar con más derramamiento de sangre. En esa tensión entre ley, política y pérdida, la lucha de Colombia por escapar de su propio pasado vuelve a ser dolorosamente visible.

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