AMÉRICAS

Colombia y Perú navegan tensiones crecientes por una isla cambiante en el Amazonas

Bajo la densa humedad de la cuenca amazónica, donde la superficie del río oculta cambios lentos pero constantes, Colombia y Perú están enfrascados en una disputa por un pedazo de tierra que ni siquiera existía hace un siglo. Nacida de la corriente inquieta del río, la isla se ha convertido en un punto álgido diplomático, donde la hidrología se cruza con la historia y el sedimento agita las aguas políticas.

De la legislación a la fricción en las calles

La última escalada comenzó el 12 de junio, cuando el Congreso de Perú aprobó por unanimidad la creación del Distrito de Santa Rosa de Loreto, en la región peruana de Loreto. La capital del distrito, Santa Rosa, se encuentra justo al otro lado del río frente a Leticia, Colombia. Pero la legislación, publicada en El Peruano el 3 de julio, definió la jurisdicción de una manera que, desde la perspectiva de Bogotá, abarcaba territorio que nunca se asignó formalmente a ninguna de las dos naciones.

La reacción de Colombia fue rápida. El 20 de junio —y nuevamente el mismo día en que la ley apareció en prensa— presentó protestas diplomáticas, instando a reactivar la Comisión Permanente de Inspección de la Frontera (Comperif), un organismo bilateral creado precisamente para tratar este tipo de asuntos. La Cancillería insistió en que la llamada isla de Santa Rosa surgió después de la asignación de islas de 1929 y “no ha sido asignada al Perú”, subrayando que solo un acuerdo mutuo podría resolver tal cuestión.

La respuesta de Perú, emitida al día siguiente, rechazó por completo la reclamación colombiana. Lima reafirmó lo que llamó sus “derechos legítimos de soberanía” y argumentó que el área ha estado bajo administración peruana desde hace mucho tiempo. El 5 de agosto, el presidente colombiano Gustavo Petro intensificó la situación acusando a Perú de “apropiarse de territorio que pertenece a Colombia”, lo que provocó una réplica igualmente firme de la presidenta peruana Dina Boluarte.

Tratados anclados en un río inestable

Las raíces legales de la disputa se remontan a más de un siglo atrás, al Tratado Salomón–Lozano de 1922. Este “Tratado sobre Límites y Navegación Fluvial” fijó la frontera a lo largo del thalweg del río Amazonas —la línea que sigue el canal navegable más profundo— hasta el punto donde el río se encuentra con la frontera brasileña. Ratificado en 1928, fue cartografiado con detalle al año siguiente por una comisión de demarcación conjunta.

Como explicó a EFE el exministro de Relaciones Exteriores de Colombia, Julio Londoño Paredes: “Un río siempre tiene un canal más profundo por donde navegan los barcos para evitar encallar. En el Amazonas, ese canal más profundo se definió en 1928 y se cartografió en 1929.” El principio de la comisión era sencillo: cualquier isla en el río pertenecería al país cuya orilla estuviera más cerca.

Ese proceso asignó a Colombia islas como Zancudo No. 2, Loreto, Santa Sofía, Arara, Ronda y Leticia; y a Perú, entre otras, Tigre, Coto, Zancudo, Cacao, Serra, Yahuma y Chinería. Esta última, Chinería, es clave en el argumento de Lima, que sostiene que la formación en disputa está físicamente unida a ella. Bogotá sostiene que Santa Rosa es distinta, formada por acumulación de sedimentos mucho después de la asignación original.

Ecos de un viejo conflicto

La tensión inevitablemente recuerda el conflicto entre Colombia y Perú de 1932–1933, desencadenado cuando civiles y soldados peruanos tomaron Leticia. La breve pero amarga guerra terminó con el Protocolo de Río de Janeiro de 1934, que reafirmó el Tratado Salomón–Lozano y obligó a ambas naciones a resolver sus disputas mediante la diplomacia o el arbitraje, nunca por la fuerza.

Hoy, ambos países invocan esa historia para justificar sus posturas. Petro califica la ley distrital peruana como “un acto unilateral” que incumple los compromisos bilaterales. Perú responde que el territorio en cuestión ha sido de facto peruano durante décadas, sin objeciones previas de Colombia. En Santa Rosa, la vida cotidiana continúa casi igual que siempre, con comercio, lazos familiares y tráfico fluvial cruzando líneas invisibles en el agua.

Pero los intereses van más allá de lo simbólico. Leticia es el único puerto colombiano sobre el cauce principal del Amazonas. Cualquier cambio en el curso del río —o en la interpretación de su canal navegable— podría tener consecuencias estratégicas y económicas, reduciendo la ventana de Colombia hacia el Atlántico a través del Amazonas.

EFE/ Stringer

Cuando el río escribe sus fronteras

El problema es que, aunque los tratados permanecen inmóviles en el papel, el Amazonas está lejos de ser estático. Desde al menos la década de 1970, la sedimentación cerca de Leticia ha modificado los canales, creando nuevas formaciones y desplazando sutilmente la ruta navegable. Lo que antes era agua abierta puede, en pocos años, convertirse en un banco de arena o en una isla: un territorio no cartografiado con el potencial de alterar el control local.

Para Bogotá, Santa Rosa es una de varias formaciones de este tipo, cuyo estatus no está definido y, por tanto, es materia de negociación. Para Lima, es una extensión de Chinería y, por ende, claramente peruana. Entre ambas posturas se encuentra el reto de reconciliar mapas estáticos con un río que se reescribe en limo cada temporada de lluvias.

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El primer intento formal de desenredar el asunto está programado para el 11 y 12 de septiembre, cuando el Comperif se reúna en Lima. Falta por ver si ese encuentro producirá un levantamiento técnico, un compromiso diplomático o simplemente más gestos públicos. Mientras tanto, la isla —nacida del agua y el barro— sigue como recordatorio de que, en el Amazonas, los cambios de la naturaleza pueden agitar tratados, política y orgullo nacional.

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