AMÉRICAS

Crisis monetaria de Bolivia y la batalla entre dos derechas

Tras dos décadas de dominio del MAS y tres años de caída libre de la moneda, los bolivianos enfrentan una elección poco familiar: dos conservadores que ofrecen remedios opuestos. Uno apuesta por la terapia de choque del FMI y la austeridad; el otro, por legalizar la economía en las sombras y atraer los dólares escondidos de vuelta al país. Ambos prometen salvación. Ninguno puede prometer que será indoloro.

Un giro a la derecha nacido del agotamiento

La política boliviana está cambiando bajo el peso de la escasez. Después de casi 20 años de gobierno de un solo partido —el Movimiento al Socialismo (MAS)—, las interminables colas por combustible, los estantes vacíos y los rumores de tipos de cambio en el mercado negro han llevado a los votantes al límite. En la primera vuelta de agosto, el MAS tuvo un desempeño tan pobre que casi perdió su personería jurídica: un colapso sorprendente para un partido que alguna vez encarnó el orgullo nacional.

Ahora el futuro del país se debate entre dos candidatos promercado que comparten el apetito por la reforma, pero discrepan en la velocidad de su aplicación. Su tarea inmediata es brutalmente simple: atraer dólares de regreso al sistema e importar suficiente combustible para acortar las filas. “Esto no se va a resolver rápido, tomará tiempo”, dijo Luisa Vega, una vendedora de peluches de 63 años en El Alto, mientras esperaba sin clientes en su puesto, en declaraciones a la AP.

Sus palabras reflejan el ánimo de un país que funciona con las últimas gotas de confianza. Bolivia ha gastado su credibilidad como si fuera divisas: con cuidado al principio, y luego de golpe. Las reservas internacionales, antes sólidas gracias a los altos precios del gas, están casi agotadas. La inflación alcanza su nivel más alto desde principios de los años 90. Y la otrora poderosa maquinaria del MAS se fragmenta en facciones rivales y recriminaciones. Lo que queda es fatiga —y un anhelo de competencia, venga de quien venga.

Caos cambiario y la economía fronteriza que no espera

Para experimentar la crisis boliviana, basta ir a Desaguadero, a dos horas de La Paz, justo antes del amanecer. Allí, balsas cargadas con pan, aceite y combustible cruzan el lago hacia Perú, donde los productos subsidiados bolivianos se venden al triple del precio. El Estado culpa a los contrabandistas por la escasez. Pero los contrabandistas son síntomas, no villanos, en un sistema donde el tipo de cambio oficial se ha desplomado y los precios cambian al ritmo de los rumores.

La aritmética del mercado negro es implacable: un sol peruano compra casi cuatro bolivianos, informó la AP. Para personas como Ronald Vallejos, que transporta harina y azúcar a través de la frontera, es una oportunidad disfrazada de necesidad. “Las crisis son oportunidades”, dijo a la AP, admitiendo que esconde soles peruanos bajo el suelo de su casa.

A medida que desaparecen los dólares, los importadores se detienen y los controles de precios hacen que el comercio legal sea improductivo. Se forman filas frente a panaderías subsidiadas; los rumores sobre entregas de aceite o arroz hacen que las multitudes corran de un barrio a otro. “El gasto innecesario, la especulación y el contrabando están empeorando la situación, incrementando los precios hasta en un 300% en algunos casos”, advirtió el viceministro de Defensa del Consumidor, Jorge Silva, quien dijo a la AP que unos vendedores enojados una vez lo echaron de un mercado cuando trató de verificar precios.

El contrabando se ha convertido en el riesgo moral de la escasez. Cuando el Estado no puede proveer, la frontera lo hace. Lo que antes parecía robo ahora se siente como supervivencia.

Dos remedios de derecha: uno amargo, otro improvisado

El primer candidato, Jorge “Tuto” Quiroga, ofrece la cura de manual. Expresidente e ingeniero formado en Texas A&M que trabajó en IBM, promete acudir al FMI, al Banco Mundial y al BID en busca de miles de millones en fondos de rescate. A cambio, eliminaría los controles de precios, recortaría subsidios y buscaría atraer capital extranjero al gas y al litio. “Vamos a cambiar todas las leyes. Vamos a cambiar Bolivia”, prometió en su cierre de campaña, según la AP.

Para algunos, es finalmente una supervisión adulta. Para otros, es un déjà vu: los fantasmas de la austeridad de los años 80 con traje nuevo. Su discurso de restaurar disciplina y reabrirse a EE.UU. y Europa suena audaz en un país que pasó décadas desafiando a Washington. Sin embargo, la ortodoxia tiene costos: los grupos indígenas de los salares ya advierten que resistirán la extracción de litio que consume agua, y los sindicatos perciben una historia conocida: sacrificio para muchos, ganancia para pocos.

Su rival, Rodrigo Paz, ofrece algo más caótico y más boliviano: legalizar lo que ya existe. El senador centrista quiere formalizar lo informal: sacar los dólares de los colchones, legalizar los autos de contrabando, ofrecer amnistías fiscales y permitir que los actuales contrabandistas fronterizos se registren como comerciantes transfronterizos con tarifas fijas. “Ya no habrá contrabando, todo será legal”, dijo ante una multitud que lo aclamaba, según la AP.

El plan de Paz es menos FMI y más improvisación, una especie de venta de garaje fiscal: si no puedes pedir dólares prestados al mundo, encuéntralos en casa. Su compañero de fórmula, Edman Lara, ex capitán de policía que se volvió viral en TikTok por denunciar la corrupción, ha convertido la campaña en un espectáculo populista. “Todos están en su contra —los medios, las encuestadoras— eso significa que tiene mi voto”, dijo Salomé Ramírez, una trabajadora de 37 años de La Paz, citada por la AP.

Pero la improvisación de Paz conlleva sus propios riesgos. El populismo sin filtros de Lara —prometiendo renta universal y grandes aumentos de pensiones— ha obligado a su compañero a tranquilizar a los mercados asegurando que el orden fiscal sigue siendo importante. “Paz y Lara están visitando lugares a los que otros presidentes no han ido”, dijo José Torres Gómez, un estudiante de 28 años en El Alto, a la AP, señalando que “hablan con la gente más pobre que más necesita su ayuda”.

Quiroga vende medicina amarga con pulido tecnocrático. Paz vende primeros auxilios con carisma. Uno promete reabrir la economía a los prestamistas; el otro, reabrirla a sí misma. Ambos apuestan por el tiempo y la confianza que aún no tienen.

EFE/ Gabriel Márquez

Lo que está en juego detrás de los eslóganes

La pregunta más profunda no es quién arreglará los números, sino quién podrá reconstruir la fe. Los bolivianos están cansados de los milagros, sean socialistas o neoliberales. El MAS una vez prometió dignidad e inclusión, y durante un tiempo lo logró, aprovechando el auge de las materias primas para reducir la pobreza y expandir la educación. Pero cuando se acabó el dinero, el sistema se estancó.

Ahora, el agotamiento —no la ideología— empuja a los votantes hacia la derecha. El plan de Quiroga corre el riesgo de provocar protestas si la austeridad llega antes que el alivio. La apuesta de Paz corre el riesgo de provocar caos si su ola de legalización inunda el sistema con una fe falsa en una moneda en caída. En cualquier caso, el próximo presidente heredará una economía fronteriza que ha aprendido a vivir sin el Estado y una capital cuya paciencia se mide en horas de espera en fila.

También hay un componente geopolítico. Una victoria de Quiroga realinearía a Bolivia con Washington de la noche a la mañana, complaciendo a los inversionistas pero reavivando temores de tutelaje extranjero. Paz avanzaría más lentamente, tratando de tapar los agujeros fiscales internamente antes de buscar préstamos externos. Ambos caminos convergen en una misma realidad: Bolivia necesita dólares y estabilidad más que ideología.

“¿Quién va a tener confianza ahora?”, preguntó Vega en ese frío mercado de El Alto, con una frase que corta el ruido político. Es la pregunta que decidirá la elección.

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Al final, la peor crisis económica de Bolivia en cuatro décadas ha producido dos caminos hacia la derecha: uno pavimentado con contratos del FMI, el otro con contrabando legalizado. Uno exige disciplina; el otro, pragmatismo. Ambos requieren coraje. Ninguno ofrece milagros.

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