El chiste flojo de Guatemala
Al escenario del Teatro Nacional de Guatemala suelen subir músicos y actores, pero el 14 de enero de 2016 había casi doscientos políticos de pie, con el cuerpo hacia el público y la mano derecha sobre el corazón.
El único actor profesional sobre el escenario era también el nuevo presidente de Guatemala. Jimmy Morales subía y bajaba la voz. Modulaba. Levantaba los brazos. Hablaba de honor, sacrificio y esperanza como el narrador de un filme dramático: “Por nuestra patria, que vuelve a nacer, me comprometo a dar lo mejor de mí”.
Aplausos.
Minutos después cerró el telón. Morales, su esposa, el vicepresidente y los 158 diputados del congreso desaparecieron tras las cortinas rojas. Lo que inició como una ceremonia oficial parecía un acto de magia: al teatro entró un cómico y salió un presidente.
Señor presidente
“Durante 22 años les he hecho reír. Si gano las elecciones, prometo que no les voy a hacer llorar”, dijo Jimmy Morales durante su campaña. El comediante y productor de televisión que Guatemala eligió como presidente está punto de cumplir su primer año en el poder pero no parece que su actuación como mandatario haya hecho mucha gracia a los ciudadanos.
En septiembre del año pasado, Morales asistió a la presentación que su ministro de Finanzas realizó del presupuesto 2017 y se quedó dormido a media sesión. El mismo mes, su hijo y su hermano fueron señalados por su presunta participación en un caso de corrupción. Según el Informe Nacional de Desarrollo Humano 2015/2016 de Guatemala, la mayor parte de los hogares no cuenta con seguro médico o seguridad social. Más del 70 por ciento de la población, dice el informe, carece de ingresos para cubrir la canasta básica familiar.
“La ausencia de un plan de gobierno, de un equipo de trabajo confiable y su inexperiencia política siguen siendo las principales características del gobierno de Morales”, dijo esta semana Mario Itzep, dirigente del Observatorio Indígena de Guatemala, una nación que tiene más de 40 por ciento de población indígena.
En el país que cumple 20 años de haber firmado la paz y uno de haber elegido a un candidato antisistema para asumir la presidencia aún queda mucho por hacer. La gente ya no muere o desaparece a media calle por expresar ideas contra el gobierno en medio de una guerra civil, pero la violencia en Guatemala cobra un promedio de 28,3 homicidios por cada 100.000 habitantes.
‘Ni corrupto ni ladrón’
Mientras duró su campaña, Jimmy Morales repitió ese eslogan una y otra vez. En la memoria de la Guatemala que lo escuchaba había décadas de gobiernos militares que para reprimir la insurgencia crearon un país inseguro y violento. Solo durante la Guerra Civil (1960-1996) desaparecieron 45.000 y murieron 200.000 ciudadanos.
Antes de Morales también hubo un militar: en septiembre de 2015, a tres años de haber asumido el poder, el general retirado Otto Pérez Molina renunció a la presidencia para enfrentar acusaciones por delitos de cohecho, asociación ilícita y defraudación aduanera.
Los guatemaltecos estaban hastiados y enojados; salían a las calles a protestar. “¡Todos los políticos son corruptos!”, se leía en pancartas de manifestantes en la capital del país.
Guatemala gritaba y Jimmy Morales escuchó.
El comediante aseguraba en sus mítines que podían señalarlo por su inexperiencia política, pero nunca por robar. Su actuación frente al público surtió efecto y en menos de un año la gente le creyó: el Frente de Convergencia Nacional (FCN) anunció su candidatura en mayo, ganó las elecciones en octubre y en enero aceptó la banda presidencial.
Después de las elecciones, la prensa local e internacional se preguntaba cómo hizo Jimmy Morales para ganar. Al igual que Donald Trump, era el candidato que nadie se tomaba en serio y al final resultó vencedor.
También como Trump, Morales era un novato en la política pero no en la persuasión. Durante 18 años, un programa de comedia llamado Moralejas le abrió las puertas de un público que necesitaba menos drama y más humor. Él no sedujo a los guatemaltecos con promesas en un mitin; primero los hizo reír.
Nuevos escenarios, nuevos actores
En su libro Homo Videns, el politólogo Giovanni Sartori escribió que el poder de la imagen está al servicio de las dictaduras, de las elecciones libres y que puede condicionar fuertemente el proceso electoral. Casi dos décadas después, el potencial de la televisión como trampolín político dejó de ser latente y se volvió real: la herencia que ha dejado el desencanto hacia los políticos tradicionales es un nuevo actor —un nuevo candidato— al que podrían bastarle un escenario y un micrófono para seducir a la sociedad.
No todos nuestros presidentes cuentan chistes ni son estrellas televisivas, pero tampoco todos tienen experiencia política o militar. Algunos cambiaron la oratoria por una cuenta de Twitter y el título en Derecho o en Ciencias Políticas por una empresa rentable.
En Argentina, Paraguay y Panamá gobiernan empresarios. Haití votó en noviembre por un hombre de negocios. En Ecuador y Chile habrá elecciones en 2017 y entre los favoritos hay un banquero —Guillermo Lasso— y un multimillonario —Sebastián Piñera— que figura en páginas de Forbes.
La búsqueda de un candidato ajeno al sistema surge tras décadas de desprecio y crítica a la política, dice Christopher Sabatini, catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad de Columbia. “La hemos denigrado y ensuciado tanto en el debate popular que se ha creado la idea de que los políticos, por naturaleza, son corruptos y deben ser remplazados”.
Hoy, entre algunos votantes, la inexperiencia de un candidato se percibe como algo positivo. Que lleguen poco preparados a los debates, que sus discursos carezcan de argumentos y que propongan políticas poco viables es parte de su encanto. Ahora, explica Sabatini, parece fácil pensar que cualquiera que no sea político podría gobernar.
Un guion seductor
A mediados de 2015, Jimmy Morales empezó a recorrer Guatemala y a recordar su vida pasada en apariciones públicas. En cada mitin alternaba al candidato con el cómico y al cómico con el joven humilde y trabajador que hizo camino al andar.
Tenía tres años cuando su padre murió. Su madre quedó endeudada con dos hijos y él creció en un pueblo sin asfalto ni drenaje. Luego empezó a trabajar: vendió plátanos y ropa usada; vendió zapatos y gaseosas; vendió y vendió. Luego puso una productora y él triunfó solo.
Entre sus personajes ninguno fue tan provechoso como el que hizo de sí mismo. El guion de la historia de su vida sedujo al público con una lógica simple: un hombre del pueblo que ya sufrió lo que todos sufrimos sabe cómo alcanzar el éxito. Un hombre con dinero no tendría por qué robar.
Un empresario exitoso genera expectativas como presidente, dice el politólogo Matías Bianchi, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Arizona, porque se cree que “sabe cómo funciona el sistema así que él nos va a hacer salir adelante. Sin embargo, me parece que eso es por una debilidad de los partidos políticos: como no logran tener sus propios candidatos, tienen outsiders”.
La campaña presidencial de Morales no se pagó con la venta de plátanos, zapatos ni shows de televisión. A él lo apoya la derecha radical guatemalteca, que se agrupa en la Asociación de Veteranos Militares (Avemilgua). Esta nació en 1995 y en 2008 fundó un partido —el FCN— para colarse al Congreso. Sin embargo, antes de Morales no hubo candidato del FCN que lograra diputaciones o alcaldías.
Transformar a Morales en la cara del partido fue como maquillar la historia: antes de él, los militares de Guatemala inspiraban desconfianza y rechazo; eran un recordatorio de dictadura, violencia y corrupción.
Un año después
El fracaso de la política le abre la puerta al populismo, pero con promesas de campaña no se desmantelan redes de funcionarios corruptos, se reduce la desigualdad o se mejoran los servicios de salud.
A Morales ya no lo salpica la comedia sino la desconfianza y los escándalos políticos. En sus entrevistas a la prensa nunca aclara con precisión cuál es su relación con el Ejército y la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) asegura que las estructuras criminales que están incrustadas en el poder aún están lejos de ser erradicadas.
Para Itzep, del Observatorio Indígena de Guatemala que esta semana desaprobó el primer año de gestión presidencial, el presidente no ha sido capaz de impulsar el desarrollo, ampliar la cobertura educativa y solucionar problemas de racismo y discriminación.
“Los guerreros del populismo son prácticamente inútiles”, escribió Francis Fukuyama en Foreign Affairs tras la victoria de Trump. “Pueden endurecer el crecimiento, exacerbar los males y empeorar la situación en lugar de mejorarla”.
Los problemas reales necesitan soluciones reales. Para el infortunio de un presidente mediático, los conflictos políticos, económicos y sociales no se apagan con el interruptor de un televisor.