AMÉRICAS

El crimen organizado se adentra en la Amazonía brasileña liderado por el Comando Vermelho

Mientras Belém se prepara para albergar la COP30, el grafiti rojo y las amenazas susurradas trazan el alcance del Comando Vermelho a través de los bosques del norte de Brasil. Desde los pueblos ribereños hasta las reservas indígenas, el crimen organizado ahora da forma a la vida cotidiana en la Amazonía.

Una firma roja en el borde de la selva tropical

La primera señal es el color. En los barrios de bajos ingresos de Belém, la capital de Pará y el futuro escenario de la cumbre climática de la ONU, las paredes y los postes de luz muestran una y otra vez las mismas dos letras—CV, rociadas en rojo. Marcan territorio, advirtiendo a los forasteros y tranquilizando a los locales que están al mando.

A solo cinco kilómetros del Parque da Cidade, donde pronto presidentes y primeros ministros debatirán el destino de los bosques del mundo, las iniciales reaparecen en los pilotes de madera de Vila da Barca, una favela suspendida sobre la marea. Para los residentes, el mensaje es inconfundible: el Comando Vermelho, la facción criminal más poderosa de Brasil, ha llegado y no se irá.

Nacido dentro de una prisión de Río de Janeiro en la década de 1970, el Comando Vermelho —Comando Rojo— construyó un imperio basado en las drogas y las armas. Ahora, su ambición se extiende hacia la Amazonía, siguiendo los ríos de la región como arterias de lucro. Aquí, en los bosques destinados a simbolizar la esperanza climática, la pintura roja y el silencio dibujan un mapa más oscuro, uno donde el crimen organizado se ha convertido en un gobierno local propio.

De las celdas de prisión a las rutas fluviales

El ascenso del Comando Vermelho a través de la Amazonía es tanto brutal como estratégico. Su control de la Ruta del Solimões, que conecta las fronteras de Brasil con Colombia y Perú hasta los puertos del norte, ha convertido las vías fluviales de la selva en corredores de tráfico. Lanchas rápidas transportan cocaína y armas disfrazadas de cargamentos de pesca. Hombres armados imponen peajes en los puestos de control fluviales.

Cuando la facción chocó con su rival, el Primeiro Comando da Capital (PCC), en 2017, una ola de masacres carcelarias expuso la magnitud de su guerra. Del caos, el CV emergió más fuerte. Primero se alió con un grupo local, Família do Norte, antes de volverse contra él y desmantelar su red. “Así fue como el Comando Vermelho consolidó su dominio en la Amazonía”, explicó Aiala Colares, investigador de la Universidad Estatal de Pará, en declaraciones a EFE.

La semana pasada, en Río de Janeiro, redadas policiales en barrios controlados por el grupo dejaron más de 120 personas muertas, según cifras citadas por EFE. La violencia subraya lo que ocurre cuando el poder del Estado choca con una soberanía paralela. Pero en la Amazonía, el control es más silencioso, más sutil—ganado a través del dinero, el miedo y el ritmo constante del río.

“El grupo no solo trafica drogas”, dijo Colares. “Trafican influencia.

EFE/ Sebastiao Moreira

Tierras indígenas bajo asedio

Para Val Munduruku, una líder indígena de Jacareacanga, en el borde del territorio Munduruku, esas letras rojas ya han llegado al bosque de su pueblo. Vino a Belém para la COP30 no como delegada, sino como testigo. “Jacareacanga está siendo tomada”, dijo a EFE.

Su tierra natal abarca 2,4 millones de hectáreas, hogar de más de 9.000 personas y de algunos de los depósitos de oro más ricos de la Amazonía. Según Greenpeace, está entre los tres territorios indígenas más invadidos por mineros ilegales. “El Comando Vermelho ha entrado en nuestra tierra—por medio de la minería ilegal, las drogas, las armas, incluso el alcohol”, dijo.

Val dirige la Asociación de Mujeres Indígenas Suraras do Tapajós. Su mayor temor es lo que esta invasión hace con los jóvenes. “Cuando algo así llega, los jóvenes se pierden”, dijo a EFE. “Las pandillas prometen dinero rápido, y la pobreza los empuja a creerlo.”

El bosque que antes sustentaba a su comunidad ahora alimenta una economía de extracción—oro, cocaína y armas que se mueven por las mismas rutas ocultas. Los pueblos ribereños se convierten en depósitos. Los guardias indígenas que antes patrullaban en busca de mineros ahora enfrentan a facciones armadas. El resultado es una colonización silenciosa, una que no se libra con banderas sino con sobornos y balas.

Crimen, clima y la batalla por el futuro de la Amazonía

Los estudios revelan la profundidad de la toma de control. Alrededor de cuarenta localidades en Pará, el estado que albergará la COP30, están ahora bajo la influencia del crimen organizado, dijo Colares. En el estado vecino de Amazonas, el CV opera en sesenta de los sesenta y dos municipios, según David Marques, del Foro Brasileño de Seguridad Pública, quien habló con EFE.

“El panorama es grave en la Amazonía—una de las regiones más pobres de Brasil”, dijo Marques. “El crimen organizado es una de las principales amenazas para el desarrollo sostenible.

La economía es simple y devastadora. La débil presencia del Estado, los empleos escasos y el vasto territorio sin vigilancia crean condiciones ideales para el crecimiento del grupo. El control genera ingresos: los residentes pagan un “impuesto del crimen” para mantener abiertos sus negocios, mientras el CV domina el transporte informal, la venta de combustible e incluso los servicios de internet.

Para Colares, la respuesta habitual—policía militarizada y arrestos masivos—no logra detener la marea. “Se reorganizan rápidamente”, dijo a EFE. “La lógica de la prohibición mantiene altos los precios de las drogas. Declarar a estos grupos como organizaciones terroristas, como hizo Paraguay, es un movimiento político que ayuda más a Estados Unidos que a Brasil.”

La implicación resuena con fuerza en Belém, donde los líderes mundiales se reunirán para discutir la conservación y la financiación climática. ¿Cómo se puede proteger la Amazonía cuando el crimen controla su suelo? La política ambiental no puede separarse de la seguridad, ni puede existir sostenibilidad donde la gente vive con miedo.

Las dos fronteras del bosque

La COP30 de Belém pondrá el foco en la deforestación, los créditos de carbono y el deber global de salvar la Amazonía. Pero para quienes viven dentro de sus fronteras, la crisis inmediata no son solo los árboles que caen—es la erosión de la ley. Cada “CV” rojo garabateado en un poste es una declaración de soberanía. Cada joven reclutado y seducido por dinero fácil es un guardián del bosque perdido.

El grafiti en Belém es más que un símbolo del crimen; es un reflejo de la fragilidad de la Amazonía. Mientras el mundo mira a esta región en busca de respuestas a la emergencia climática, las personas aquí enfrentan otra emergencia por completo—una medida en territorio, silencio y sangre.

En el camino hacia la COP30, el desafío para Brasil ya no es defender el bosque de las motosierras, sino de las redes criminales que han hecho de la Amazonía su hogar. Hasta que esa batalla se libre—y se gane—la promesa de un futuro verde seguirá escrita en rojo.

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