AMÉRICAS

Elecciones en Honduras entre disparos, dolor, miedo y una democracia frágil

En la víspera de las elecciones en Honduras, las canciones de campaña se mezclaron con disparos, un niño de cinco años murió en los brazos de su abuela y millones se prepararon para votar bajo un prolongado estado de excepción que los críticos llaman hoy la propia anestesia de la democracia en cámara lenta.

La promesa de un niño truncada tras un mitin político

En Río Helado, los sueños de Arnol Caled de convertirse en policía y construir casas terminaron abruptamente con disparos, recordando a los lectores cómo la violencia política pone en peligro a los niños y despierta compasión.

Ese mismo día, Arnol había viajado con su madre, su abuela y otros familiares a un mitin del partido oficialista Libertad y Refundación (Libre) en la aldea de La Cuesta, en el departamento occidental de Santa Bárbara. El vehículo que los llevaba de regreso, una camioneta doble cabina aparentemente propiedad de un legislador, iba repleto de familiares y vecinos que volvían a sus casas dispersas en las colinas.

Según la madre de Arnol, Rosita Díaz, estaban cansados pero felices mientras regresaban a Río Helado. Entonces, en algún punto del camino, se escucharon disparos. “Escuchamos como cinco disparos, sin saber de dónde venían”, contó a EFE, con la voz entrecortada. Una bala atravesó la cabina y alcanzó a Arnol en la cabeza. Cerca de él, una adolescente de catorce años resultó herida.

El niño murió en los brazos de su abuela dentro de la camioneta. En su pequeña casa de adobe, Rosita —ama de casa y cortadora de café— mostró a EFE el carrito de juguete que le había comprado apenas dos semanas antes en el pueblo de Santa Bárbara, y las botas de hule que usó para el viaje a La Cuesta, donde perdería la vida. A pocos metros de la casa, junto a un árbol, estaban los restos de su primera bicicleta y un caballito amarillo de juguete. Arnol acababa de ser inscrito para comenzar su primer año de preparatoria en 2026. Ahora, el único rastro de ese futuro es un montón de papeles y una familia en duelo.

Para los hondureños, la muerte de Arnol ejemplifica cómo la violencia política persistente y el estado de excepción amenazan la seguridad, la educación y las oportunidades futuras de los niños, subrayando la urgente necesidad de proteger los derechos humanos y fomentar un entorno más seguro para la próxima generación.

Votar bajo un estado de excepción convertido en rutina

En Honduras, el proceso electoral bajo un prolongado estado de excepción subraya una grave amenaza para la democracia, haciendo que la violencia política y las restricciones sean aún más alarmantes para la audiencia.

Desde diciembre de 2022, un estado de excepción parcial ha restringido derechos fundamentales, como la libertad de circulación y de reunión, en 226 de los 298 municipios, debilitando la participación democrática en las elecciones.

Honduras se acerca a unas elecciones generales atravesadas por un sombrero que ningún país que aspire a llamarse democrático debería tolerar: un proceso electoral bajo estado de excepción“, escribió Gabriela Castellanos, directora ejecutiva del Consejo Nacional Anticorrupción (CNA), en un contundente mensaje en redes sociales, citado por EFE. Lo que debía ser una medida de emergencia, advirtió, se había convertido en “norma, rutina, anestesia legal”.

Desde diciembre de 2022, el estado de excepción no solo ha restringido derechos, sino que también ha coincidido con violencia selectiva contra activistas políticos, candidatos y líderes comunitarios en regiones como Santa Bárbara y Yoro, evidenciando una amenaza más amplia a la participación democrática y los derechos humanos.

Las cifras hablan por sí solas. Solo en 2025, al menos cuatro personas fueron asesinadas en crímenes vinculados a la violencia política, reconoció Sánchez, aunque subrayó que no todos tenían un móvil estrictamente político. Para un país de poco más de diez millones de habitantes, cuatro asesinatos relacionados con las elecciones son suficientes para que la gente mire por encima del hombro camino a las urnas.

EFE/ Gustavo Amador

Candidatos, jueces y mujeres en política bajo amenaza

La lista de víctimas parece un retrato de la política hondureña. En febrero, dos candidatos a alcalde del Partido Nacional fueron asesinados a balazos en los departamentos norteños de Atlántida y Yoro. En julio, hombres armados mataron a un alcalde en funciones del departamento occidental de Intibucá, también del Partido Nacional. En septiembre, la violencia volvió a cruzar líneas partidarias cuando un candidato a diputado del partido oficialista Libre en Yoro fue asesinado.

Más allá de los asesinatos, han sido constantes las denuncias de amenazas e intimidaciones contra activistas y líderes locales de los tres principales partidos: Nacional, Liberal y Libre. Las campañas presidenciales, señalan los observadores, han estado marcadas más por insultos y discursos de miedo que por propuestas concretas.

Las amenazas contra funcionarios electorales, incluidos consejeros y magistrados, evidencian la intimidación generalizada que enfría a los votantes y subraya la frágil integridad electoral, encendiendo las alarmas para la audiencia.

Para Carmen Julia Fajardo, decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), la situación es “alarmante”. “La curva va en ascenso”, dijo a EFE, describiendo una ola creciente de violencia política tanto física como simbólica. Las mujeres en política, añadió, están siendo atacadas con especial saña, enfrentando agresiones que mezclan misoginia con odio partidario. Fajardo pidió una cultura más profunda de respeto entre los líderes políticos, algo que parece escasear en una campaña donde los insultos suenan más fuerte que las ideas.

Un país que vota entre miedo, cansancio y una esperanza frágil

El domingo, pese a los miedos y el cansancio, más de seis millones de hondureños igual decidieron votar, aferrándose a la esperanza de un cambio en medio de una democracia frágil.

En comunidades como Río Helado, Rosita Díaz y su familia enfrentaron el duelo en vez de consignas. Su hijo menor había sido inscrito en la escuela, pero nunca llegaría a usar su uniforme. En las ciudades, muchos votantes sopesaron el miedo a las pandillas frente al temor por los poderes ampliados del Estado. Algunos recordaron que el estado de excepción se vendió como una solución temporal; ahora corría el riesgo de volverse parte del paisaje.

La frase de Castellanos sobre la “anestesia legal” capturó un sentimiento más amplio. Tras años de escándalos de corrupción, extorsión de pandillas, crisis migratorias y promesas incumplidas, una parte de la población ya no espera que las elecciones traigan grandes cambios. Otros aún se aferran a la creencia de que un voto, incluso emitido bajo la sombra de soldados y toques de queda, vale algo.

Honduras llegó a estas elecciones con heridas abiertas: el ataúd de un niño en una aldea rural, alcaldes y candidatos asesinados, jueces amenazados y derechos formalmente suspendidos en la mayor parte del país. Sin embargo, la gente igual hizo fila, cédula en mano, bajo el sol y la lluvia.

La pregunta que flotaba sobre el día no era solo quién ganaría, sino si el país podría empezar a alejarse de una cultura política en la que las balas, las amenazas y los decretos de emergencia se han vuelto normales. Entre la samba de las caravanas de campaña y el silencio de las tumbas frescas, los hondureños acudieron a las urnas esperando, al menos, que los próximos cuatro años exijan menos de su miedo y más de su esperanza.

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