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Haití enfrenta un año de turbulencias en la transición del Consejo Presidencial

Un año después de que el Consejo Presidencial de Transición (CPT) de Haití asumiera el poder, las reformas prometidas —mejorar la seguridad, impulsar cambios constitucionales y organizar elecciones— siguen sin concretarse. Mientras la violencia se intensifica y los desplazamientos aumentan, la impaciencia pública crece en un país que cada día se hunde más en la incertidumbre.

Esperanza y estancamiento: el primer año del CPT

En abril de 2024, el Consejo Presidencial de Transición de Haití obtuvo autoridad tras acontecimientos significativos. El anterior primer ministro, Ariel Henry, dejó su cargo. Un acuerdo, que supuestamente aseguraba una transición sencilla hacia un gobierno estable, propició esta situación. Considerado inicialmente un éxito, el Consejo —compuesto por nueve miembros (siete con voto y dos observadores)— acordó abordar la grave inseguridad del país, preparar elecciones y reformar la estructura constitucional.

Sin embargo, con el paso de los meses, esos grandes anuncios se fueron desvaneciendo. El CPT, que ha rotado entre tres presidentes —Edgard Leblanc Fils, Leslie Voltaire y actualmente Fritz Alphonse Jean—, se vio atrapado en la burocracia y asfixiado por la violencia de las pandillas. Según observadores locales, promesas clave como restaurar la seguridad en áreas urbanas, combatir la corrupción y lanzar referéndums constitucionales se han estancado. Algunos críticos advierten que, como ha ocurrido en gobiernos haitianos recientes, el CPT podría desestabilizar aún más la política del país si no actúa con prontitud.

Mientras tanto, una población preocupada observa atentamente cada nueva declaración pública. La ira aumenta ante los secuestros y homicidios diarios, especialmente en la capital, Puerto Príncipe, donde poderosas pandillas controlan zonas centrales. Los ciudadanos ven cómo las reiteradas promesas del CPT de frenar la violencia no se cumplen y se desesperan ante su incapacidad para reclutar suficientes agentes de seguridad confiables o desmantelar las redes criminales arraigadas.

Desplazamientos y creciente crisis humanitaria

La situación de muchos haitianos empeoró durante el último año debido a las guerras territoriales entre pandillas que forzaron a familias a huir. La ONU estima que más de un millón de residentes —más de la mitad niños— se han convertido en desplazados internos, un aumento vertiginoso desde que el CPT asumió el mando. Cerca de la ciudad surgieron campamentos improvisados, sin acceso a agua potable, con refugios insuficientes y sin atención médica adecuada.

El Consejo, en ocasiones, distribuyó alimentos y kits de ayuda, pero estas acciones no abordaron el problema de fondo. Actualmente, Haití enfrenta una crisis humanitaria creciente. La desnutrición se expande a medida que la economía se deteriora aún más. Los especialistas predicen que alrededor de 5,7 millones de personas experimentarán déficits alimentarios considerables para junio. Esta situación revela la gravedad de los problemas estructurales del país. Aunque el CPT prometió reconstruir las instituciones y estabilizar la economía, los analistas señalan que los escasos avances reflejan una falta de liderazgo efectivo.

Comunidades frustradas en barrios de alto riesgo organizaron protestas exigiendo medidas inmediatas de seguridad —o, en su defecto, la dimisión del Consejo—. Los manifestantes suplicaron por una respuesta gubernamental más firme contra las pandillas, pero las fuerzas policiales dispersaron las marchas con dureza. La desilusión crece mientras los ciudadanos ven cómo su ciudad queda cada vez más bajo el control criminal, mientras los funcionarios del gobierno se refugian en suburbios más seguros.

Las reformas ausentes y la cuenta regresiva política

El Consejo no logró cumplir sus objetivos en materia de reformas constitucionales e institucionales, aplazando los planes previstos. Las propuestas, relativas a principios legales, mejoras en el acceso electoral y rediseños de los sistemas de seguridad, no pasaron de la teoría a la práctica. Estos conceptos necesitan convertirse en acciones concretas. Aunque los miembros del Consejo prometieron fomentar la participación ciudadana, los anuncios oficiales de diálogo han producido escasos resultados.

De igual forma, el CPT nunca estableció el organismo de supervisión prometido para controlar las acciones gubernamentales mientras se llenaban los escaños legislativos. En lugar de responsabilizar a los altos funcionarios, el Consejo se ha visto atrapado en crisis constantes y desacuerdos internos. Algunos observadores reconocen ciertos logros: la creación de un nuevo Consejo Electoral Provisional, la captura de algunos colaboradores de pandillas de alto perfil y avances en las negociaciones para un eventual referéndum. Sin embargo, el ritmo es muy inferior a la gravedad de la situación en las calles.

Más allá del estancamiento interno, la situación de Haití ha generado preocupación internacional. A mediados de 2023, comenzó una misión de seguridad multinacional liderada por Kenia con el objetivo de reforzar la policía local. Sin embargo, dos agentes kenianos fueron asesinados por miembros de pandillas, intensificando la sensación de anarquía. Tanto la policía como las fuerzas armadas haitianas sufren numerosas bajas en emboscadas frecuentes y siguen sin poder recuperar territorios dominados por grupos mejor armados y financiados.

El tiempo corre: el mandato del CPT finaliza el 7 de febrero de 2026, cuando debería juramentarse un presidente electo. Según el acuerdo que estableció la transición, no se permite ninguna extensión. Si el Consejo no logra celebrar elecciones creíbles antes de esa fecha, Haití corre el riesgo de caer en un nuevo limbo político: otra “transición” que prolongue la actual crisis e hunda al país en una nueva fase incierta.

El arte como reflejo de la realidad: una tradición latinoamericana

En América Latina, el arte ha sido históricamente una herramienta poderosa para reflejar las luchas sociopolíticas —desde el movimiento muralista mexicano a principios del siglo XX hasta el arte callejero que protestaba contra las dictaduras militares en el Cono Sur—. Haití sigue esta tradición. La comunidad artística, a través de la pintura y la escultura, ha mostrado los problemas locales —desastres naturales, conflictos sociales, corrupción gubernamental—, brindando una visión honesta en contraste con los discursos oficiales hacia el extranjero.

La realidad de los desplazamientos forzados y las luchas interminables conecta a Haití con una herencia más amplia. En momentos de crisis, los artistas latinoamericanos suelen retratar el sufrimiento del pueblo, infundiendo dolor y resistencia en un relato cultural que genera empatía.

Paralelos como el de las Madres de Plaza de Mayo en Argentina o los proyectos de arte comunitario que florecieron en Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet, demuestran cómo la creatividad puede convertirse en protesta y memoria colectiva. En Haití, la expresión popular también sobrevive en colores, música e historias: capturando tanto el espíritu de los mercados al aire libre como la angustia del desplazamiento. Estas manifestaciones artísticas preservan la identidad local pese a la inestabilidad, fortaleciendo el espacio cívico y manteniendo viva la esperanza de libertad.

Sin embargo, las restricciones políticas limitan la capacidad del CPT para atender las necesidades comunitarias que sustentan estas prácticas culturales. Los murales y canciones haitianas reflejan el sufrimiento popular, pero su alcance se restringe principalmente a barrios de alto riesgo y rara vez trasciende las fronteras de la capital. La conexión entre arte y activismo lucha por transformar políticas sin un respaldo firme que proteja dichas expresiones.

Esa sinergia llevó a algunos observadores haitianos a mirar hacia otras partes de la región, aprendiendo de las negociaciones de paz en El Salvador o los programas de justicia transicional en Colombia. En esos países, incluso los éxitos parciales requirieron liderazgo cohesionado, consultas amplias y voluntad de compromiso por parte de los principales actores. Los críticos afirman que el Consejo podría sacar valiosas lecciones de estas experiencias, si lograra reunir el impulso necesario.

Al final, el primer aniversario del CPT resalta una trágica ironía: creado para romper el ciclo de gobiernos provisionales y crisis repetidas, el Consejo se ha convertido en otro capítulo más en la saga de incertidumbre haitiana. La frustración crece entre los ciudadanos que, al menos, esperaban mejoras parciales: más seguridad diaria, tribunales funcionales o un camino hacia elecciones legítimas.

A medida que se acerca la próxima ventana de transición y el espectro de un vacío político vuelve a cernirse sobre Haití, muchos haitianos se aferran a sueños modestos: poder moverse por la ciudad sin temor, ver regresar a los vecinos desplazados por la violencia y contar con un liderazgo creíble que supere los viejos patrones de estancamiento.

Si estos deseos podrán hacerse realidad antes de febrero de 2026 depende principalmente de si el Consejo logra reunir el coraje político necesario para impulsar reformas integrales que respondan a las profundas ansiedades sociales expuestas por la crisis continua.

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Un año después de su creación, el Consejo Presidencial de Transición de Haití se encuentra en una encrucijada. El recorrido del CPT refleja una tendencia nacional común: esperanza inicial seguida de desaliento ante obstáculos demasiado difíciles de superar. La historia latinoamericana sugiere que el éxito requiere acuerdos, honestidad y un firme compromiso para resolver los problemas fundamentales que alimentan el desorden. Mientras los desastres se multiplican, el futuro de Haití permanece incierto, como las noticias de mañana. Queda poco tiempo para realizar cambios valiosos.

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