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La Casa de la Democracia Uruguaya cumple 100 años con dignidad y propósito renovado

Un siglo después de que multitudes con abrigos de lana levantaran sus sombreros al cielo y se formaran para ver por primera vez el parlamento de mármol de Montevideo, el Palacio Legislativo de Uruguay celebra su centenario. Restaurado para la dignidad y recalibrado para el futuro, sigue siendo lo que siempre se quiso que fuera: la casa del pueblo.

La Casa del Pueblo, ayer y hoy

El 25 de agosto de 1925 —coincidiendo con el centenario de la independencia de Uruguay— la nación inauguró su nuevo parlamento e invitó al público a entrar. “Ésta es la casa del pueblo”, declaró Duvimioso Terra, presidente de la Asamblea General, en palabras que aún resuenan entre los mármoles un siglo después.

De cara a la conmemoración de este año, Carolina Cosse, actual presidenta del Poder Legislativo, describió al Palacio como a la vez “símbolo” y “casa de la democracia”. Esa dupla, señaló, explica por qué el edificio es venerado mucho más allá de su arquitectura. Es a la vez sala de trabajo, templo laico y monumento a la identidad política uruguaya.

“Es un edificio de enorme valor simbólico”, dijo Marcel Suárez, director de la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación, en declaraciones a EFE. “Lo que alguna vez se llamó un ‘templo laico’ cumple con gran éxito su rol de símbolo de la democracia uruguaya”. La celebración también marca otras efemérides: Uruguay conmemora 200 años de la Declaración de la Independencia de 1825, lo que otorga al propio centenario del Palacio un doble significado. Para Suárez, el homenaje pertenece también a los “nativos e inmigrantes” que comenzaron la obra con la piedra fundamental en 1906.

Sueño largo, debate áspero, revisión brillante

La historia del Palacio comenzó mucho antes de que se abrieran sus puertas. Como relata el historiador Santiago Medero en El palacio de mármol, Uruguay imaginó por primera vez un parlamento propio en 1868, deseoso de reemplazar al viejo cabildo estrecho, donde legisladores compartían espacio con la policía. Lo que siguió fueron décadas de debates y ambición.

“Su concepción fue un sueño largo y anhelado; su proyecto, un debate extenso, áspero y apasionado; su construcción, un esfuerzo económico, intelectual y físico acorde a su monumentalidad”, dijo Medero a EFE.

Tras duras disputas públicas por el costo, un concurso internacional en 1902 otorgó el proyecto a Vittorio Meano, el arquitecto italiano que había diseñado el Congreso argentino. Pero el destino intervino: antes de formalizar el resultado, Meano fue asesinado en Buenos Aires. El diseño cambió de manos y de rumbo. Los arquitectos uruguayos Jacobo Vázquez y Antonio Banchini avanzaron hasta que otro italiano, Gaetano Moretti, llegó para reimaginarlo.

Su intervención fue decisiva. “¿Qué hizo? Muchos cambios”, explicó Medero a EFE, “pero quizás el más importante es la coronación—esa linterna que llamamos la linterna, con sus cariátides”.

Esa linterna inunda hoy de luz el Salón de los Pasos Perdidos, convirtiéndolo en corazón ceremonial y cruce democrático. Escalinatas amplias, un diseño abierto y materiales nacionales—mosaicos, vitrales, alegorías en piedra—anclan un edificio pensado para ser monumental y accesible a la vez.

Mármol que habla, un salón que escucha

Si el Palacio tiene un lenguaje, es el que habla en piedra. Sus mármoles resplandecientes, extraídos de Nueva Carrara en Maldonado, le dan al edificio su superficie luminosa. Granitos y pórfidos añaden profundidad y gravedad, vinculando el edificio con la geología del país.

Esas piedras lo han absorbido todo: reformas forjadas en comisiones, multitudes reunidas en las escalinatas para vigilias y discursos, coaliciones que nacen y se rompen. Cada generación agrega sus pasos al Salón de los Pasos Perdidos. Los visitantes bajan instintivamente la voz bajo la luz de la linterna.

“Más allá del valor arquitectónico, cumple exitosamente su rol de símbolo”, dijo Suárez a EFE. Los uruguayos siguen llamando al Palacio su casa. La frase templo laico persiste porque el edificio hace lo que suelen hacer los espacios sagrados: reúne al pueblo, contiene sus diferencias y lo invita a hablar con cuidado.

EFE/ Federico Gutierrez

Restaurar la dignidad, preparar el próximo siglo

El centenario llega tras años de meticulosa restauración. Andamios y talleres han formado parte de la rutina del Palacio mientras equipos lavaban fachadas, rejuntaban muros, pintaban molduras y modernizaban sistemas.

“Durante seis o siete años el objetivo ha sido llegar a los 100 años con plena dignidad”, dijo Gisella Carlomagno, jefa de Arquitectura y Gestión Patrimonial del Poder Legislativo, en declaraciones a EFE. Ella guió a los periodistas por los sitios de obra y por el sancta sanctorum donde se preservan las maquetas de yeso de Moretti. “De ahí la puesta en valor del edificio desde la perspectiva patrimonial, pero también a través de otros aspectos: incorporar tecnologías, mejorar luminarias, todo lo que hace al acondicionamiento integral del edificio”.

El mantenimiento preventivo, agregó, ha mantenido al Palacio en “muy buen” estado, permitiendo a su equipo trabajar con paciencia y delicadeza. “Todo lo que hacemos anticipa que dentro de veinte años, cuando vengan otros colegas, puedan continuar la tarea”. El enfoque es de custodia, no de espectáculo: asegurar que el Palacio siga siendo hospitalario para los legisladores y acogedor para el público, sin descuidar el arte que lo hace único.

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Esa ética encaja con su historia. El Palacio Legislativo se levantó lentamente, entre debates y crisis, impulsado por arquitectos que revisaron y reimaginaron hasta que finalmente el templo de mármol abrió en 1925. Cien años después, Uruguay celebra no sólo sus fachadas sino su función. El mármol puede pulirse; la democracia debe ejercerse. En Montevideo, ambos brillan con más fuerza este año.

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