AMÉRICAS

La democracia brasileña mantiene el ritmo mientras el Congreso se apresura a aprobar una amnistía

En la playa de Copacabana, en Río, una protesta se transformó en advertencia cuando Caetano Veloso, Chico Buarque, Gilberto Gil y Djavan encabezaron a miles de personas en oposición a un intento acelerado de aprobar una amnistía que podría proteger a Jair Bolsonaro. La cultura respondió a la política, insistiendo en que la rendición de cuentas no es negociable en la democracia brasileña actual.

Cuando un mitin se convierte en repertorio

“Congreso, enemigo del pueblo” era la pancarta; la música, el método. Lo que comenzó como una protesta política contra un proyecto de ley de amnistía tramitado con urgencia se convirtió en un concierto cívico encabezado por Caetano Veloso, de 83 años, quien llegó sobre un trio elétrico en un estallido de amarillo. Su mensaje fue tan claro como el aire del Atlántico: “Sin amnistía y con democracia: ese es un Brasil hermoso”, dijo sonriente a la multitud, según EFE.

El repertorio de Veloso fue también una lección de memoria. Interpretó “Alegria, alegria” y “Desde que o samba é samba”, e invitó a Djavan a unirse para “Sina”. Pronto se sumaron Chico Buarque y Gilberto Gil —Buarque de verde, Gil junto al azul de Djavan— formando una bandera viva de desafío. Copacabana recibió algo más que nostalgia; recibió un recordatorio de que la música brasileña ha sido siempre un registro de resistencia.

En las pausas, el público aportaba su propio coro, gritando “sem anistia” hasta que las sílabas latieron como un metrónomo de conciencia. A lo largo de la costa, caricaturas inflables de Jair Bolsonaro con traje de preso flotaban sobre las banderas nacionales. “Arriba nuestra democracia. Vamos a luchar por ella siempre”, gritó Djavan, según EFE. El cielo se oscureció con la tarde, pero el mensaje no se apagó: en Brasil, el arte no es telón de fondo de la política, sino su primera línea.

Amnistía por urgencia, impunidad por diseño

El blanco de las críticas era una maniobra parlamentaria con consecuencias mucho mayores que el procedimiento mismo. La Cámara de Diputados aprobó un “régimen de urgencia” para un proyecto de amnistía, enviándolo directamente al pleno y eludiendo el examen en comisiones. En teoría, la medida absolvería a quienes asaltaron el Supremo Tribunal Federal, el Congreso y la Presidencia el 8 de enero de 2023. En la práctica, los líderes de extrema derecha esperan extender esa protección a los golpistas ya condenados, incluido Bolsonaro, quien enfrenta una pena de 27 años.

La urgencia no es neutral. Es una decisión de eludir el debate, silenciar la participación pública y banalizar la gravedad constitucional del 8 de enero. Cuando los legisladores convierten el debido proceso en una carrera, la meta no es la reconciliación, sino el olvido. Por eso el grito era categórico. Aquí, “sin amnistía” no rechaza el perdón en principio; rechaza el blanqueo político de un ataque a la propia democracia.

La banda sonora estuvo a la altura de los hechos. Cuando Buarque y Gil cantaron “Cálice” —un himno de desafío contra la dictadura—, la letra rebotó a través de las décadas. “Cállate” era el estribillo de la dictadura; su eco en 2025 recuerda a los brasileños que el autoritarismo siempre vuelve primero con el silencio.

Símbolos, memoria y una playa que recuerda

Copacabana no es ajena a la memoria en disputa. Semanas atrás, la misma playa acogió un mitin de seguidores de Bolsonaro, con el expresidente llamando por teléfono desde el móvil de un hijo. Al día siguiente, el Supremo Tribunal ordenó su arresto domiciliario. La arena, entonces, sirve de escenario a dos reclamos opuestos: uno que busca absolución sin responsabilidad, y otro que exige lo contrario.

La manifestación del domingo en Copacabana se multiplicó. Hubo eco en São Paulo, Brasilia, Belo Horizonte, e incluso cruzó océanos con concentraciones menores en Lisboa, Londres y Berlín. Esa expansión es significativa. Muestra que rechazar una amnistía general no es un capricho regional ni una causa de celebridades, sino un debate nacional sobre la identidad democrática de Brasil.

Veloso, Gil, Buarque y Djavan nunca han ocultado su postura política. Durante la presidencia de Bolsonaro organizaron protestas, sobre todo contra sus políticas ambientales. Pero el escenario del domingo fue distinto: no se trataba de bosques ni de presupuestos. Se trataba del propio dosel constitucional. Tratar el 8 de enero como una travesura merecedora de absolución legislativa es fingir que el incendio de edificios y la invasión de sedes fueron actos de impaciencia y no ataques intencionados contra la democracia. Fingirlo es invitar a repetirlos.

EFE/ Antonio Lacerda

Lo que la rendición de cuentas exige al Congreso hoy

Los defensores de la amnistía argumentan que la clemencia sana, que la paz requiere trazar una línea. Es una idea seductora —y peligrosa cuando se aplica mal—. La historia de Brasil con las amnistías es conflictiva. La ley de 1979, que protegió tanto a torturadores como a torturados, sigue siendo una herida abierta. Repetir ese modelo hoy no sería ironía: sería negligencia.

La rendición de cuentas tras una ruptura democrática no es venganza, sino respeto institucional. Les dice a los posibles insurrectos que el poder lo deciden las elecciones, no las turbas. Les dice a soldados y policías que su lealtad es a la Constitución, no a un hombre. Y les dice a los millones que observaron con horror el 8 de enero que su fe en las urnas sigue vigente.

Si el Congreso busca realmente la reconciliación, debería legislar para fortalecer la verdad, proteger a los denunciantes, financiar programas de desradicalización y garantizar reparaciones donde el Estado falló. Debería invertir en educación cívica y reforzar las instituciones atacadas aquel día. Pero no debe confundir sanar con olvidar, ni paz con permisividad.

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En Copacabana, la cultura hizo lo que a veces las instituciones no logran: volver visible el argumento. El mensaje desde el escenario —“sin amnistía”— no fue un capricho de músicos. Fue la exigencia de un pueblo de que el Estado de derecho sea algo más que un estribillo en la democracia brasileña.

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