AMÉRICAS

La disminución de la tasa de fecundidad en Bolivia refleja las crecientes oportunidades para las mujeres

Las mujeres bolivianas reescriben silenciosamente el futuro de la nación desde cocinas, aulas y plazas comunales. En los últimos 25 años, el tamaño promedio de las familias ha disminuido de más de cuatro hijos a solo dos, un terremoto demográfico impulsado por la autonomía femenina y la preocupación económica.

“Yo decido cuándo”: el auge de las voces femeninas

En el último piso de una cooperativa textil en La Paz, Marleny Quispe guía una tela carmesí por una máquina que zumba sin pausa. Entre puntadas, explica por qué ella y su esposo se detuvieron en un solo hijo: “Mi mamá tuvo siete. Yo quiero estudiar, viajar, elegir.” Esa elección deliberada—estudiar, viajar, elegir—es el nuevo estribillo que resuena desde las tierras altas andinas hasta las bajas amazónicas.

Pablo Salazar, enviado del Fondo de Población de las Naciones Unidas, lo llama el motor de la caída en la fecundidad boliviana. El acceso a anticonceptivos de larga duración se ha extendido incluso a municipios remotos; la matrícula de niñas en secundaria se ha triplicado desde los años noventa; y la participación femenina en la fuerza laboral supera hoy el 70 %. “Cuando las mujeres gobiernan su tiempo,” dice Salazar a EFE, “ajustan el tamaño de la familia a la medida de sus sueños.”

Investigadores de la Universidad Mayor de San Andrés coinciden. Su encuesta longitudinal de 4.000 hogares muestra que cada año adicional de escolaridad reduce en 0,3 el número esperado de hijos. El patrón se repite en todas las clases sociales y grupos étnicos, señal de un cambio cultural más profundo que cualquier decreto estatal.

Preocupaciones económicas entre los puestos del mercado

Pero el empoderamiento avanza de la mano con una aritmética compleja. En el extenso mercado madrugador de El Alto, la vendedora de frutas Roxana Mamani cuenta monedas antes de pagar la cuota diaria de su puesto. “Una boca más, otra sopa,” suspira, explicando por qué postergó su segundo embarazo. Aunque la economía boliviana ha crecido, los salarios de trabajadores informales como Roxana rondan los ocho dólares diarios.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe señala que, aunque más mujeres trabajan, seis de cada diez lo hacen sin contratos formales, sin derecho a licencia por maternidad ni cuidado infantil. Estas presiones pesan sobre las decisiones reproductivas.

La desigualdad también traza una línea de fractura geográfica. El embarazo adolescente en el departamento amazónico de Pando es veinte veces más frecuente que en el centro de La Paz, una brecha que Salazar califica de “inaceptable y solucionable.” Las clínicas rurales suelen quedarse sin anticonceptivos a mitad de mes; las escuelas secundarias pueden quedar a tres viajes en bus. Equipos académicos de la Universidad Católica Boliviana sostienen que cerrar esos “desiertos de servicios” reduciría los nacimientos adolescentes más rápido que cualquier campaña mediática nacional.

EFE/Jorge Ábrego

Dos Bolivias: patios de cemento y aldeas ribereñas

Los promedios nacionales esconden dos realidades contrastantes. Ciudades como Santa Cruz ya registran tasas de fecundidad de 1,9, mientras que las comunidades ribereñas del Beni se mantienen cerca de 3,0. La Encuesta Demográfica y de Salud de 2023 describe un país atrapado entre familias nucleares cada vez más pequeñas y hogares tradicionales numerosos.

Estas curvas divergentes activan alertas estratégicas para el estadístico Humberto Arandia, director del Instituto Nacional de Estadística. Si la tendencia urbana cae por debajo del “nivel de reemplazo” de 2,1, Bolivia podría enfrentar un envejecimiento poblacional en una generación, una posibilidad que ya inquieta a países más ricos. “Mejor prepararse ahora que correr después,” advierte.

Salazar responde que la verdadera urgencia está en otra parte: “Primero garanticemos infancias seguras para los hijos que ya tenemos—agua potable en Potosí, transporte escolar seguro para niñas en Chuquisaca—y luego hablemos de incentivos pronatalistas.” Su postura coincide con la de los demógrafos de FLACSO, que argumentan que la calidad de vida, y no la cantidad de nacimientos, debe orientar la política pública.

Menos hijos, futuros más grandes

En una ladera soleada a las afueras de Cochabamba, la comunidad de Sora Sora se reúne para una feria de salud un sábado por la mañana. La enfermera Yesenia Flores dispone anticonceptivos junto a folletos sobre microcréditos y capacitación agrícola. Las madres se quedan un rato más, con bebés envueltos en aguayos, escuchando cómo Flores describe sueños antes inalcanzables: diplomas, negocios, títulos legales de propiedad.

Cada nueva aspiración socava la vieja ecuación donde más hijos significaban más manos para el campo. La cobertura de telefonía móvil, las remesas y los destellos de vida urbana en TikTok aceleran el cambio cultural. Como declara Lucero Choque, estudiante de 19 años, mientras llena una solicitud universitaria: “La fuerza de mi abuela me alimenta—pero su camino no tiene que ser el mío.”

Los demógrafos llaman a esto “momentum poblacional”: incluso con baja fecundidad, la pirámide poblacional joven de Bolivia mantendrá el número de nacimientos alto durante otra década. Eso ofrece una ventana para invertir con inteligencia—en nutrición infantil, aulas de ciencia y tecnología, y caminos que conecten a las niñas rurales con el futuro laboral. Si se desaprovecha, advierte un informe regional del UNFPA, las desigualdades se consolidarán.

Por ahora, el paisaje sonoro de Bolivia está cambiando: menos llantos de recién nacidos en patios de adobe y más discursos bilingües de graduación resonando en estadios de altura. Aunque en el futuro los legisladores ofrezcan incentivos fiscales para tener más hijos, la historia de fondo ya se está escribiendo en las decisiones de mujeres como Marleny, Roxana y Lucero—decisiones guiadas por la agencia, no por el azar.

En el último piso de La Paz, la máquina de coser vuelve a zumbar. Marleny corta una manga terminada, con los ojos brillando de tranquila certeza. “Dos hijos máximo,” repite, “porque también quiero coser para mí.”

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En esa frase sencilla—“también quiero coser para mí”—reside la revolución demográfica de Bolivia: menos nacimientos, sí, pero un horizonte cada vez más amplio para la mitad de la ciudadanía. Lo que queda es que las políticas públicas alcancen la determinación que ya vibra en aulas, mercados y clínicas, desde el Titicaca hasta el Amazonas.

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