AMÉRICAS

La Guardia Indígena de Colombia arriesga todo para traer de vuelta a los niños reclutados

En las montañas del Cauca, los guardias indígenas desarmados caminan directamente hacia los campamentos guerrilleros para recuperar a los niños. No llevan fusiles, solo bastones sagrados, apostando a la autoridad moral para enfrentarse a hombres que responden a la guerra en lugar de la ley.

Una madre entra en un campamento

Cuando Stiven, de 13 años, desapareció de su aldea en el suroeste de Colombia, su madre, Patricia Elago Zetty, no esperó permiso ni refuerzo policial. Ella y cinco miembros de la Guardia Indígena del pueblo Nasa caminaron hacia las colinas, rumbo a un campamento donde creía que retenían a su hijo.

Unos 30 combatientes armados los rodearon, rifles listos. Durante una hora tensa, Elago y la Guardia mantuvieron su posición, exigiendo ver a Stiven y a otro niño desaparecido. Finalmente, cinco rebeldes salieron con los adolescentes.

“Me abrazó y me dijo: ‘Mamá, nunca pensé que te arriesgarías tanto’”, contó Elago a la agencia AP. “Fue una victoria”.

Estos rescates son cada vez más comunes a medida que los grupos armados refuerzan su control sobre el territorio Nasa. En ocho días de reporteo en Cauca, AP habló con más de 20 jóvenes y familias afectadas por el reclutamiento: algunos escaparon por su cuenta, otros fueron rescatados por la Guardia, y algunos decidieron quedarse en los campamentos.

Armas, bastones y una guerra por los niños

Los Kiwe Thegnas —“Guardia del Pueblo” en nasa yuwe— se formaron en 2001 para defender su tierra y comunidades sin armas. Su emblema, el bastón de autoridad, es un bastón tallado envuelto en rojo y verde, colores que representan la sangre y la tierra.

“Ellos llevan armas; nosotros llevamos bastones”, dijo Elago. “El bastón representa nuestra vida, nuestro valor”.

El simbolismo no los protege del peligro. Según el Consejo Regional Indígena del Cauca, más de 40 miembros de la Guardia han sido asesinados desde el acuerdo de paz de 2016. Ese pacto puso fin a la guerra con las FARC, pero facciones disidentes, el ELN y redes de narcotráfico como el Clan del Golfo siguen operando y reclutando niños.

Elago asegura que Stiven nunca eligió unirse. Él había ido a cobrar su salario en zonas cocaleras cuando los disidentes lo retuvieron. Ella encaró directamente al comandante: “Hablan de respetar a los pueblos indígenas, pero están matando a nuestra juventud. ¿Qué respeto es ese?”.

Una frase del rebelde al despedirse la dejó helada: “Cuídese, mamá. Ya huele a formol”.

Aulas bajo banderas, comunidades bajo presión

En la aldea montañosa de Manuelico, la maestra Luz Adriana Díaz empieza su jornada bajo las banderas del frente Dagoberto Ramos, un violento grupo disidente de las FARC. Hombres armados pasan por comida, para pedir prestadas sillas o simplemente conversar. Negarse puede ser peligroso.

“No podemos decir que no. He tenido que ser muy cuidadosa”, contó a AP. Varios de sus exalumnos, algunos de apenas 11 años, ahora están con los grupos armados.

Una joven se unió a los disidentes a los 16 para alejarse de su casa. Cocinaba, limpiaba armas y administraba suministros, hasta que un cambio de mando la hizo temer un trato más duro. Escapó y ahora trabaja en un proyecto comunitario que advierte a las familias sobre las tácticas de reclutamiento.

“Les digo a las familias que deben construir confianza con sus hijos”, explicó.

La Guardia también trabaja para alejar la economía local de la coca. Protegen cafetales y huertas comunitarias, pero para muchos adolescentes, el atractivo de un teléfono, comidas seguras y la promesa de “protección” aún pesa más que los riesgos.

EFE

Cifras, responsabilidad y caminos estrechos de regreso

La Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca ha registrado 915 casos de jóvenes indígenas reclutados desde 2016, incluidos niños de apenas nueve años. Solo entre enero y junio de este año documentaron al menos 79 casos nuevos.

La Defensoría del Pueblo registró 409 casos de reclutamiento infantil en todo el país en 2024 —más de 300 en Cauca—, frente a 342 el año anterior. El jefe de derechos humanos de la ONU en Colombia, Scott Campbell, calificó la respuesta del Estado de “ineficaz y tardía”, diciendo a AP que hay muy poca coordinación con las autoridades indígenas para prevenir el reclutamiento desde el principio.

Los líderes de ACIN afirman que los grupos armados llenan el vacío estatal construyendo carreteras, entregando alimentos y ofreciendo servicios básicos que el gobierno no ha brindado, lo que dificulta que las familias resistan su influencia.

El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar dice que hay avances: 251 niños han salido de grupos armados en la primera mitad de 2025, a menudo gracias a iniciativas comunitarias. Pero miembros de la Guardia dicen que algunas facciones ahora se niegan a devolver a cualquier menor de más de 14 años, alegando que ya son “lo suficientemente grandes” para decidir.

Para los Nasa, defender a los niños es parte de proteger una cosmovisión, en la que la coca es una planta sagrada para uso ritual, no un cultivo de guerra. Por eso Elago mantiene la foto de Stiven atada a su bastón: un recordatorio de lo que estuvo a punto de perder, y de la delgada línea que la Guardia sostiene entre su comunidad y los hombres armados en la maleza.

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Las palabras de su hijo aún resuenan: “Mamá, nunca pensé que te arriesgarías tanto”. Para ella, y para la Guardia, ese riesgo es el precio de la resistencia —y el bastón, levantado una y otra vez, es prueba de que el valor desarmado todavía importa.

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