AMÉRICAS

La pintura desaparecida de Argentina desata la búsqueda de arte saqueado por los nazis y verdades enterradas

Un retrato olvidado, una foto inmobiliaria sospechosa y un nombre del Tercer Reich han lanzado a la Argentina a una búsqueda de alto riesgo de arte saqueado por los nazis, reavivando preguntas sobre la guerra, la memoria y los fantasmas que aún cuelgan en las paredes de las salas de estar.

Una pista escondida en un aviso

No empezó en una galería ni en un archivo, sino en el tranquilo flujo de internet. Un periodista neerlandés, mientras navegaba anuncios inmobiliarios en Mar del Plata, vio algo que no encajaba: el rostro de una mujer, pintado siglos atrás, colgado en una pared moderna. La imagen coincidía con un retrato perdido hace mucho tiempo —Contessa Colleoni de Giuseppe Ghislandi— registrado durante décadas como desaparecido, y que se creía saqueado por los nazis.

La pista puso en marcha a los investigadores argentinos. La policía allanó una propiedad costera vinculada a Patricia Kadgien, hija de Friedrich Kadgien, un alto funcionario nazi que escapó a Argentina tras la Segunda Guerra Mundial. Perseguían lo que podía haber sido la recuperación más importante de arte robado en suelo argentino en años.

Pero al entrar a la casa, el marco estaba vacío. La pintura no estaba.

La búsqueda se amplió. Las autoridades allanaron otras cuatro casas relacionadas con la familia Kadgien. Salieron a la luz dos obras del siglo XIX. Pero Contessa Colleoni —la pieza central— seguía desaparecida. Un retrato escondido a plena vista se había convertido en un misterio más profundo: ¿cómo desaparece una pintura cuando el mundo la está mirando directamente?

El largo rastro de Ámsterdam a Mar del Plata

Si el lienzo es auténtico, su historia comienza en la galería de Jacques Goudstikker, un comerciante de arte judío neerlandés que murió huyendo de los nazis en 1940. Su colección —más de mil piezas— fue confiscada por el Tercer Reich. Algunas han sido restituidas tras largas batallas emprendidas por sus herederos. Otras permanecen perdidas en manos privadas, intercambiadas, heredadas o escondidas.

Según informes neerlandeses, documentos vinculan a Friedrich Kadgien con el Ghislandi desaparecido, lo que sugiere que la pintura pudo haber cruzado el Atlántico con él al huir de la Europa de posguerra. Kadgien murió en 1979. Pero las preguntas que dejó —sobre lo que trajo, lo que ocultó y lo que sabía su familia— no se han desvanecido.

La relación de Argentina con los nazis fugitivos tras la guerra es bien conocida: rutas secretas de migración, inventarios susurrados de lo que se cargaba en cajas y baúles. Algunos objetos eran inocuos. Otros eran arte. Saqueado, manchado, desaparecido. El problema es que una vez que estas piezas entran en casas privadas, desaparecen de la vista. Los museos pueden publicar procedencias. Las familias, rara vez.

Incluso cuando una base de datos señala una coincidencia, hace falta más que sospechas para devolver una obra. Los tribunales exigen una cadena de custodia. Y tras la guerra, el exilio y la muerte, esos vínculos suelen estar rotos.

Ley, memoria y la carga de la custodia

El caso ahora se mueve entre el terreno legal y el moral.

Tras el allanamiento, un juez federal puso a Patricia Kadgien y a su esposo bajo arresto domiciliario. La medida es temporal —por ahora, 72 horas—, pero los investigadores creen que la pareja pudo haber obstruido la búsqueda. Los fiscales preparan cargos bajo un estatuto extraordinario: “encubrimiento de robo en el contexto de genocidio”.

Ese cargo replantea el asunto. No trata al retrato como mera propiedad: lo enmarca como evidencia de un crimen sin prescripción. El Holocausto, en esta visión jurídica, no es solo historia. Es una estructura que aún proyecta sombras, y Argentina —consciente o no— está dentro de ellas.

La restitución rara vez se trata solo de propiedad. Se trata de nombrar un daño, reconocer un robo, restaurar lo que el silencio intentó borrar. Incluso un arresto domiciliario tiene peso simbólico: un mensaje de que el Estado perseguirá la verdad, aunque el lienzo siga ausente.

Pero la pregunta persiste: ¿dónde está?

¿Se vendió el retrato? ¿Está escondido? ¿Dañado? ¿Mal atribuido y colgado en algún lugar bajo otro nombre? El marco vacío en Mar del Plata se convierte en metáfora: de los secretos que guardan las familias, de los puntos ciegos que heredan las naciones y de lo fácil que algo precioso puede desaparecer sin dejar rastro.

La búsqueda se amplía, el misterio se profundiza

Este caso ya no es solo una pintura desaparecida. Es un espejo que refleja el pasado bélico no resuelto de Argentina.

El país lleva décadas lidiando con su papel como refugio de posguerra para fugitivos y colaboradores nazis. Cada nuevo hallazgo reabre ese ajuste de cuentas. Una sala de estar se convierte en escena del crimen. Un aviso de venta se transforma en una pista. El pasado irrumpe en el presente con una facilidad inquietante.

Hay también algo profundamente moderno en este caso particular. El hecho de que un periodista encontrara la pintura en una foto inmobiliaria en línea demuestra cómo la vida digital está reconfigurando la recuperación de arte. Antes, investigar procedencia significaba hurgar en archivos y registros de embarque. Hoy, incluye búsquedas inversas de imágenes y publicaciones virales. Una captura de pantalla puede convertirse en una migaja de pan.

Y sin embargo, incluso la tecnología tiene límites. Una foto en una pared no es una firma en una escritura. Los tribunales aún exigen pruebas. Y el tiempo, como siempre, juega en contra de quienes buscan respuestas.

Por ahora, la investigación continúa. La pareja bajo arresto domiciliario será interrogada. Las dos pinturas recientemente descubiertas serán examinadas. Los fiscales rastrearán documentos, persiguiendo pistas entre la maraña de herencias y medias verdades.

En algún lugar, la Contessa Colleoni aún puede colgar. En una pared, en una caja fuerte, bajo una sábana. Quizás en la casa de alguien que no conoce su nombre —o peor aún, de alguien que sí.

Si reaparece, será más que una curiosidad del mundo del arte. Será un momento de regreso. Un fragmento de justicia. Un retrato recuperado del silencio.

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Y si no lo hace, la ausencia seguirá siendo una forma de testimonio: un recordatorio de lo que fue tomado, lo que fue ocultado y de cuánto tiempo pueden convivir las naciones con fantasmas antes de decidir nombrarlos.

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