AMÉRICAS

Latido latino apagado mientras redadas de Washington silencian las calles de Mount Pleasant

Al mediodía en Mount Pleasant, Washington, los cafés y pupuserías que antes desbordaban música y conversaciones hacia las calles están casi vacíos. Tropas de la Guardia Nacional y un despliegue de agentes federales patrullan ahora el vecindario, profundizando el temor a la deportación y apagando el ritmo cotidiano de este enclave latino.

Una pancarta, un silencio y una comunidad en tensión

Las fachadas color pastel de las casas adosadas de Mount Pleasant aún brillan bajo el sol veraniego, pero la banda sonora ha desaparecido. Patios que antes vibraban con bachata y risas están desiertos; adentro, un solo cliente se demora con su café. En la plaza principal cuelga una pancarta en español: “No a las deportaciones en Mount Pleasant. No a la Migra.”

Desde que el presidente Donald Trump declaró una Emergencia de Seguridad Pública y desplegó a la Guardia Nacional en la capital, los residentes dicen que un silencio se ha extendido por “El Pequeño El Salvador”, un barrio moldeado por décadas de migración centroamericana. El miedo aquí no es abstracto. Las autoridades federales han inundado la zona con agentes del FBI, DEA e ICE. La fiscal general Pam Bondi anunció que ya se han realizado 630 arrestos. Activistas denuncian que los operativos de inmigración están incrustados en la operación más amplia, atrapando a vecinos indocumentados que desaparecen sin previo aviso. Para familias que creían haber escapado de los desplazamientos de la guerra y la pobreza, la sensación de ser cazados ha regresado.

“La gente tiene miedo”: voces a puerta cerrada

En tiendas y apartamentos, la rutina ha sido reescrita por el miedo. Una salvadoreña que ha trabajado casi veinte años en un restaurante local contó a EFE que ahora solo sale de casa para su turno y regresa corriendo antes de oscurecer. Maneja para una aplicación de transporte, tiene residencia legal y permiso de trabajo, pero ha dejado de aceptar viajes. “Esto es solo contra nosotros”, dijo a EFE, pidiendo no ser nombrada. “No ves a etíopes, chinos u otros con miedo. Están viniendo por los hispanos.”

En el mismo bar, otro salvadoreño —su único cliente al mediodía— no dejaba de mirar la puerta. “La gente está aterrada”, dijo a EFE. “La presión psicológica es enorme porque lo ves en la calle y luego lo ves en las redes sociales.”

Hasta el destello de las luces policiales se ha vuelto un detonante. “Cada vez que las veo, siento miedo de lo que pueda pasar”, admitió. Los padres susurran planes de contingencia. La mesera se preocupa sobre todo por su hijo pequeño: “Temo que me detengan de camino al trabajo —¿qué pasaría con mi niño de tres años?”

Las canchas de fútbol y los escalones de las iglesias, antes puntos de reunión, están en silencio. Las familias piden víveres por internet, mantienen las cortinas cerradas y se comunican por chats encriptados en vez de en reuniones vecinales. En Mount Pleasant, el miedo ha reescrito el mapa de la vida cotidiana.

Restaurantes cuentan asientos vacíos y trabajadores ausentes

Las secuelas económicas están por todas partes. Un gerente de un restaurante de pollo dijo que los proveedores ahora llaman para preguntar por qué los pedidos han caído. “No tenemos clientes a quienes vender el producto”, explicó a EFE. Las aplicaciones de entrega no cubren el vacío. Muchos repartidores, en su mayoría inmigrantes latinoamericanos, han renunciado por miedo. Otros que se quedaron han sido detenidos. “Hemos reducido los turnos de personal porque no hay trabajo”, añadió.

Más doloroso que las mesas vacías son los compañeros ausentes. Un cocinero dejó de presentarse. Un colega luego vio un video en TikTok que parecía mostrarlo siendo arrestado por agentes migratorios. El restaurante no ha sabido nada de él desde entonces. A la vuelta de la esquina, una bartender miraba el vacío turno de almuerzo. “La gente no quiere ser vista”, dijo a EFE. “Pagan en efectivo, no se quedan.”

Para dueños de negocios que sobrevivieron a la pandemia a duras penas, este vacío es distinto: no son cierres ordenados por el gobierno, sino una clientela que desaparece. Cada turno recortado significa menos alquileres pagados, menos remesas enviadas a la familia en el extranjero y menos ahorros para útiles escolares de los hijos. Las cajas registradoras callan—y también los sueños que alguna vez sostuvieron.

EFE/ Esteban Capdepon Sendra

Esperando que termine el mes, temiendo una extensión

El crimen sigue siendo un tema candente en la ciudad, pero los datos federales muestran tasas en su nivel más bajo en tres décadas. Aun así, el perímetro de seguridad aquí se estrecha: más uniformes, más luces, más ojos. La Casa Blanca dijo inicialmente que la operación duraría un mes. Trump ya ha señalado que quiere extenderla, lo cual requiere aprobación del Congreso, donde tiene mayoría.

En Mount Pleasant, los residentes cuentan los días con una esperanza inquieta. “Dijeron que sería un mes”, dijo una mujer mayor a EFE mientras apresuraba el paso con sus compras. “Le pido a Dios que sea rápido y que todo salga bien.”

Por ahora, los ritmos familiares del vecindario—merengue saliendo de las ventanas, adolescentes saliendo de las panaderías, pupusas friéndose para la cena—están apagados. La energía cívica se ha trasladado a la ayuda mutua silenciosa: vecinos que acompañan a los hijos de otros a la guardería, pequeños negocios adelantando sueldos, diáconos llamando de noche para confirmar quién llegó a casa.

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La pancarta en la plaza es más que una protesta. Es un ruego y una advertencia. No, las deportaciones en Mount Pleasant hablan no solo por un enclave, sino por la frágil confianza entre las comunidades y la ciudad que las rodea. La seguridad pública y la confianza pública se levantan o caen juntas. Mount Pleasant sabe qué camino necesita. Espera ver si la ciudad —y el país— elegirán lo mismo.

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