AMÉRICAS

Los cementerios de Haití bajo asedio: cómo las pandillas convierten el duelo en una economía de rescate

Los muertos ya no descansan en paz en Puerto Príncipe. Las familias ahora negocian con hombres armados por el derecho a enterrar, pagan peajes ilegales en las rutas funerarias y comprimen rituales centenarios en cuestión de minutos, todo bajo la mirada de pandillas que custodian las puertas.

Ritos fúnebres bajo asedio

Lo que antes era un acto público de recuerdo se ha reducido a una peligrosa negociación. En la Rue de l’Enterrement —la histórica calle funeraria de Puerto Príncipe— las funerarias están cerradas, los coches fúnebres han desaparecido, y el nombre de la calle resulta ahora amargamente irónico. Solo alguna ambulancia ocasional se atreve a deslizarse por calles laterales para evitar a los vigías de las pandillas.

“Estamos presenciando la muerte de la muerte”, dijo a EFE el antropólogo Jean Wilner Jacques, experto en tradiciones funerarias caribeñas. Según su criterio, las ceremonias compartidas que daban sentido a la pérdida han sido desmanteladas. El miedo dicta quién puede llorar y cuándo. Donde antes los himnos recorrían el bulevar, ahora solo hay un susurro por teléfono para acordar un paso seguro.

El precio de un funeral

Desde que los grupos armados se apoderaron de cementerios históricos en 2024, los entierros solo se realizan con su consentimiento. Incluso el Gran Cementerio —fundado hace más de dos siglos— está bajo su control.

“Desde febrero de 2024 no hemos podido trabajar normalmente. Ataques armados destruyeron nuestras oficinas”, contó a EFE el encargado de una funeraria en la Rue Fleury Battier, bajo condición de anonimato. “La ciudad ya no cobra tarifas. Todo va para las pandillas: hasta 2,000 gourdes (unos 15 dólares) para ingresar el cuerpo”.

Las procesiones, la música y las reuniones de vecinos han desaparecido. “Solo dos personas pueden acompañar el ataúd. Más que eso es demasiado peligroso”, dijo el encargado.

Para Mireille, de 52 años, el entierro de su madre en enero de 2025 costó 50,000 gourdes (unos 318 dólares) por acceso al cementerio, y otros 15,000 gourdes (114 dólares) en sobornos en los retenes del camino. “No es solo una expresión del colapso del Estado”, dijo a EFE la socióloga Erika Louvert. “Está cambiando la forma en que las familias se relacionan con sus muertos. El duelo se ha vuelto clandestino”.

El frío silencio de las morgues

El colapso del orden llega hasta las morgues. Sin suministro eléctrico constante, la refrigeración falla y los cuerpos se descomponen en horas. Los restos sin reclamar se acumulan, no solo porque los familiares no pueden costear ataúdes, sino porque muchos han sido desplazados de sus hogares.

“Hay cadáveres aquí desde hace más de tres meses. Nadie viene porque no pueden pagar”, dijo Joseph Bernard, propietario de una funeraria en Croix-des-Bouquets, en entrevista con EFE. En almacenes improvisados, los cuerpos yacen bajo mantas térmicas de emergencia, contenedores marítimos se usan como depósitos, y garajes abiertos hacen de morgues.

El riesgo sanitario crece. Médicos advierten sobre brotes de enfermedades si los cuerpos siguen sin ser enterrados. Mientras tanto, el panorama general es sombrío: los ataques contra civiles han aumentado un 24% desde diciembre de 2024; la violencia de las pandillas se ha extendido más allá de la capital hacia Centre y Artibonite; y el desplazamiento ha subido un 80% en el norte.

Las Naciones Unidas contabilizaron más de 4,000 homicidios solo en la primera mitad de este año, mientras que 1.3 millones de haitianos —seis veces más que en 2022— están desplazados. En este clima, incluso el duelo se ha convertido en otra víctima.

EFE/ Mentor David Lorens

Entre la resistencia y la negociación

En esta nueva realidad, incluso el entierro más breve es un ejercicio de logística y riesgo. Las familias trazan en silencio rutas para evitar emboscadas, realizan servicios al amanecer y dependen de los directores funerarios para recibir mensajes de texto con “horas seguras” para trasladar un cuerpo.

“Para enterrar a alguien, primero hay que llamar a la pandilla que controla el cementerio”, dijo el encargado de la funeraria a EFE. Pagar no garantiza seguridad, pero compra una ventana estrecha, suficiente para una oración, un puñado de tierra, un himno susurrado.

Algunas costumbres sobreviven en formas reducidas: un poco de tierra del patio familiar en el ataúd, una cinta blanca en la muñeca del doliente, la promesa de volver cuando sea seguro realizar la ceremonia completa. Esa promesa es tanto rebelión como esperanza: que la Rue de l’Enterrement vuelva a abrir, que los cementerios vuelvan a ser espacios de memoria y no de extorsión.

Lea Tambien: Colombia y Perú navegan tensiones crecientes por una isla cambiante en el Amazonas

Por ahora, los haitianos entierran a sus muertos en secreto, negociando cada paso con hombres que tratan el duelo como una mercancía. “El duelo se ha vuelto clandestino”, dijo Louvert. Sin embargo, en esos breves y frágiles momentos entre el pago y el entierro, persiste una silenciosa exigencia de dignidad: lo único a lo que ningún hombre armado puede ponerle precio.

Related Articles

Botón volver arriba