Disputa por isla en el Amazonas pone en el centro vidas olvidadas en las fronteras

En Santa Rosa, un islote peruano en la triple frontera amazónica, sobrevivir significa recolectar agua de lluvia en barriles, vivir sobre pilotes para escapar de las crecidas y cruzar en bote hasta clínicas colombianas o brasileñas. Ahora, una disputa entre Perú y Colombia ha puesto a esta comunidad olvidada bajo un repentino foco de atención.
Una isla atrapada entre mapas y ministerios
Santa Rosa no debía importar. El islote emergió de sedimentos amazónicos mucho después de que Perú y Colombia fijaran su frontera en papel, definiendo el límite por el canal más profundo del río. Pero la política rara vez es tan fluida como el agua.
Hogar de unas 3,000 personas, el islote se ha convertido en motivo de disputa. Lima insiste en que Santa Rosa pertenece al Perú según tratados centenarios. Bogotá contraargumenta que no existía cuando se trazaron las líneas, lo que hace cuestionable la jurisdicción. Durante décadas, la diferencia quedó relegada a teorías legales. Este año, sin embargo, se volvió combustible.
En julio, autoridades peruanas arrestaron a tres topógrafos colombianos en la isla. El presidente colombiano Gustavo Petro calificó la detención de “secuestro”, transformando lo que era una querella académica en un foco de tensión, según Associated Press. Fue el tercer incidente desde que Petro rechazó públicamente la jurisdicción peruana.
De pronto, un lugar sin alcantarillado, sin cementerio y sin hospital se convirtió en escenario de la retórica de dos naciones. Para los isleños, la ironía fue amarga. “Es cierto que, por demasiado tiempo, nuestras poblaciones fronterizas no han recibido la atención que merecen”, reconoció la presidenta peruana Dina Boluarte en su primera visita a Santa Rosa, flanqueada por soldados en una ceremonia con bandera en la ribera, según la AP. Su llegada sugería soberanía; sus palabras levantaban expectativas. Para los residentes, la pregunta era más simple: ¿durarían las promesas cuando se apagaran las cámaras?
Vida cotidiana sobre pilotes
La calle principal de Santa Rosa es una franja de asfalto bordeada por casas de madera sobre pilotes. Cuando el Amazonas crece, el agua golpea bajo las salas. El agua de lluvia se usa para beber, filtrada con tela y hervida en fogones de leña. La electricidad es intermitente.
Hay un solo puesto de salud, mal equipado para emergencias. Para partos, fracturas o cirugías, las familias deben subir a un bote y cruzar a Leticia, en Colombia, o a Tabatinga, en Brasil. El trayecto toma minutos. Desde Lima, llegar requiere un vuelo a la selva y quince horas río arriba.
En ausencia de servicios, los clubes nocturnos y las iglesias evangélicas dominan el paisaje: refugios distintos, uno para bailar bajo la humedad, otro para rezar contra ella. “Nuestra isla sufre de muchas necesidades”, dijo al AP el dueño de restaurante y discoteca Marcos Mera, mientras se secaba el sudor de la frente.
Los niños suelen estudiar en escuelas colombianas; los abuelos viven con familiares en Brasil. Los muertos se entierran donde haya espacio, generalmente fuera de Santa Rosa. Pero la isla se niega a ser invisible. Los domingos, los vecinos se reúnen en una pequeña radio local para transmitir sus voces y decir a quien escuche: existimos, y importamos.
Orgullo, pasaportes y el precio de ser periféricos
En Santa Rosa, la identidad no es una lealtad sencilla, sino un acto diario de equilibrio. En una casa de cambio local, soles peruanos se apilan junto a pesos colombianos, dólares estadounidenses y reales brasileños. Las transacciones fluyen tan fácilmente como el río que las complica.
“Somos peruanos y, si es necesario, defenderemos nuestra isla con orgullo”, dijo a la AP José Morales, bajo un cartel pintado a mano. Ese orgullo no le impide comerciar con sus vecinos al otro lado del río. La amistad y el comercio, al fin y al cabo, no tienen fronteras.
Mera, el restaurantero, insiste en que la política no debe arruinar esa paz. “Vivimos en armonía, compartiendo cultura, gastronomía y buenas ideas”, declaró, aunque culpa a la retórica colombiana de avivar tensiones. Otros ven beneficios en la agitación. La enfermera Rudy Ahuanari agradeció las declaraciones de Petro por obligar finalmente a Lima a prestar atención. “En todos estos benditos años, nunca un ministro mostró interés por nosotros”, dijo a la AP. “Estábamos verdaderamente olvidados: ni siquiera Dios nos recordaba”.
La paradoja es clara: hizo falta una disputa diplomática para obtener cobertura radial, visitas presidenciales y un poco de atención. El alcalde Max Ortiz, desde una oficina desnuda con ventiladores zumbando, ahora recibe llamadas de Lima que antes jamás llegaban. La atención aún no es progreso. Pero para Santa Rosa, se siente como un inicio.

EFE
¿De punto de fricción a compromiso?
Las necesidades de Santa Rosa son tan claras como el río en crecida: agua potable, alcantarillado, un centro de salud confiable y muelles resistentes a las tormentas. Lo que los vecinos quieren no son ceremonias, sino compromiso: infraestructura, no consignas.
También quieren reconocimiento de lo que su vida ya es: una existencia trinacional. La gente cruza fronteras a diario para ir a la escuela, al médico o al mercado. Un pacto trilateral que formalice esos flujos podría servir más que cualquier discurso sobre soberanía. “Lo que necesitamos son servicios, no más política”, dijo un residente durante la visita presidencial, según la AP.
Boluarte prometió un cambio de rumbo, anunciando nuevas inversiones tras décadas de abandono. El reto es si esas promesas sobrevivirán al ciclo noticioso. Por ahora, los abogados enviarán comunicados; los ministerios, oficios. Colombia disputará; Perú afirmará. El río, indiferente, seguirá redibujando el mapa.
Mientras tanto, la vida sobre pilotes continúa. Los isleños recolectarán agua de lluvia, medirán el precio del arroz, pasarán tres monedas entre los dedos y esperarán que los pilotes resistan otra temporada. Los sábados bailarán. Los domingos rezarán. Los lunes despertarán con la misma pregunta: ¿los recordarán Lima o Bogotá cuando se vayan las cámaras?
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Para quienes viven en los márgenes del Amazonas, la soberanía es más que una disputa territorial. Es agua corriente, una clínica en funcionamiento y la dignidad de ser contados. En Santa Rosa, la supervivencia misma se ha convertido en el argumento más contundente a favor de la pertenencia al Estado.