Una semilla de esperanza: Soberanía agroalimentaria en Latinoamérica
En América Latina están surgiendo redes de productores y ciudadanos para proteger la producción orgánica de cultivos
Los países de América Latina y el Caribe se encuentran entre los que poseen mayor biodiversidad a nivel mundial. El 40% de estas naciones se encuentran en América del Sur, que alberga el 25% de los bosques del planeta. En esta región también se encuentra ubicado el Amazonas, el área de mayor diversidad biológica del mundo.
Si consideramos que en la región solo se encuentra el 10% de la población humana y el 16% de la superficie terrestre, comprenderíamos con asombro lo estratégico de la misma en distIGNORE INTOs ámbitos, especialmente, en el sector agroalimentario. La pérdida de biodiversidad en América Latina es producto de la interrelación de factores complejos, dentro de los que destacan: la pérdida del hábitat por alteración, el uso no sostenible de recursos terrestres y acuáticos, las prácticas no sostenibles de ordenación de la tierra, la contaminación de los ecosistemas y el cambio climático.
De los factores anteriores, el mayor responsable de la pérdida de biodiversidad y degradación ambiental anual de aproximadamente 4 millones de hectáreas de bosques tropicales en América Latina, es la incorporación a sistemas de producción intensiva como la agricultura mecanizada. La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estima que el 75% de la diversidad genética de los cultivos se ha perdido durante el último siglo. Históricamente, el ser humano ha utilizado para sus necesidades entre 7.000 y 10.000 especies. Hoy en día, sólo se cultivan unas 150, 12 de ellas representan más del 70% del consumo humano.
Toda tecnología, desde la más rudimentaria hasta la más avanzada, necesita como materia prima genes. Por lo tanto, es importante conservar los existentes y establecer normas sencillas y justas de acceso a ellos. Con la manipulación de fenotipos y genotipos, los humanos moldean la diversidad intraespecífica de las plantas según sus necesidades. De la manipulación de genotipos resulta un proceso evolutivo: la domesticación. La domesticación de las plantas ocurre por la selección impuesta por el hombre. En este modelo se considera que la domesticación de tales plantas es una consecuencia de su siembra y cosecha durante generaciones sucesivas. Por ello, ninguna institución, ningún equipo de científicos, ningún presupuesto estatal o privado puede reemplazar la labor de millones de campesinos seleccionando continuamente cada año.
Ésta era precisamente la situación a nivel mundial hasta el despegue de la agricultura industrial en la década de los años 60 del siglo pasado. En pocos tiempo, millones de campesinos dejaron de seleccionar y guardar sus semillas. La calidad de los cultivos, que dependía del manejo campesino de semillas y suelos, pasó a depender de semillas híbridas y agro-tóxicos. Cuando en una región los campesinos abandonan sus semillas a favor de los híbridos, ya no hay vuelta atrás. La erosión genética acaba en pocos años con las variedades adaptadas localmente, ya que reduce peligrosamente la capacidad de crear nuevas variedades resistentes y productivas. Igualmente, esta práctica genera una total dependencia hacia las semillas controladas por la industria y su paquete de agro-tóxicos.
A finales del siglo XX, varias empresas con grandes capitales y enormes equipos científicos, iniciaron un proceso de monopolización del sector y lanzaron una nueva etapa del proceso con la introducción de los cultivos transgénicos. Los nombres de estas compañías son conocidos: Monsanto, Syngenta, Bayer, Novartis, Dupont, Seminis. El dominio del mercado de semillas está actualmente consolidado por parte de estas corporaciones, lo que representa un enorme riesgo para la humanidad en general. El riesgo aumenta especialmente en tiempos de cambio climático. Con un inminente escenario de escasez de petróleo, erosión genética, incapacidad de crear nuevas variedades adaptadas localmente y, la dependencia de semillas que no funcionan sin el aporte de los combustibles fósiles, la agricultura extensiva mecanizada desembocaría irremisiblemente en la pérdida de productividad, hambre y pobreza en las próximas décadas.
Las semillas son un factor esencial tanto para el bienestar como para la supervivencia de las generaciones futuras. Dichas empresas, con el pretexto de proteger a las semillas de enfermedades y elevar la calidad de los cultivos –ambas pretensiones sin justificación científica consensuada–, crean sistemas nacionales de control. Estos sistemas permiten solamente la circulación de semillas certificadas e impulsan modelos productivos que buscan que los agricultores se vuelvan dependientes. Esta dependencia no radica únicamente en el mercado, al que deben acudir después de cada cosecha para renovar sus reservas de semillas, sino también de los paquetes tecnológicos que soportan los cultivos transgénicos, producidos por las mismas compañías de biotecnología.
Adicionalmente, las normas de bioseguridad sobre organismos genéticamente modificados (OGM) adoptadas por los países de la región son inadecuadas, porque se reducen a afinar los formalismos legales para la aprobación y comercialización de los mismos. Por el contrario, las normas deberían evaluar de manera integral los riesgos socioeconómicos, culturales y ambientales, así como la contaminación genética de las variedades criollas y las afectaciones a la salud humana y animal. Es importante resaltar, que la reglamentación no considera el principio de precaución y se basa en un inexistente consenso científico sobre la inocuidad de los transgénicos.
América Latina tiene una tradición de varias décadas de lucha social y política en el tema, de la mano de varias organizaciones a nivel nacional y continental. Sin embargo esta labor, si bien ha frenado la expansión del monopolio fitogenético en varios frentes, no ha logrado asegurar un autoabastecimiento de semillas a nivel local que permita frenar la erosión genética. Éste es el reto que ahora tratan de enfrentar las redes de guardianes y custodios de semillas, que bien existen o están conformándose en cada país del continente. Las redes son grupos de ciudadanos, productores y productoras de semillas que pretenden afrontar de forma organizada los retos de la producción orgánica en las difíciles condiciones actuales. Del mismo modo, propenden rescatar la autonomía de los pueblos de América Latina y el retorno de la agricultura de forma cíclica y perdurable. De esta forma, se rescata la inclusión social y se crean espacios de intercambio fraterno que privilegien actividades económicas amigables con el ambiente.
LatinAmerican Post | Mariangel Massiah
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