Migrantes colombianos luchan contra deportaciones repentinas en medio de una tensa agitación diplomática
Cuarenta viajeros exhaustos bajaron de aviones gubernamentales en Bogotá, relatando historias de ropa confiscada, vuelos hacinados y deportaciones inesperadas. Sus testimonios revelan el costo humano de una represión acelerada, avivando tensiones políticas y alimentando temores.
Un panorama de consternación
Agotados y aún vestidos con la ropa que llevaban en los centros de detención de EE.UU., más de doscientos migrantes colombianos llegaron a Bogotá, la capital de Colombia, a principios de esta semana. Algunos fueron desembarcados de aviones de la Fuerza Aérea Colombiana y obligados a regresar a casa después de haber cruzado a Estados Unidos sin la documentación legal para permanecer. Sus historias eran diversas: algunos eran padres que huían de la crisis económica, otros jóvenes aventureros en busca de un nuevo comienzo, pero la mayoría compartía un relato común de decepción y angustia.
En entrevistas y relatos publicados por The Wall Street Journal, muchos de estos migrantes describieron experiencias que iban desde un trato grosero hasta humillaciones flagrantes. Aparentemente, habían sido arrestados cerca de la frontera entre EE.UU. y México apenas unos días antes de abordar los vuelos que los llevaron de regreso a suelo colombiano. Las deportaciones rápidas les dejaron poco tiempo para presentar su caso o solicitar asilo.
Su salida de EE.UU. formó parte de lo que la administración Trump llamó la mayor deportación masiva de migrantes indocumentados en la historia, con un énfasis declarado en la expulsión de personas consideradas criminales peligrosos. Sin embargo, según el gobierno colombiano, estos repatriados no tenían antecedentes criminales. El resultado es un creciente sentimiento de frustración en ambos lados: Washington se ve a sí mismo aplicando la ley nacional, mientras que los funcionarios en Bogotá insisten en que ciudadanos colombianos comunes—sin antecedentes delictivos—están siendo atrapados en la red y enviados de regreso.
Relatos angustiantes de expulsión
A pesar de las afirmaciones del gobierno estadounidense de que su estrategia de deportación apunta primero a criminales peligrosos, muchos de los migrantes compartieron relatos que contradecían esa postura.
“El trato fue despótico, humillante”, afirmó Juan Sebastián Alonso, un colombiano de 23 años, en una entrevista con The Wall Street Journal en el Aeropuerto Internacional El Dorado de Bogotá. Cruzó a California desde Tijuana el 15 de enero con la esperanza de solicitar asilo y encontrar trabajo. En cambio, dijo que las autoridades lo retuvieron en celdas frías, le confiscaron su ropa y solo se comunicaron con órdenes breves e impersonales.
Otro colombiano, Luis Gualdrón, un trabajador de 61 años, recordó una experiencia similar. Llegó a EE.UU. el 17 de enero, fue detenido rápidamente y enviado de regreso a Colombia en los mismos aviones que Alonso describió. “Nos maltrataron. Nos quitaron las chaquetas que llevábamos puestas, tiraron nuestra ropa a la basura”, contó Gualdrón a los reporteros de The Wall Street Journal que entrevistaron a los deportados al llegar a Bogotá. Planeaba buscar trabajo en la construcción o en la agricultura, pero nunca tuvo la oportunidad de presentar su caso ante un juez.
Las autoridades estadounidenses respondieron con un comunicado que hacía referencia a procedimientos de larga data para el manejo de detenidos, incluyendo la eliminación de efectos personales por razones de seguridad o cumplimiento de normas de detención.
Estos testimonios personales resuenan en toda América Latina, donde varios gobiernos han reportado un aumento en migrantes deportados que afirman haber sido detenidos casi de inmediato tras cruzar a territorio estadounidense y luego enviados de regreso a sus países de origen. México, Brasil, Guatemala y Colombia han recibido aviones llenos de deportados en las últimas semanas. Funcionarios locales en estos países sostienen que, aunque respetan el derecho del gobierno de EE.UU. a hacer cumplir sus leyes de inmigración, rechazan cualquier presunto maltrato o humillación de sus ciudadanos.
Posición gubernamental y tensiones diplomáticas
La postura pública de la administración Trump, reiterada en declaraciones presidenciales y sesiones informativas oficiales, sostiene que los esfuerzos de aplicación de la ley se centran en individuos indocumentados que representan una amenaza criminal.
“Estamos sacando a los criminales más peligrosos”, declaró el presidente Trump, según citó The Wall Street Journal. “Estos son asesinos. Estas son personas tan malas como se puede imaginar”.
Sin embargo, el canciller colombiano Luis Gilberto Murillo contradijo esta afirmación al menos en lo que respecta a un grupo de deportados. En declaraciones a los medios locales, afirmó que los 201 colombianos que llegaron el martes no tenían antecedentes criminales graves en Colombia ni en EE.UU.
“No son criminales”, afirmó en una conferencia de prensa. “Esta información ha sido verificada y confirmada por las autoridades pertinentes”.
Esa divergencia en el discurso ha tensionado las relaciones entre Washington y Bogotá. La tensión se hizo especialmente evidente cuando el presidente colombiano Gustavo Petro bloqueó brevemente el aterrizaje de dos aviones militares estadounidenses que transportaban deportados colombianos. Petro cedió solo después de que el entonces presidente Donald Trump amenazara con imponer aranceles del 25% a las importaciones colombianas e insinuara la suspensión de ciertos beneficios económicos.
Para la noche del domingo, el gobierno de Petro acordó permitir la llegada de vuelos adicionales, aunque insistió en que Colombia también enviaría aviones gubernamentales para recoger a algunos deportados, un gesto simbólico que representaba una declaración de soberanía colombiana.
Ampliando la historia más allá de Colombia
Mientras los colombianos enfrentaban expulsiones abruptas, migrantes de otras naciones sudamericanas sufrían retornos igualmente turbulentos. La administración del presidente Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil se encontró lidiando con un ejemplo vívido cuando 88 brasileños deportados, incluidas mujeres y niños, aterrizaron inesperadamente en la región amazónica después de que el avión estadounidense que los transportaba sufriera problemas mecánicos. El aire acondicionado a bordo falló, lo que provocó temperaturas elevadas en la cabina y furiosas protestas por parte de los deportados.
En entrevistas recopiladas por The Wall Street Journal, varios pasajeros relataron intentos de abrir una salida de emergencia, seguidos de denuncias de que funcionarios estadounidenses los agredieron físicamente.
“Los funcionarios de EE.UU. nos golpearon mientras estábamos esposados”, declaró Vitor Gustavo da Silva, un brasileño de 21 años, a la cadena de televisión Globo. Relató además cómo se sintieron atrapados en la sofocante cabina sin un cronograma claro para su liberación. Finalmente, las autoridades brasileñas en tierra intervinieron, liberaron a los deportados de sus esposas y organizaron un nuevo avión para completar el viaje.
El incidente enfureció a las autoridades brasileñas, que afirmaron que EE.UU. había violado acuerdos previos sobre el trato digno a los migrantes repatriados.
Este tipo de disputa revela un problema tanto básico como complejo: ¿Cómo deben los países supervisarse mutuamente en lo que respecta al manejo de vuelos de deportación y centros de detención? En respuesta a las denuncias de abuso o condiciones inadecuadas, Tom Homan, designado por el presidente Trump como zar de la frontera, dijo a un periodista británico: “Eso es una basura. Nuestros estándares de detención son más altos que los de cualquier instalación estatal o local en la nación, en el mundo”. Añadió que la agencia investigaría cualquier caso real de mala conducta, pero insistió en continuar con una aplicación estricta de las leyes de inmigración.
Viajes inesperados y futuros inciertos
La mayoría de quienes regresaban a Colombia afirmaron que habían pasado meses planificando su ingreso a EE.UU., a menudo viajando primero a México, donde obtenían visas de turista o dependían de contactos para cruzar la frontera de manera clandestina. Para muchos, la posibilidad de una nueva vida en EE.UU. valía el peligro del cruce. El trayecto los llevó a través de terrenos montañosos o desiertos, con frecuencia a merced de traficantes que cobraban tarifas elevadas sin ninguna garantía de éxito.
Ese enfoque de alto riesgo se volvió aún más peligroso cuando EE.UU. intensificó su aplicación de la ley. Según The Wall Street Journal, altos funcionarios de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) instruyeron a sus equipos para aumentar las detenciones, con el objetivo de capturar a 75 personas por día en cada oficina, lo que podría traducirse en más de 1,000 arrestos diarios a nivel nacional.
Una vez detenidos, migrantes como Alonso fueron rápidamente programados para la deportación. Como fueron capturados casi de inmediato después de cruzar, no se les concedió un proceso completo en la corte de inmigración, lo que facilitó su expulsión.
“Al principio, supuse que al menos tendría la oportunidad de solicitar asilo”, dijo Alonso, describiendo su sorpresa al darse cuenta de que no tendría tiempo para consultar con un abogado. En una entrevista organizada por The Wall Street Journal, expresó su frustración: “Nos hicieron quitarnos todo. Solo nos dejaron la ropa que llevábamos puesta, aunque sabían que el aire acondicionado estaba encendido y hacía un frío extremo”.
Otros relataron dificultades similares. Entre los recién llegados estaba una madre de 25 años con dos hijos, quien prefirió mantenerse en el anonimato por seguridad personal. Dijo que esperaba encontrar trabajo como empleada doméstica en EE.UU. para enviar dinero a su familia. Detenida a los pocos días de cruzar, fue rápidamente colocada en un avión militar sin información sobre sus derechos o próximos pasos.
“Si hubiera sabido que sería así, tal vez me habría quedado”, dijo en una conversación telefónica con periodistas colombianos, quienes compartieron el audio con The Wall Street Journal. “Pero eso también significa volver a un lugar sin trabajo, sin oportunidades”.
Política, percepción y realidades en colisión
Durante años, EE.UU. ha llevado a cabo deportaciones bajo administraciones tanto demócratas como republicanas, aunque la escala, el alcance y la retórica en torno a estas acciones han variado. Witness at the Border, una organización de vigilancia que rastrea vuelos de deportación, señaló que entre 2020 y 2024 se realizaron 475 vuelos con colombianos deportados. La mayoría de estos ocurrieron en fases anteriores de la aplicación de la ley migratoria en EE.UU., lo que demuestra que las deportaciones no son un fenómeno nuevo.
Sin embargo, la promesa de una intensificación bajo la presidencia de Trump alarmó a las capitales latinoamericanas. El presidente colombiano Gustavo Petro, defensor de valores de izquierda, denunció lo que consideró un trato duro e insensible. Argumentó que los colombianos solo querían mejores condiciones de vida, pero las autoridades los hacían parecer criminales, un mensaje que repitió en redes sociales. Fotografías de deportados encadenados, junto con informes sobre la confiscación de pertenencias, reforzaron la percepción de un trato irrespetuoso.
Pero los representantes de EE.UU. discrepan. Argumentan que una nación debe proteger sus fronteras y sostienen que la inmigración ilegal ejerce presión sobre las escuelas, los hospitales y otros servicios públicos. También citan la creciente ansiedad de ciertos sectores de la sociedad estadounidense ante la competencia laboral o la criminalidad.
La postura oficial es clara: si la ley establece que los migrantes indocumentados están sujetos a deportación, entonces el gobierno tiene el deber de hacer cumplir esa norma.
Desesperación, Determinación y Próximos Pasos
Muchos luchaban contra el impacto emocional mientras los colombianos recién deportados deambulaban por el aeropuerto de Bogotá. Algunos no sabían dónde dormirían esa noche ni cómo darían la noticia de su fallida expedición a familiares que habían depositado sus esperanzas en las remesas. Los funcionarios de inmigración de Colombia ofrecieron ayuda básica, como acceso a teléfonos, alojamiento de emergencia o vales de comida, pero los recursos del sistema eran limitados.
Uno de los retornados, identificado por los medios colombianos como David Orozco, un artesano de 29 años, dijo que planeaba regresar a Barranquilla. Antes había trabajado entregando comidas en motocicleta. Había puesto su mirada en Estados Unidos como un lugar donde podría ahorrar lo suficiente para invertir en un pequeño negocio en su país. Después de regresar sin dinero, Orozco se sentía en conflicto: “Todavía estoy enojado por cómo nos trataron”, dijo a periodistas locales, quienes compartieron fragmentos de su entrevista con The Wall Street Journal. “Nos llamaron criminales frente a otros detenidos. Me dolió porque nunca he hecho nada ilegal, excepto intentar encontrar una nueva vida”.
Un joven de 23 años, que expresó su enojo por las celdas de detención heladas, dijo que quiere intentar el viaje nuevamente. “Lo consideraré”, afirmó. “Depende de la situación”. Señaló las difíciles condiciones de vida en algunas regiones de Colombia, además de la falta de empleos y el aumento de la violencia. Las estadísticas oficiales muestran una mejora en la economía colombiana en términos generales, pero las brechas sociales, el desempleo y los conflictos locales siguen empujando a las personas a emigrar.
Consecuencias Expandiéndose por la Región
Las repercusiones de estas rápidas deportaciones se extienden más allá de las comunidades colombianas. A lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, organizaciones sin fines de lucro y refugios ahora deben proporcionar alojamiento a muchas familias varadas en un limbo, tratando de decidir si cruzar nuevamente o abandonar el viaje. México, por su parte, enfrenta una carga más pesada, ya que más personas dependen de sus ciudades como destinos temporales o permanentes después de ser deportadas.
Casos similares de deportaciones abruptas resuenan en Brasil y Guatemala, lo que ha provocado acusaciones de que las autoridades estadounidenses priorizan las medidas de control sobre las necesidades diplomáticas y humanitarias. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, criticó un incidente en Manaos donde un avión averiado dejó a deportados exhaustos en el sofocante clima amazónico. Reiterando el posible daño a los lazos bilaterales, insistió en que los vuelos de repatriación deben cumplir con estándares básicos de dignidad humana.
Diplomáticos, funcionarios y grupos de defensa temen que se produzca un ciclo de escalada: cuanto más se opongan ciertos países a los vuelos de deportación de Estados Unidos, mayor será la posibilidad de que este último responda con amenazas de aranceles o negociaciones comerciales ralentizadas. La breve disputa entre Estados Unidos y Colombia subrayó problemas económicos serios que podrían afectar sus conversaciones sobre migración. El conflicto terminó cuando el presidente Gustavo Petro finalmente permitió los vuelos.
Voces de los Retornados
A pesar de estas circunstancias inquietantes, algunos migrantes expresaron gratitud por, al menos, haber regresado sanos y salvos a suelo colombiano. Los vuelos aterrizaron sin mayor confusión, y los detenidos desembarcaron para encontrar a las autoridades locales brindando instrucciones básicas. La presencia de familiares esperándolos fue un momento agridulce: aunque se reencontraban con sus seres queridos, muchos llegaban con las manos vacías y sin certeza sobre su futuro.
Un padre de tres hijos, identificado solo como Andrés y originario de Medellín, dijo a reporteros colombianos que se sentía dividido acerca de su regreso. “Me fui porque pensé que podría ganar más en Estados Unidos”, comentó en una entrevista que luego fue compartida con The Wall Street Journal. “Pero al parecer, el clima allá se ha vuelto demasiado difícil. Apenas te dan la oportunidad de hablar”. Continuó describiendo las celdas con rejas en las que fue retenido y la humillante experiencia de estar esposado durante horas.
Sin embargo, no todos estaban resignados. Algunos migrantes más jóvenes, provenientes de zonas rurales de Colombia, insistieron en que aún creen que pueden encontrar una forma de llegar a Estados Unidos si son más cautelosos la próxima vez. Hablaron sobre diferentes rutas por el desierto o estrategias de cruce, quizás ajustando los tiempos para evitar la actual ola de medidas de seguridad reforzadas. Esto sugiere un ciclo difícil de romper: las presiones socioeconómicas en casa continúan empujando a las personas a intentar el viaje.
Buscando un Camino Equilibrado
Para quienes llegaron en los primeros vuelos y los miles más que podrían seguir, la preocupación inmediata es cómo reconstruir sus vidas en circunstancias difíciles. Organizaciones locales en Colombia han trabajado apresuradamente para ofrecer ayuda a corto plazo. Funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores han insinuado que podrían buscar discusiones bilaterales con Estados Unidos para refinar los protocolos y garantizar un trato más humano a los detenidos.
Sin embargo, el conflicto fundamental persiste: Estados Unidos está intensificando rápidamente sus políticas de deportación, y los gobiernos de América Latina, atrapados entre el deseo de proteger a sus ciudadanos y la realidad de su limitada influencia frente al poder comercial estadounidense, pueden hacer poco más que protestar. La tensión ha llevado a algunos defensores a argumentar que una reforma migratoria más integral en Estados Unidos podría ayudar, proporcionando canales para visas de trabajo legales o procesos de asilo organizados. Otros sostienen que las naciones latinoamericanas deben abordar las causas fundamentales, como el desempleo, la violencia o la falta de oportunidades, para que sus ciudadanos no se vean obligados a emigrar ilegalmente.
A los ojos de muchos migrantes retornados, sin embargo, este debate parece distante de sus luchas inmediatas. Gastaron sus ahorros o pidieron grandes sumas prestadas para embarcarse en un viaje que terminó casi tan rápido como comenzó. Ahora, al reunirse con sus familias y comunidades sin dinero, deben enfrentar las mismas condiciones de las que intentaron escapar.
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Uno de los últimos migrantes en bajar del avión, que se identificó como Gustavo, salió del aeropuerto sin una sola maleta. “Todo se ha ido”, dijo en voz baja, encogiéndose de hombros cuando le preguntaron sobre su futuro. En un audio obtenido por The Wall Street Journal, confió a una emisora local que se sentía afortunado de estar vivo, pero desalentado por haber perdido todo lo que poseía. “Se lo llevaron todo”, comentó, refiriéndose tanto a sus pertenencias materiales como a las ilusiones que alguna vez tuvo sobre América. “Ahora solo empiezo desde cero”.