AMÉRICAS

Recordando cómo los ladrones de Argentina casi lograron el mayor robo bancario

En enero de 2006, un grupo de ladrones audaces en Buenos Aires casi llevó a cabo uno de los mayores atracos bancarios de la historia. Con una planificación meticulosa, rehenes falsos y un elaborado plan de escape a través de las alcantarillas de la ciudad, robaron millones, pero al final, un error personal lo desenmascaró todo.

Un plan audaz nacido de una crisis

Un soleado día de enero de 2006, los habitantes de Buenos Aires presenciaron lo que parecía ser un clásico drama de robo a un banco. Un grupo de hombres enmascarados irrumpió en el Banco Río en Acassuso, un tranquilo suburbio de la capital argentina, tomó rehenes y atrajo toda la atención de la policía, los medios de comunicación y el público. A medida que la tensión aumentaba, todos esperaban con gran expectación el inevitable enfrentamiento y la eventual captura de los criminales. Sin embargo, lo que nadie sabía era que el verdadero atraco estaba sucediendo bajo sus pies.

El audaz robo era parte de un plan meticulosamente elaborado a lo largo de dos años. Y mientras el espectáculo se desarrollaba en la superficie, el verdadero ingenio de la operación se encontraba bajo tierra, donde millones de dólares en efectivo y objetos de valor estaban siendo saqueados silenciosamente de la bóveda del banco. Fue un robo que, de haber tenido éxito en su totalidad, podría haber pasado a la historia como uno de los más grandes de la historia. Pero a pesar del elaborado plan, los criminales pronto descubrieron que no todos los detalles habían salido según lo planeado.

La visión de un genio

El complot para el robo al banco de Buenos Aires nació de un deseo no solo de dinero sino de un gran espectáculo que humillara al sistema bancario. El cerebro detrás del robo, Fernando Araujo, no era un criminal común. Araujo, un hombre excéntrico con pasión por las películas de crímenes, había estado fascinado durante mucho tiempo con la idea de llevar a cabo un robo masivo a un banco. Era conocido por fumar marihuana mientras veía películas de atracos, utilizándolas como inspiración para el crimen de la vida real que estaba planeando.

Araujo imaginó un robo que no solo le reportaría a él y a su equipo millones de dólares, sino que también avergonzaría a las instituciones financieras que ya habían perdido la confianza del público argentino. A principios de la década de 2000, Argentina se había hundido en el caos económico, con el valor de la moneda local desplomándose y la gente perdiendo sus ahorros de la noche a la mañana. Sin embargo, el contenido de las cajas de seguridad no se vio afectado por la crisis financiera, lo que las convirtió en un objetivo atractivo para Araujo y su equipo.

Planeó entrar al Banco Río haciendo un túnel en el sistema de alcantarillado de la ciudad, robando millones de dólares de las cajas de seguridad y escapando sin dejar rastro. Pero sabía que el verdadero desafío sería mantener a la policía distraída el tiempo suficiente para completar el atraco. Así que ideó una solución ingeniosa: un robo simulado en la superficie que desviaría toda la atención de la bóveda.

El día del atraco

El 13 de enero de 2006, tras años de planificación, el equipo encargado del atraco puso en marcha su plan. El equipo estaba formado por seis hábiles delincuentes, cada uno con un papel específico en el atraco. Mientras algunos miembros del equipo entraban al banco por la puerta principal, armados con pistolas falsas y tomando rehenes, el resto del grupo ya estaba trabajando bajo tierra.

Sebastián García Bolster, conocido como “el ingeniero”, había pasado meses cavando meticulosamente un túnel desde las alcantarillas de la ciudad hasta la bóveda del banco. Era una tarea físicamente exigente, que requería precisión y paciencia. El día del atraco, Bolster atravesó la última barrera y consiguió acceder al sótano del banco, donde se encontraban las cajas de seguridad.

Mientras la policía negociaba con los ladrones en el piso de arriba, Bolster y su equipo saquearon la bóveda. Se habían dado un estricto límite de tiempo de dos horas, sabiendo que cualquier tiempo más largo podría levantar sospechas. El plan era cargar el dinero y los objetos de valor en balsas inflables, desaparecer por el túnel y escapar a través del sistema de alcantarillado hasta un pozo de mantenimiento cercano donde los esperaba un vehículo de escape.

Mientras el equipo de arriba seguía distrayendo a la policía, los ladrones de abajo estaban ocupados llenando bolsas con dinero en efectivo, joyas y otros objetos de valor. Se esperaba que el botín fuera de unos 20 millones de dólares, y cada miembro del equipo se marcharía con aproximadamente 3,3 millones de dólares.

La huida

La verdadera genialidad del atraco no estuvo sólo en la ejecución, sino en la huida. Mientras que la mayoría de los robos a bancos se basan en una huida rápida en coche, Araujo había planeado algo mucho más elaborado. Los ladrones no escaparían por la puerta principal del banco, sino por el túnel subterráneo que conducía a las alcantarillas.

Una vez que la bóveda estuvo vacía, la tripulación se deslizó por el túnel, cargó el dinero en balsas inflables y remó por las oscuras y turbias aguas del sistema de alcantarillado de Buenos Aires. Fue una huida perfecta, o eso pensaron. Cuando la policía se dio cuenta de que los habían engañado, los ladrones ya se habían ido hacía rato.

De vuelta en el banco, la policía tuvo que lidiar con las consecuencias. Dentro, encontraron a los rehenes ilesos, las armas falsas abandonadas y una nota burlona dejada por los ladrones que decía: “Sin armas ni rencores, es sólo dinero, no amor”. Los ladrones también habían esparcido tarjetas bancarias robadas de las cajas de seguridad por toda la ciudad, con la esperanza de distraer a los investigadores y hacerlos perder el tiempo.

El error fatal

Durante meses después del robo, parecía que los ladrones habían cometido el crimen perfecto. A pesar de las exhaustivas investigaciones, la policía no pudo localizar a los culpables y el botín de 20 millones de dólares nunca se recuperó. Pero, como suele suceder en este tipo de crímenes, no fue la policía ni los investigadores quienes finalmente atraparon a los ladrones, sino un error en sus vidas personales.

Uno de los ladrones, Beto de la Torre, se encontró en una acalorada discusión con su esposa, Alicia Di Tulio, por una gran suma de dinero que faltaba. Sin que Beto lo supiera, Alicia había tomado 300.000 dólares del botín robado y, cuando la confrontaron, decidió traicionar a su esposo. Furiosa, fue a la policía y reveló los detalles del robo, implicando a Beto y al resto de la banda.

Con esta nueva información, la policía arrestó rápidamente a Beto y a varios otros miembros del equipo, incluidos Bolster y Araujo. Aunque la mayor parte del dinero nunca fue recuperado, la policía pudo reunir pruebas suficientes para condenar a los ladrones y enviarlos a prisión.

Un legado de audacia

A pesar de su captura, los ladrones del atraco al Banco Río se han convertido en héroes populares en Argentina. Su audacia, creatividad y planificación meticulosa les han ganado un cierto nivel de respeto, incluso entre los ciudadanos respetuosos de la ley. Después de todo, este fue un atraco que no implicó violencia, lesiones ni víctimas, solo un grupo de delincuentes burlando al sistema.

Hoy, todos los ladrones han sido liberados de prisión, habiendo cumplido sus condenas, y su historia continúa cautivando al público. El robo ha sido tema de libros, documentales y películas, incluida la película de 2020 El robo del siglo, que dramatiza los hechos de ese fatídico día de enero de 2006.

El robo también ha dejado un impacto duradero en la industria bancaria de Argentina. En los años posteriores al robo, los bancos de todo el país implementaron medidas de seguridad más estrictas y el caso se ha convertido en una advertencia para las instituciones financieras de todo el mundo.

El mayor robo que casi se cometió

Si bien el robo al Banco Río puede no haber sido el mayor robo a un banco en términos de valor monetario, se destaca como uno de los robos más audaces y creativos de la historia. La gran audacia del plan, combinada con la intrincada ruta de escape y la manipulación psicológica de la policía, lo convierten en un caso de estudio de ingenio criminal.

Si no hubiera sido por las fallas personales de uno de los ladrones, el equipo podría haber salido airoso del crimen perfecto. Sin embargo, como sucede con muchos robos, no fue la policía ni los investigadores quienes llevaron a los criminales ante la justicia, sino sus debilidades humanas.

El robo sigue siendo un símbolo de desafío contra un sistema que ya le había fallado al pueblo de Argentina. Para muchos, sirve como un recordatorio de hasta dónde llegan algunos para desafiar a la autoridad y reclamar su parte de la riqueza.

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En última instancia, el robo al Banco Río no fue solo un robo, fue una declaración. Y aunque los ladrones pudieron finalmente ser atrapados, su historia vivirá como uno de los mayores atracos que pudieron haber ocurrido.

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