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Trabajo, cámara y control: las luces y sombras del modelaje webcam en Colombia

En Colombia, emergente epicentro del modelaje webcam, una investigación revela cómo un sector que promete independencia económica para miles de mujeres y personas transgénero se enfrenta a condiciones laborales insostenibles, explotación sexual y vínculos con redes digitales globales.

Una industria en expansión silenciosa

Colombia se ha posicionado como uno de los líderes globales en la industria del modelaje webcam, una forma de trabajo sexual digital que ha crecido aceleradamente en la última década. Este auge está impulsado por una combinación de factores: crisis económicas, desempleo juvenil, desigualdad de género y el acceso cada vez más amplio a plataformas digitales. En ciudades como Bogotá, Medellín, Cali o Palmira, estudios dedicados exclusivamente a este tipo de actividades florecen en edificios residenciales, centros comerciales o casas adaptadas, muchas veces sin mayor control institucional.

Lo que comenzó como una alternativa laboral informal, hoy se perfila como una industria multimillonaria que emplea a miles de personas. Para muchas mujeres jóvenes, madres solteras o personas transgénero que enfrentan discriminación en el mercado laboral, el modelaje webcam representa una de las pocas oportunidades viables para alcanzar independencia económica. Los estudios ofrecen, en teoría, un espacio seguro, equipos tecnológicos, entrenamiento y soporte técnico para conectarse con clientes de todo el mundo.

Sin embargo, tras esa fachada de emprendimiento digital, se esconde una realidad marcada por abusos sistemáticos, explotación laboral y ausencia de garantías básicas. Mientras los ingresos generados por las modelos son elevados en cifras globales, la distribución de estos recursos es profundamente desigual, y las condiciones de trabajo vulneran derechos humanos fundamentales.

Explotación tras la pantalla

Muchas de las personas que trabajan en estudios webcam relatan condiciones que, en otros sectores, serían consideradas intolerables. Jornadas de 12 a 18 horas, sin contratos formales ni acceso a seguridad social, son frecuentes. A esto se suman ambientes insalubres, falta de ventilación, presencia de plagas, y espacios compartidos que no garantizan la privacidad ni la seguridad física y emocional de las trabajadoras.

En no pocos casos, los estudios imponen metas de conexión y presión para realizar actos sexuales específicos frente a la cámara. Si las modelos se niegan, pueden ser penalizadas con retenciones de pagos, aislamiento o incluso expulsión del espacio laboral. En algunas situaciones, se ha reportado el uso de cámaras secundarias para vigilar a las modelos sin su consentimiento, una forma de control que socava su autonomía y expone su intimidad.

Además, el modelo económico de estos estudios está diseñado para maximizar la ganancia de los propietarios y minimizar la participación de las modelos en las utilidades. Las plataformas de transmisión retienen un porcentaje elevado de los ingresos y los estudios, a su vez, cobran tarifas por el uso de internet, el espacio físico, el maquillaje, la limpieza y otros recursos básicos. Al final del proceso, las modelos pueden recibir menos del 15 % de lo que generan.

Dependencia tecnológica y aislamiento

Una de las formas más sutiles de control es el manejo exclusivo que los estudios tienen sobre las cuentas de transmisión. Cuando una modelo ingresa a trabajar, se le asigna un perfil en la plataforma que es administrado directamente por el estudio. De esta manera, todo su historial, seguidores, estadísticas e ingresos quedan bajo control de un tercero.

Este mecanismo impide que las modelos puedan migrar a otras plataformas o iniciar una carrera como trabajadoras independientes sin perder completamente su base de clientes y reputación digital. En consecuencia, muchas se sienten atrapadas en relaciones laborales abusivas, temiendo que salir del estudio implique empezar desde cero, sin ingresos ni visibilidad.

El aislamiento también cumple un papel importante en la reproducción de estas dinámicas. Las modelos, a pesar de compartir espacios de trabajo, rara vez cuentan con redes de apoyo sólidas, formación sobre sus derechos laborales o mecanismos para denunciar abusos. El miedo a ser estigmatizadas por sus familias o comunidades las lleva a guardar silencio frente a las injusticias que viven diariamente.

EFE@Carlos Ortega

Resistencia, agencia y propuestas de cambio

Pese a este panorama sombrío, muchas modelos han encontrado en el trabajo webcam una herramienta de empoderamiento personal. Algunas han logrado financiar sus estudios, mantener a sus hijos, comprar vivienda o incluso montar sus propios estudios con condiciones laborales más justas. En estos casos, la clave ha estado en el control que logran tener sobre su trabajo, su imagen y sus horarios.

Organizaciones comunitarias y colectivos de trabajadoras sexuales han comenzado a movilizarse para visibilizar estas realidades y exigir cambios estructurales. La premisa es clara: el modelaje webcam es una forma de trabajo sexual digital, y como tal, debe ser reconocido y regulado, no perseguido ni criminalizado. Esto implica diseñar leyes laborales adaptadas a las nuevas realidades digitales, establecer normas mínimas de seguridad y salubridad, y crear canales efectivos de denuncia y reparación.

También se exige que las plataformas internacionales que lucran con estas transmisiones asuman una responsabilidad activa en el bienestar de las modelos. Esto incluye transparentar sus modelos de reparto de ingresos, permitir el control de las cuentas por parte de las trabajadoras, y bloquear la operación de estudios denunciados por prácticas abusivas. La tecnología no puede ser una excusa para invisibilizar la explotación ni para eludir las obligaciones empresariales básicas.

Aunque algunos tribunales han comenzado a reconocer ciertos derechos para las trabajadoras webcam, en la práctica sigue existiendo una gran laguna legal. Las inspecciones laborales no alcanzan a cubrir los cientos de estudios informales que operan sin licencia, ni existen protocolos claros para actuar frente a las denuncias de explotación sexual digital. La informalidad del sector hace que muchas modelos no puedan acceder a seguridad social, pensión ni atención médica adecuada.

Por otro lado, existe un fuerte estigma social en torno al trabajo sexual, incluso en su modalidad digital, lo que dificulta que las víctimas de abuso acudan a las autoridades. Muchas temen que sus casos no sean tomados en serio o, peor aún, que sean revictimizadas por prejuicios y estereotipos. Este clima de desconfianza institucional favorece la impunidad y perpetúa los ciclos de violencia.

La urgencia de una regulación específica que garantice derechos sin imponer restricciones arbitrarias es hoy más evidente que nunca. El Estado debe asumir un rol activo, no solo como regulador, sino como protector de derechos humanos. Al mismo tiempo, es necesario fomentar procesos de sensibilización pública que permitan entender que, más allá de los prejuicios, estamos hablando de personas trabajadoras que merecen dignidad, protección y libertad.

Entre la oportunidad y la explotación

El modelaje webcam en Colombia representa una de las caras más complejas de la economía digital contemporánea. Por un lado, es una vía de escape frente a la pobreza, el desempleo y la discriminación. Por otro, puede convertirse en una trampa de explotación encubierta por el brillo de la pantalla.

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En ese borde difuso entre la autonomía y el abuso, miles de mujeres y personas transgénero transitan cada día, construyendo sus propios límites, resignificando su cuerpo y su trabajo, y buscando un equilibrio que aún no encuentran en la estructura institucional. El futuro del sector dependerá de cómo se responda a esta ambivalencia: si se opta por regular y proteger, o por continuar invisibilizando y permitiendo la precarización disfrazada de emprendimiento digital.

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