América Latina debe liderar la crisis democrática de Venezuela
A medida que se profundiza la agitación política en Venezuela, Estados Unidos debería apoyar, no eclipsar, el liderazgo de América Latina en la resolución de la crisis. Potencias regionales como Colombia, Brasil y México están en mejor posición para guiar a Venezuela hacia un futuro democrático.
La crisis política de Venezuela, exacerbada por la disputada reelección del presidente Nicolás Maduro, presenta una prueba crítica para América Latina. La decisión de la administración Biden de permitir que los líderes regionales, en particular los de Colombia, Brasil y México, tomen la iniciativa para abordar esta crisis no es solo estratégica; es esencial. América Latina no es un mero espectador en esta situación; es la región más directamente afectada por la inestabilidad de Venezuela. Por lo tanto, tiene la autoridad moral y práctica para liderar la marcha hacia una resolución democrática.
La participación de estas naciones latinoamericanas refleja un cambio significativo en la forma en que se manejan las crisis regionales. Históricamente, Estados Unidos ha sido la fuerza dominante en los asuntos latinoamericanos, a menudo en detrimento de la autonomía local y la solidaridad regional. Al dar un paso atrás y permitir que los líderes latinoamericanos encabecen la respuesta, Estados Unidos reconoce la importancia de la propiedad regional en la resolución de tales conflictos. Este enfoque fomenta una mayor legitimidad para resolver la crisis y alienta una solución más sostenible y aceptada regionalmente.
Los líderes de Colombia, Brasil y México están en una posición única para influir en la situación en Venezuela. Sus relaciones relativamente estables con Maduro ofrecen un canal de diálogo que podría estar cerrado a Estados Unidos debido a su postura históricamente adversaria. Estos países también comprenden los matices culturales, sociales y políticos de la región, lo que les permite interactuar con Venezuela de maneras que tienen más probabilidades de producir resultados constructivos.
Las limitaciones de la intervención estadounidense
Las intervenciones pasadas de Estados Unidos en América Latina a menudo se han caracterizado por tácticas de mano dura, desde sanciones económicas hasta operaciones encubiertas destinadas a cambiar de régimen. Si bien estas estrategias podrían haber dado resultados a corto plazo, con frecuencia dejaron cicatrices a largo plazo, alimentando el sentimiento antiestadounidense y socavando los principios democráticos que pretendían defender. La propia Venezuela ha sido víctima de tales políticas, y la campaña de “máxima presión” de la administración Trump no logró desalojar a Maduro, sino que exacerbó el colapso económico y la crisis humanitaria del país.
La situación actual en Venezuela requiere un enfoque diferente, uno que priorice la diplomacia sobre la dominación y la colaboración sobre la coerción. La renuencia de la administración Biden a imponer nuevas sanciones o declarar inmediatamente al líder de la oposición Edmundo González como presidente legítimo refleja una estrategia cautelosa y mesurada que reconoce las complejidades de la crisis venezolana. En lugar de liderar con medidas punitivas, Estados Unidos apoya sabiamente los esfuerzos latinoamericanos para negociar una resolución pacífica.
Este enfoque no implica una falta de preocupación o compromiso por parte de Estados Unidos. Más bien, indica un reconocimiento de que las soluciones impuestas desde el exterior a menudo no logran abordar las causas profundas del conflicto. Al apoyar el liderazgo latinoamericano, Estados Unidos puede ayudar a facilitar un diálogo más inclusivo que incluya a todas las partes interesadas relevantes, aumentando la probabilidad de una resolución duradera.
Construyendo solidaridad regional
Permitir que los países latinoamericanos lideren la resolución de la crisis de Venezuela también fortalece la solidaridad regional. América Latina ha enfrentado numerosos desafíos recientemente, desde la inestabilidad económica hasta el creciente autoritarismo. En respuesta, ha habido un reconocimiento cada vez mayor de que los problemas regionales requieren soluciones regionales. La participación de Colombia, Brasil y México en la crisis venezolana es un testimonio de esta perspectiva en evolución.
El liderazgo regional en esta crisis también envía un poderoso mensaje a otros regímenes autoritarios del hemisferio: que América Latina no se quedará de brazos cruzados mientras se socava la democracia. Reafirma el compromiso de la región con los valores democráticos y su voluntad de defenderlos, incluso frente a desafíos formidables. Al trabajar juntos, los países latinoamericanos pueden desarrollar una estrategia colectiva eficaz que refleje los intereses y valores compartidos de la región.
Además, la participación de estas naciones en la crisis venezolana tiene implicaciones más amplias para la dinámica geopolítica de la región. A medida que América Latina asuma un papel más activo en la solución de sus problemas, podrá reducir su dependencia de potencias externas y afirmar su soberanía en los asuntos internacionales. Este cambio podría conducir a un orden global más equilibrado y equitativo, en el que los bloques regionales den forma significativa a sus destinos.
Un camino a seguir para Venezuela
Si bien el camino que Venezuela tiene por delante está plagado de desafíos, la participación de los líderes latinoamericanos ofrece un rayo de esperanza. Colombia, Brasil y México están trabajando hacia un acuerdo inicial que permitiría a Maduro liberar a los presos políticos y cesar la persecución de la oposición a cambio de un alivio parcial de las sanciones por parte de Estados Unidos y la Unión Europea. Aunque no es una panacea, esta propuesta representa un punto de partida para negociaciones más sustantivas que podrían conducir a una transición democrática.
El éxito de estas negociaciones dependerá de la voluntad de todas las partes de participar de buena fe. La renuencia de Maduro a ceder el poder o compartirlo con la oposición es un obstáculo importante, pero la presión sostenida desde dentro de la región podría obligarlo a reconsiderarlo. El objetivo debería ser crear un espacio democrático dentro de las instituciones gubernamentales de Venezuela y allanar el camino para elecciones competitivas en 2025.
Mientras los líderes latinoamericanos continúan sus esfuerzos, el papel de Estados Unidos debería ser de apoyo, no de dominio. La administración Biden debe resistir la tentación de volver a viejos hábitos de acción unilateral y centrarse en cambio en reforzar el consenso regional. Al alinear sus políticas con las de sus aliados latinoamericanos, Estados Unidos puede ayudar a garantizar que el resultado no sólo sea justo sino también sostenible.
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El liderazgo de América Latina para resolver la crisis de Venezuela no sólo es apropiado: es necesario. La proximidad, la historia compartida y los vínculos culturales de la región la convierten en el mediador más eficaz en este conflicto. Estados Unidos debería reconocer y apoyar este liderazgo, entendiendo que es poco probable que una solución impuesta desde afuera perdure. Al empoderar a América Latina para que tome la iniciativa, la comunidad internacional puede ayudar a Venezuela a avanzar hacia un futuro en el que se restablezca la democracia y las voces de su pueblo sean realmente escuchadas.