ANÁLISIS

América Latina es el aliado que le falta a Europa en un mundo más duro

Europa quiere “autonomía estratégica”, pero sigue pasando por alto a un aliado natural al otro lado del Atlántico. América Latina, demasiado a menudo encasillada en una vaga categoría de “Sur Global”, posee los recursos, la geografía y los intereses compartidos que podrían hacer a Europa más fuerte en un orden mundial fragmentado.

Un socio que Europa sigue malinterpretando

Durante treinta años, Europa ha enmarcado sus vínculos con América Latina en tonos suaves: cultura, ayuda, proyectos democráticos y cooperación climática. La seguridad casi no figura. El resultado es una agenda desequilibrada que deja un vacío que otros llenan con activos duros. China construye puertos, fibra óptica y sistemas de vigilancia. Rusia vende armas y experiencia petrolera. Irán teje discretamente redes clandestinas. Y Occidente se sorprende cuando presidentes cuestionan a la OTAN o se irritan con la retórica de las sanciones.

Este malentendido es costoso. Cuando el secretario general de la OTAN advirtió a Brasil sobre sanciones secundarias por Ucrania, y el presidente de Colombia planteó días después la posibilidad de dejar la OTAN, los titulares retrataron a América Latina como un “niño problema” en lugar de un posible estabilizador. El estereotipo persiste: drogas, migración, expolio de recursos, abusos de derechos. Lo que falta es una mirada más honesta: América Latina como actor atlántico con intereses convergentes en el estado de derecho, rutas comerciales abiertas y multipolaridad equilibrada. Europa no necesita caridad de la región; requiere asociación. Las rutas marítimas deben mantenerse abiertas, los minerales diversificados y las instituciones democráticas reforzadas frente a la coerción. América Latina no es un lastre: es un contrapeso.

Un pasado trasatlántico que vale la pena revivir

La historia muestra cómo se ve la asociación. En ambas Guerras Mundiales, las naciones latinoamericanas abastecieron a los ejércitos aliados, protegieron la navegación en el Atlántico Sur y, en el caso de Brasil, enviaron tropas a Europa. Entonces, la región fue tratada como estratégica, no periférica. Hoy, la principal iniciativa europea—Global Gateway—se centra en financiamiento para el desarrollo, no en defensa. Patrullajes marítimos con Colombia y programas de capacitación dispersos son gestos simbólicos.

Si Europa realmente busca autonomía dentro de la OTAN y resiliencia en crisis, necesita revivir el pacto atlántico. Eso significa colocar la defensa junto a la transición verde y los proyectos digitales. España debe actuar como puente no solo comercial, sino también de seguridad. Alemania, Francia, Italia, Portugal y el Reino Unido deben avanzar con cooperación marítima, ejercicios conjuntos y compartición de inteligencia. La autonomía estratégica no es retirarse de la OTAN; es ser un pilar europeo dentro de ella. Sobre esa base, América Latina no es una idea tardía: es un facilitador. Un socio confiable que ayuda a mantener abiertos los mares, estables las cadenas de suministro y manejables las crisis desde el Báltico hasta el canal Beagle.

Geopolítica en los puntos de estrangulamiento

La urgencia estratégica es geográfica. A medida que la sequía y la congestión ralentizan el Canal de Panamá y las rutas árticas generan competencia, el estrecho de Magallanes y el paso Drake se convierten en los últimos puntos de estrangulamiento no congestionados del hemisferio occidental. Quien asegure esas aguas moldea las líneas de comunicación marítima globales.

Mientras tanto, Rusia corteja a Venezuela, Cuba y Nicaragua, incrustando campañas de desinformación en todo el continente. China juega al largo plazo: más de veinte países latinoamericanos se han sumado a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, con empresas chinas financiando puertos, redes eléctricas, fibra y ventas de defensa. Irán, más silenciosamente, reactiva redes construidas décadas atrás. Nada de esto es especulativo. Es acumulativo—y disruptivo.

Las señales desde el Cono Sur sugieren un contrapeso. Argentina impulsa reformas de defensa, busca el estatus de Socio Global de la OTAN y se une a fuerzas marítimas multinacionales. Su inclinación hacia sistemas occidentales muestra una intención no de antagonizar a rivales, sino de preservar los mares abiertos. Eso crea una plataforma para ejercicios conjuntos, interoperabilidad y coordinación en crisis—precisamente el tipo de cooperación que Europa debería abrazar. El Atlántico Sur no es periférico; es donde los intereses de seguridad de Europa y la geografía latinoamericana se encuentran literalmente.

EFE@Stephanie Lecocq

De la retórica a la hoja de ruta

Convertir los discursos en estrategia significa ir más allá de la ayuda al desarrollo y las cumbres climáticas. Europa necesita enviados encargados explícitamente de la cooperación en seguridad con América Latina. Su agenda debe ser concreta: ejercicios navales trilaterales con aliados atlánticos, marcos de intercambio de inteligencia, capacitación de guardacostas, defensas cibernéticas conjuntas, programas de resiliencia contra la desinformación para autoridades electorales y salas de redacción, y mecanismos de reacción rápida para proteger cables submarinos y puertos. Estas iniciativas deben sentarse en la misma mesa que los corredores de hidrógeno verde, las cadenas de suministro de semiconductores y los estándares de 5G.

Los recursos importan. Si Europa quiere minerales confiables, diversificación energética y cadenas de suministro democráticas, debe invertir con paciencia y estándares que generen beneficios locales. Eso incluye litio, cobre y tierras raras, desarrollados bajo salvaguardas ambientales y de gobernanza; proyectos responsables de petróleo y shale donde los países lo decidan; e infraestructura financiada para generar resiliencia sin trampas de deuda. Alinear créditos a la exportación, bancos de desarrollo y política industrial puede atraer capital privado bajo un mismo paraguas basado en reglas.

Institucionalmente, expandir los diálogos entre la UE, la OTAN y los socios latinoamericanos dispuestos puede normalizar la cooperación sin forzar bloques rígidos. Los ya alineados con estándares occidentales pueden anclar redes prácticas; otros pueden sumarse a medida que los intereses convergen. El objetivo no es dividir al hemisferio, sino tejer una red de confianza: armadas interoperables, cadenas de suministro resilientes, gestión de crisis predecible.

La autonomía estratégica no vendrá de la insularidad. Vendrá de alianzas que amplíen el alcance y las opciones de Europa. América Latina no es una nota al pie en esa historia. Es el aliado que falta—anclado en la geografía, probado en la historia y vital para el orden que Europa busca preservar. En un mundo de rutas marítimas disputadas y comercio instrumentalizado, la elección es clara: tratar a América Latina como otro coproductor atlántico de seguridad y prosperidad, o dejar que otros escriban el guion de su futuro.

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Las citas y atribuciones selectas de la OTAN y líderes regionales mencionadas arriba fueron reportadas por Americas Quarterly.

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