ANÁLISIS

Bukele resetea la Constitución y deja atrás los límites a la reelección presidencial

En menos de un día, la Asamblea Legislativa de El Salvador eliminó cinco pilares constitucionales, allanando el camino para que el presidente Nayib Bukele busque la reelección indefinida y extienda los mandatos presidenciales—una apuesta audaz que está dividiendo al país entre quienes se sienten más seguros y quienes se sienten silenciados.

De una tradición de un solo mandato al poder sin límites

Durante generaciones, la Constitución de El Salvador imponía un límite claro: los presidentes gobernaban cinco años—sin repeticiones ni extensiones. Esa línea se trazó como lección de una historia amarga, marcada por militares autoritarios que se aferraron al poder a lo largo del siglo XX. Pero la marea comenzó a cambiar en 2021, cuando el partido de Bukele, Nuevas Ideas, arrasó en las elecciones legislativas e instaló a magistrados afines en la Corte Suprema. Esa corte reinterpretó la prohibición de la reelección inmediata, brindando a Bukele una base legal para postularse nuevamente—y ganar.

Ahora, aquella excepción se ha convertido en la nueva regla.

La noche del jueves, la mayoría legislativa de Bukele aprobó en cuestión de horas amplias reformas constitucionales. Entre ellas: eliminación de los límites de mandato, ampliación de los periodos presidenciales a seis años y eliminación de la segunda vuelta electoral. La medida no solo garantiza que Bukele pueda postularse nuevamente tan pronto como en 2027, sino que también permite que futuros presidentes permanezcan en el poder mientras los votantes—o los jueces—lo permitan.

Ana Figueroa, diputada de Nuevas Ideas que presentó la propuesta, la describió como una actualización democrática. “Diputados y alcaldes ya no tienen límite de reelección”, dijo. “Esto trae equilibrio”.

Pero no todos aplaudieron. Al aprobarse la reforma con 57 votos a favor y 3 en contra, la diputada opositora Marcela Villatoro subió al podio y declaró: “La democracia en El Salvador ha muerto”.

Seguridad ganada, instituciones perdidas

Para entender por qué tantos salvadoreños apoyan estos cambios, basta con recorrer sus calles.

Desde marzo de 2022, Bukele gobierna bajo un régimen de excepción autoimpuesto, suspendiendo libertades civiles clave en una ofensiva total contra las pandillas. La policía ha arrestado a más de 78.000 personas, llenando las cárceles y reduciendo la tasa de homicidios a niveles no vistos en décadas. Zonas que antes estaban bajo el control de la MS-13 o Barrio 18 han reabierto sus mercados y recuperado sus aceras.

En las encuestas, la aprobación de Bukele supera el 80%, una cifra con la que la mayoría de líderes del continente solo puede soñar.

Pero esas conquistas tienen un costo. Según organismos de derechos humanos, entre los detenidos hay miles sin antecedentes penales. Al menos decenas han muerto bajo custodia. Mientras tanto, investigaciones independientes han revelado pactos secretos entre emisarios del gobierno y líderes de pandillas, parecidos a los arreglos de los que Bukele solía renegar.

El equipo del presidente argumenta que son concesiones necesarias en un país históricamente abandonado por instituciones débiles. Muchos votantes parecen estar de acuerdo. La seguridad ahora pesa más que los principios constitucionales. Y si Bukele logró lo que otros no pudieron, ¿por qué no seguir?

“La gente está dispuesta a pasar muchas cosas por alto”, dijo un politólogo, “si su vecindario está tranquilo por primera vez en años”.

Deputies attend a plenary session in the Blue Hall of the Legislative Assembly this Thursday, in San Salvador (El Salvador). Deputies from the ruling party Nuevas Ideas (NI), the political party of President Nayib Bukele and the majority in the Legislative Assembly, have proposed a constitutional reform to allow indefinite presidential re-election in El Salvador. EFE/ Rodrigo Sura

Un modelo exportado, una advertencia que resuena

La nueva arquitectura constitucional de El Salvador no surgió en el vacío. En toda América Latina, otros líderes observan—y algunos están tomando nota.

En Honduras, Xiomara Castro ha coqueteado con la idea de modificar los límites de mandato. En Ecuador, Daniel Noboa está tomando prestado del manual de Bukele para aplicar medidas de seguridad más severas. En Guatemala, ya han aparecido vallas publicitarias de campaña con la frase “Bukele de Zacapa”, un guiño a la popularidad del mandatario más allá de sus fronteras.

Esto va más allá de la seguridad. Bukele ha redefinido lo que significa ser presidente. Usa X (antes Twitter) como centro de operaciones, mezclando memes con anuncios de políticas públicas. Se burla de la diplomacia tradicional. Promueve la adopción del Bitcoin como una forma de evadir la influencia estadounidense. Esa combinación de descaro digital y mano dura lo ha convertido en un símbolo global—para admiradores y alarmistas por igual.

Pero la votación del jueves también empuja a El Salvador hacia la misma zona gris legal que ya habitan Nicaragua y Venezuela, donde las “reformas” constitucionales allanaron el camino para el afianzamiento autoritario.

Funcionarios de EE. UU. y Europa, que alguna vez esperaban que Bukele moderara su rumbo en un segundo mandato, ahora se enfrentan a una realidad en la que las reglas cambian más rápido de lo que ellos pueden reaccionar. Y si un país puede suspender su calendario democrático de la noche a la mañana, ¿qué impide que otros hagan lo mismo?

Lo que depara el futuro—y quién podría frenarlo

Legalmente, queda un obstáculo: las enmiendas deben ser ratificadas por la próxima legislatura. Pero con Nuevas Ideas controlando más de dos tercios del parlamento, eso es apenas un trámite. Los tribunales, dominados por aliados de Bukele, difícilmente intervendrán.

Podría aumentar la presión internacional. En Washington, ya hay legisladores que observan con preocupación el retroceso democrático de El Salvador. La ayuda exterior y la cooperación en materia de seguridad podrían llegar con condiciones más estrictas.

Sin embargo, el gobierno de Bukele confía en poder capear el temporal—gracias en parte a una mezcla de remesas, entusiasmo por el Bitcoin y lealtad interna. Los riesgos más grandes pueden estar dentro del país.

La deuda pública salvadoreña se acerca al 80% del PIB. Si cae la demanda global de baterías de litio o del propio Bitcoin—o si se rompe la tregua con las pandillas—la imagen de Bukele podría agrietarse. En un sistema donde tanto depende de un solo hombre, cualquier tropiezo puede convertirse en una crisis nacional.

Mientras tanto, el calendario electoral se estrecha. Las elecciones legislativas y presidenciales ahora se celebrarán juntas, concentrando aún más el poder político y dejando menos espacio para la fiscalización institucional.

Por ahora, los salvadoreños parecen conformes con el intercambio. El presidente que les devolvió la seguridad seguirá gobernando. La multitud aplaude. Las calles permanecen en silencio.

Lea También: Entre la seguridad y el silencio, El Salvador sopesa el verdadero costo de la represión de Bukele

Pero nunca antes estuvieron en juego tantas cosas. Lo que comenzó como un audaz experimento en seguridad pública ahora se tambalea entre la estabilidad y la autocracia. Que la presidencia indefinida de Bukele se convierta en un pilar o en una advertencia dependerá de cómo se desarrolle esta historia—no en los titulares de hoy, sino en las realidades de los próximos seis años.

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