¿Cómo cambia la política colombiana con el silencio de los fusiles de las Farc?
Pese a haber formado parte del juego político colombiano durante más de cinco décadas, haciendo la guerra desde el monte, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia quieren presentarse ahora a la campaña electoral que elegirá, en marzo y mayo del 2018, a miembros del congreso y al presidente, como outsiders antisistema. Tras la aprobación por el congreso de la formación de su partido político, la recién pacificada fuerza guerrillera ha lanzado una serie de propagandas electorales para echarle la culpa de los problemas de Colombia a su clase política tradicional y a la corrupción.
Una de las propagandas aborda los escándalos en que el gobierno está metido, como el de la constructora brasileña Odebrecht, que según estimaciones del Departamento de Justicia de Estados Unidos pagó sobornos por 11 millones de dólares en el país. Las Farc dicen que son los ciudadanos quienes están pagando la cuenta. Otra critica la precarización del trabajo remunerado. Colombia registró 47,5 por ciento de informalidad laboral el último trimestre de 2016, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística. El remedio que proponen las Farc: que los ricos paguen más impuestos que los pobres.
Las propagandas tienen una producción de calidad y no parecen haber sido realizadas en un campamento en la selva. Las exguerrillas no se equivocan en relación con la agenda. Con el fin de la guerra, las preocupaciones de la población han vuelto a enfocarse en los problemas del país real: la crisis económica, la precariedad en la salud, el alto índice de informalidad. Al poner el foco en estos problemas, las Farc hacen un aporte significativo al debate democrático.
Pero aún tratando temas de la dura realidad de los colombianos humildes, las Farc no ofrecen todavía, en su reinvención política, salidas concretas. Y las que ofrecen suenan ingenuas. ¿Tiene las Farc la autoridad moral para representar ese discurso? Está por verse si los colombianos le creen este mensaje a una organización con un largo récord histórico de asesinatos y secuestros. Los exguerrilleros podrían sorprenderse con el resultado.
Sin embargo, su incorporación a la competencia democrática tendrá efectos inmediatos que es necesario examinar con cuidado.
Según el acuerdo de paz aprobado en noviembre, las Farc tendrán derecho a diez curules, cinco en el senado y cinco en diputados. Desde el punto de vista numérico, esa representación es casi simbólica. Pero esta será la primera contienda electoral de una Colombia en paz. Aunque aún existen focos de disidencia de las Farc y una negociación en marcha con el Ejército de Liberación Nacional, además de la actuación de las bandas criminales emergentes —un combo de narcos, exparas y exguerrilleros— en algunas provincias, el silencio de los fusiles será una enorme novedad.
La paz es una buena noticia por sí sola. Pero ¿qué consecuencias tendrá en la disputa electoral del año próximo?
El principal beneficiario podría ser la izquierda. Históricamente, el colombiano medio ha desconfiado de la izquierda porque la asociaba con la guerrilla.
Ahora se abre una oportunidad para que los candidatos de centroizquierda, izquierda moderada e incluso de la izquierda radical se postulen y tengan oportunidad de ir a un balotaje. Esto último es inédito en Colombia.
Por primera vez en los últimos ocho años, es posible desafiar el binarismo entre centro y centroderecha que dominó la política colombiana, oponiendo al presidente Juan Manuel Santos a su archirrival y antecesor Álvaro Uribe.
A ese escenario contribuye la caída libre de la popularidad de Santos. Pese a haber ganado el Nobel de la Paz y ser apreciado en el extranjero, una encuesta publicada en abril muestra que 71 por ciento de los colombianos desaprueba su gestión de gobierno. Santos logró la difícil hazaña de ser casi tan impopular como su vecino venezolano, Nicolás Maduro. Las principales razones de su impopularidad son el proceso de paz y el deterioro de una economía que venía creciendo alrededor del 5 por ciento del PIBOK y decaerá a 1,8 por ciento en 2017, según estimaciones del Banco de la República.
Se supone que la izquierda debería capitalizar este escenario marchando unida a las elecciones.
Pero la fragmentación domina entre las agrupaciones de izquierda, por lo menos para la primera vuelta. No unificarse en torno a una candidatura significaría tirar por la borda la oportunidad histórica que ofrece la paz.
Santos tampoco tiene fácil su sucesión.
Para que los dos posibles candidatos del gobierno, el exvicepresidente Vargas Lleras y el negociador Humberto de la Calle, tengan alguna probabilidad, es indispensable que mejore su aprobación y que la implementación de la paz sea exitosa, lo que ahora no es seguro. Los retrasos en el desarme de las FARC, los reclamos por el mal funcionamiento de las zonas veredales y el hallazgo de caletas con más armamentos de los que habían sido declarados solo han empeorado la imagen del gobierno.
Todo es alimento para el uribismo que resurge con la fuerza de la popularidad renovada de Álvaro Uribe, su líder. Aunque Uribe no pueda postularse a la presidencia, transferirá muchos votos a quien elija como heredero.
El fin de la guerra también le abre el camino a la derecha más conservadora. La fuerza del contundente voto por el “No” a la paz puede alimentar las posibles candidaturas de Marta Lucía Ramírez, exministra de Defensa, o del exprocurador Alejandro Ordóñez.
El silencio de los fusiles, en suma, podría dar un giro dramático a la política colombiana: una elección polarizada entre izquierdas y derechas.
¿Qué pueden aprender las Farc de este escenario? Mucho. Lo primero es que después de tantos años en la selva necesitan actualizar su discurso. El mensaje antisistema podría animar a los más humildes, pero es evidentemente maniqueísta y está basado en promesas difíciles de cumplir. Presenta una Colombia como la de 1964, dividida entre ricos y pobres. Pese a que esa brecha sigue existiendo y es profunda, el país es mucho más complejo que cuando surgió la guerrilla y forma parte de un mundo globalizado que atraviesa por transformaciones e incertidumbres.
Lo más difícil vendrá los próximos meses, cuando en la primera asamblea de su partido, en agosto, decidan si harán alianzas con partidos tradicionales o buscarán los votos solas. Si optan por lo primero, habrán aprendido su primera lección en la democracia actual, que exige hacer acuerdos con otras agrupaciones y cumplirlos. Si es lo segundo, tendrán que conformarse con ser una voz minoritaria en el juego político colombiano.
New York Times | Sylvia Colombo