Corridos mexicanos: cesar la violencia no debería silenciar la expresión artística

El caos en un concierto en Texcoco, a las afueras de Ciudad de México, reavivó el debate sobre la prohibición de los narcocorridos cuando el cantante Luis R. Conriquez acató una ordenanza local que prohibía este tipo de música. Aunque reducir la violencia es una preocupación urgente, restringir la libertad individual, especialmente la expresión artística, sigue siendo una solución preocupante.
Cuando la violencia se encuentra con la censura
El reciente escándalo en Texcoco, donde enfurecidos fanáticos destrozaron el recinto luego de que Conriquez se negara a interpretar narcocorridos, muestra cuán polarizadoras se han vuelto estas prohibiciones. El 9 de abril, las autoridades locales se unieron a otros nueve estados mexicanos al prohibir corridos que celebren o “glorifiquen la violencia”, silenciando de hecho una gran parte del repertorio de regional mexicano. Conriquez—ampliamente reconocido como pionero de los corridos bélicos—quedó en el centro de la polémica: su presentación terminó en desorden tras tomar una postura de principios para cumplir con las nuevas reglas, lo que provocó una reacción airada del público.
Los narcocorridos y subgéneros relacionados como los corridos tumbados y los corridos verdes suelen hacer referencia a figuras reales de los cárteles de drogas. Algunos rechazan estas canciones, alegando que aprueban actos violentos o ilegales. Es cierto que ha habido un aumento en los asesinatos y la violencia de pandillas en México, pero culpar a la música evita enfocar los problemas más profundos de la sociedad. El miedo, la frustración y el pánico moral pueden empujar a las autoridades locales a imponer prohibiciones. Sin embargo, la censura no resuelve las dificultades económicas, las instituciones públicas débiles ni las injusticias sistémicas que alimentan la violencia que estas canciones supuestamente “glorifican”.
También es importante señalar que no todos los corridos giran en torno a las drogas o a los forajidos. Las normas gubernamentales pueden ser peligrosas al destruir un componente esencial de la cultura mexicana al tratar todos los corridos por igual. Surgidos a principios del siglo XX, los corridos documentaron la Revolución Mexicana y las vivencias del campo. Narran historias de sufrimiento y valentía, de sobrevivir y resistir. Suelen tener un tono crudo o rebelde. Una prohibición de los temas violentos puede convertirse rápidamente en una censura generalizada que limite relatos legítimos.
Las raíces culturales de los corridos
Históricamente, los corridos funcionaban como periódicos para comunidades rurales: transmitían noticias y reflejaban realidades sociales en una sociedad donde la alfabetización era escasa. Con el tiempo, estas baladas evolucionaron para abarcar desde el desamor y el romance hasta leyendas locales y hazañas heroicas. No es de sorprender que, a medida que el crimen organizado ganó terreno en ciertas regiones, surgieran corridos que narraban las hazañas de capos del narcotráfico.
Algunos críticos argumentan que estas “baladas narco” perpetúan una mística criminal, especialmente entre los jóvenes. Pero los corridos no crearon a los cárteles ni la inseguridad que afecta a muchos estados. Al igual que el gangster rap en Estados Unidos, que refleja duras realidades urbanas, los narcocorridos retratan problemas existentes, no los inventan.
De hecho, la libertad de expresión debe permitir a los artistas documentar, criticar o incluso dramatizar lo que ocurre a su alrededor. Los esfuerzos de los gobiernos locales por silenciar estas canciones pueden parecer prudentes a primera vista, pero abren la puerta a restricciones más amplias sobre la libertad de expresión. Rafael Valle, director de programación de la estación La Ke Buena en Guadalajara, declaró a Billboard en 2024: “La música refleja lo que sucede cada día en nuestro entorno”. Afirmó que las referencias explícitas a drogas ilegales o conductas agresivas requieren un manejo cuidadoso. Sin embargo, negar el acceso a canciones populares que abordan problemas reales roza la supresión del discurso, lo que podría generar resentimiento y espectáculos clandestinos.
Prohibir música puede aumentar su atractivo, no reducirlo. Cuando se impide a artistas como Los Tigres del Norte o Luis R. Conriquez subirse al escenario, las reproducciones en plataformas suelen dispararse. Al intentar erradicar contenido “ofensivo”, las autoridades pueden volverlo aún más tentador. Así, las prohibiciones se convierten en la mejor publicidad para aquello que pretenden suprimir.
Preservar libertades a través del diálogo
México enfrenta un grave problema de violencia. Divide a las comunidades. Los líderes políticos y las fuerzas del orden deben actuar con firmeza. El caos en el concierto de Conriquez en Texcoco, que terminó con destrucción de propiedad, demuestra que el público siente un fuerte vínculo con los narcocorridos. Sin embargo, debemos distinguir entre la violencia y las expresiones artísticas que ocasionalmente la retratan.
La música—y toda forma de expresión creativa—siempre ha sido un espejo y un altavoz de las realidades sociales. Borrar letras no erradicará la pobreza ni desmantelará los cárteles. También conlleva el riesgo de sentar un precedente peligroso: si se penalizan ciertas formas de arte o discurso únicamente por su temática, ¿dónde se trazará la línea? Hoy son los narcocorridos; mañana podrían ser las críticas políticas o las canciones de protesta.
Una estrategia más útil sería fomentar el diálogo entre músicos, representantes comunitarios y grupos locales. En lugar de castigar a los artistas, las autoridades podrían involucrarlos en campañas de educación pública. Esta educación podría aumentar la conciencia sobre el sufrimiento causado por el crimen organizado. Así como existen películas con violencia que se clasifican por edades, las emisoras de radio y promotores de conciertos podrían etiquetar adecuadamente las presentaciones en lugar de prohibirlas por completo. El público puede decidir si quiere asistir una vez que sabe lo que va a escuchar.
El gobierno, además de implementar buenos programas sociales, debe abordar las causas profundas de la violencia. El narcotráfico crece donde la pobreza y la corrupción superan a las oportunidades. Este problema de gran escala necesita mucho más que castigar a los artistas. Como muestran los eventos recientes, sancionar a los músicos puede complacer a algunos funcionarios que buscan soluciones rápidas, pero hace poco por sanar las profundas heridas de un país atrapado entre los cárteles y una burocracia temerosa.
Aunque a veces sean crudos en sus relatos, los corridos son un componente innegable del tapiz cultural de México. En lugar de prohibirlos de forma automática, podría ser más útil para el país celebrar su rica tradición narrativa mientras se toma acción significativa para combatir la violencia en su raíz. Si la música es un espejo de la sociedad, romper ese espejo no eliminará lo que refleja. Al contrario, las grietas solo dificultan ver la verdad.
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Equilibrar la seguridad pública con la libertad de expresión nunca es sencillo. Pero imponer vetos a géneros enteros no es la solución. Optando por el compromiso genuino y abordando las causas de fondo del crimen, México puede enfrentar la violencia sin sacrificar la libertad artística—un pilar clave de toda sociedad democrática y vibrante.