ANÁLISIS

Crisis Constitucional en Ecuador: Seguridad contra el Alma de su Democracia

En Quito, un presidente marcha contra su propia corte, jueces reciben amenazas y una nación observa cómo su constitución es puesta a prueba en tiempo real—entre el miedo a la violencia, el hambre de orden y la fuerza silenciosa pero frágil de la contención democrática.

Una marcha presidencial y una nación en vilo

En un día laboral que se sintió todo menos rutinario, el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, salió a las calles—no solo como político, sino como manifestante. Caminando al frente de una multitud que avanzaba hacia la Corte Constitucional, Noboa dejó claro que no se trataba de una simple discrepancia política. Pancartas mostraban los rostros de nueve magistrados, acusados de “robar la paz” al pueblo. Detrás de los lemas, había una tensión más profunda: el temor de que la violencia en espiral de Ecuador no solo destroce cuerpos, sino también rompa los límites mismos del gobierno.

El enfrentamiento fue provocado por la decisión de la Corte de suspender temporalmente partes de tres leyes de emergencia que Noboa considera cruciales para su agenda contra el crimen. En medio de uno de los años más sangrientos—con más de 4.600 homicidios en apenas seis meses—la cautela de la Corte cayó como un golpe. Pero si para el presidente era un retraso, para otros era defensa.

El analista político Santiago Basabe advirtió que el espectáculo público era un teatro peligroso. “Apuntar a los jueces de esta manera es un acto de miseria política”, dijo a EFE. La reacción internacional fue inmediata. El alto comisionado de la ONU para los derechos humanos, Volker Türk, calificó como “inaceptables” las imágenes de magistrados en carteles de protesta. Amnistía Internacional coincidió, insistiendo en que las cortes deben operar sin presión política.

Lo que se desarrollaba no era solo un choque entre poderes, sino una pregunta sobre qué se les está pidiendo elegir a los ecuatorianos: ¿seguridad o el sistema diseñado para proteger sus derechos?

Seguridad, rapidez y el precio de los atajos

Desde que asumió el cargo en noviembre y tras su reelección en abril, Noboa ha gobernado con urgencia. Cárteles, mafias carcelarias y pandillas callejeras han hecho del miedo parte de la vida diaria. En respuesta, declaró un “conflicto armado interno”, militarizó la vida pública y utilizó poderes de emergencia para aprobar ley tras ley.

Entre las medidas aceleradas estaban la Ley de Inteligencia, la Ley de Solidaridad y la Ley de Integridad Pública. Pero el 4 de agosto, la Corte Constitucional detuvo 17 artículos por considerar que violaban libertades civiles clave. Entre ellos, facultades para vigilancia sin orden judicial, la posibilidad de indultar a militares investigados y el acceso amplio del Estado a datos personales.

Para los partidarios del gobierno, la Corte estaba desmantelando una estrategia dura contra el crimen organizado. Para los defensores de derechos humanos, era una intervención necesaria. Basabe sostuvo que estas medidas, suspendidas o no, no resolverían la crisis más profunda del país. “Desmantelar bandas requiere inteligencia, reforma institucional y enjuiciamiento a largo plazo, no atajos.”

La Corte apuesta su autoridad en una línea delicada: permitir la lucha contra el crimen, pero negarse a que esa lucha escriba sus propias reglas sin control.

La Corte, los críticos y el peso de la neutralidad

En los últimos dos años, la Corte Constitucional se ha convertido silenciosamente en el único contrapeso real a una presidencia cada vez más fuerte. Y ahora está pagando el precio.

El ministro de Defensa, Gian Carlo Loffredo, fue claro: “La Corte no ha hecho más que ser un estorbo”, dijo a EFE. Detrás de la retórica, hay una preocupación más profunda: que la moderación, en este momento, se presente como sabotaje.

Hay precedentes de este enfrentamiento. Noboa ya ha desobedecido órdenes judiciales, desde ignorar directrices sobre transferir el poder presidencial hasta eludir fallos sobre estados de excepción. Las advertencias de la Corte pueden ser constitucionales, pero no siempre son acatadas.

Esto hace que el actual pulso sea no solo legal, sino cultural. Si la supervisión judicial se redefine como traición, el país se desliza hacia algo más frío. El movimiento indígena y el bloque correísta de izquierda—dos fuerzas usualmente enfrentadas—han condenado lo que consideran un intento de intimidar al poder judicial. Sus políticas difieren. Su advertencia no.

En una democracia bajo presión, las cortes están para decir “no” cuando el Estado dice “ahora”. Si el precio de ese papel es la amenaza personal o la difamación pública, el sistema comienza a erosionarse no con un estallido, sino con una marcha.

Un referéndum que podría reescribir las reglas

El tribunal no es el único frente en esta guerra de ideas. Noboa ha presentado cuatro preguntas de referéndum a la misma Corte que ahora está bajo fuego—preguntas que, si son aprobadas, irán a votación el 14 de diciembre. Una de ellas plantea: ¿deberían los jueces de la Corte Constitucional estar sujetos a juicio político?

Para algunos, suena a rendición de cuentas. Para otros, es temporada abierta contra la independencia judicial.

Mientras tanto, la Asamblea Nacional ha pedido aplazar una audiencia sobre la Ley de Integridad Pública, una de las que originó la crisis. Poder judicial, legislativo y ejecutivo orbitan incómodamente, cada paso enredado con los otros.

“Estamos en pausa”, dijo a EFE el analista José Javier Orellana. Pero no es paz. Entre bastidores, señaló, probablemente hay conversaciones “al más alto nivel”. Lo que ocurra después puede definir la forma de la democracia ecuatoriana mucho después de que pase la actual ola de violencia.

Por ahora, Noboa presenta a la Corte como obstáculo para la seguridad. La Corte insiste en que es guardiana de derechos. El pueblo quiere ambas cosas. Y el referéndum de diciembre podría ser el escenario donde esa contradicción se ponga a prueba—y quizá se resuelva.

Defendiendo la línea entre el poder y la Constitución

Las apuestas no son abstractas. Ecuador sangra—literal y políticamente. El crimen se ha extendido. Las cárceles se han vuelto zonas de guerra. Los civiles tienen miedo. Y sin embargo, en nombre de combatir ese miedo, el país corre el riesgo de reescribir su propio reglamento.

Noboa, armado con un mandato claro, cree que el momento requiere herramientas legales a la altura de la amenaza. La Corte, por su parte, cree que su labor es garantizar que esas herramientas no doblen la Constitución hasta romperla.

La Asamblea se encuentra en un punto intermedio, dividida entre la urgencia y la legalidad, sin saber cómo equilibrar rapidez con supervisión. Y en las calles, los ecuatorianos tratan de conciliar el miedo que viven con el trabajo más lento de las instituciones que piden paciencia.

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Las imágenes de la marcha de Noboa aún resuenan: un presidente llamando a los jueces por su nombre, una multitud lo bastante molesta como para aplaudir. Pero la pregunta no es solo si la Corte cederá o el presidente avanzará. Es si Ecuador puede defender su democracia mientras protege a sus ciudadanos—y si sus líderes pueden resistir la tentación de reescribir el sistema en lugar de reconstruir la confianza en él.

El veredicto aún no está. Pero el reloj corre.

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