ANÁLISIS

Ecuador al límite mientras Noboa equilibra guerra, austeridad y poder

A dos años de su presidencia, Daniel Noboa enfrenta su primera derrota política, el aumento de la violencia y el enojo público por la austeridad, incluso mientras profundiza lazos en el exterior e insiste en que su doctrina de seguridad es la única forma de rescatar al país ahora.

Un referéndum doloroso y un mandato sacudido

El domingo, el presidente Daniel Noboa cumple dos años en el poder con las heridas aún frescas de su mayor revés político hasta la fecha. Apenas una semana antes, los ecuatorianos dieron un rotundo “no” en las urnas, bloqueando sus planes de reescribir la constitución y dejando al descubierto la profundidad de la inquietud pública con su liderazgo.

Noboa llegó por primera vez a la presidencia en 2023, completando el mandato de Guillermo Lasso (2021–2025) tras elecciones anticipadas. Este año logró la reelección hasta 2029, consolidando aparentemente su control del poder. Pero el referéndum del 16 de noviembre contó otra historia. Según resultados citados por EFE, los votantes rechazaron las cuatro preguntas que les planteó. Casi el 62 por ciento se opuso a convocar una asamblea constituyente para redactar una nueva constitución, y cerca del 61 por ciento dijo no a permitir el regreso de bases militares extranjeras al país.

Los ecuatorianos también resistieron los intentos de Noboa de alterar drásticamente su sistema político. La mayoría se negó a reducir el número de miembros de la Asamblea Nacional, y casi el 58 por ciento rechazó eliminar el financiamiento público a los partidos políticos. Para un presidente que había presentado el plebiscito como un mandato para el cambio, el mensaje fue claro: los votantes desconfían de concentrar aún más el poder, especialmente en un país que ya ha vivido experimentos constitucionales volátiles.

La derrota llegó en un momento incómodo. Noboa había intentado presentarse como el líder capaz de restaurar el orden y la estabilidad tras años de turbulencia económica y el auge de la violencia criminal. Sin embargo, el referéndum se transformó en una especie de veredicto de mitad de mandato sobre sus métodos, sugiriendo que, aunque muchos ecuatorianos comparten sus temores sobre la inseguridad, no confían lo suficiente como para darle un cheque en blanco.

Austeridad, disciplina del FMI y descontento cotidiano

Sobre el papel, la economía ha mostrado signos de vida. Para septiembre de 2025, el PIB de Ecuador crecía a un ritmo anual del 4,8 por ciento, impulsado por la recuperación de los sectores de servicios, manufactura, comercio, petróleo y minería, según cifras reportadas por EFE. Pero detrás de esos números se esconde un corsé fiscal brutalmente ajustado que está transformando la vida diaria.

Bajo un acuerdo crediticio de cinco mil millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional, vigente de 2024 a 2028, Noboa ha adoptado un programa de disciplina presupuestaria que pocos políticos envidiarían. Subió el IVA del 12 al 15 por ciento, recortó los subsidios a la gasolina más consumida y eliminó por completo el subsidio al diésel. El gobierno también redujo el número de ministerios y anunció el despido de 5.000 empleados públicos.

Estas medidas han ayudado a “poner en orden las cuentas públicas”, como le gusta decir a su equipo, y los prestamistas internacionales lo han notado. Pero ordenar los libros no ha significado resolver los problemas que dominan las conversaciones cotidianas de los ecuatorianos. Noboa ha sido duramente criticado por no rescatar un sistema de salud que cruje bajo la escasez y los retrasos, incluso mientras suben los impuestos y desaparecen los subsidios. Para muchos ciudadanos, la promesa de estabilidad macroeconómica se siente abstracta frente a la realidad muy concreta de viajes en bus más largos, combustibles más caros y clínicas saturadas.

Esa tensión—entre los aplausos de los acreedores internacionales y la frustración de los votantes—es una de las contradicciones centrales del segundo año de Noboa. Ha elegido el camino de la ortodoxia fiscal en un país con instituciones frágiles y profundas demandas sociales, y el referéndum de noviembre sugiere que la paciencia con esa apuesta podría estar agotándose.

EFE/ José Jácome

Guerra contra las bandas, prisiones en crisis

Si la austeridad define la agenda económica de Noboa, la guerra define su política de seguridad. En 2024 dio el paso extraordinario de declarar un “conflicto armado interno” contra las bandas criminales, reclasificándolas formalmente como “terroristas”. El cambio permitió que las fuerzas armadas asumieran un papel más amplio en operaciones internas, y bajo su administración han sido capturados varios líderes de los principales grupos criminales, un hecho que los funcionarios destacan en entrevistas con EFE.

La seguridad es el pilar central de su narrativa: un país bajo asedio, un presidente en guerra y la promesa de enfrentar a las bandas “sin miedo”. Sin embargo, la violencia no ha disminuido. A pesar de la ofensiva, Ecuador sigue en la cima de los rankings de homicidios de América Latina, con proyecciones que sugieren que el país podría cerrar 2025 con un récord de 52 asesinatos por cada 100.000 habitantes. La estadística contradice el tono triunfalista del gobierno y alimenta la percepción de que el Estado persigue un objetivo móvil que aún no controla del todo.

En ningún lugar la crisis es más visible que tras los muros de las cárceles. En los últimos años, las prisiones ecuatorianas se han convertido en epicentros de masacres mientras bandas rivales luchan por el control. Incluso después de que Noboa puso las cárceles bajo control militar y policial, la violencia no se ha detenido del todo. Buscando reafirmar la autoridad, impulsó la construcción de un nuevo centro de máxima seguridad, la Cárcel del Encuentro. Aunque la prisión aún está en construcción, el gobierno ya ha trasladado allí a unos 300 reclusos, descritos como los “más peligrosos”, incluido el exvicepresidente Jorge Glas, condenado por corrupción.

El traslado de Glas pronto desencadenaría una de las decisiones más explosivas de Noboa. En abril de 2024, la policía irrumpió en la embajada de México en Quito para detener al exvicepresidente después de que México le concediera asilo. El operativo, ampliamente condenado en el exterior y detallado en la cobertura de EFE, rompió uno de los tabúes diplomáticos más antiguos: la inviolabilidad de las embajadas. México rompió relaciones, ambos países presentaron demandas ante tribunales internacionales y la imagen de Noboa como modernizador pragmático chocó con las acusaciones de que estaba dispuesto a arrasar con las normas internacionales para lograr sus objetivos.

Cortes, calles y el lugar de Ecuador en el mundo

Dentro de Ecuador, Noboa goza de una relación relativamente tranquila con la Asamblea Nacional, donde sus aliados tienen influencia y los enfrentamientos abiertos han sido limitados. La verdadera fricción está en otro lado: en la Corte Constitucional, que se ha convertido prácticamente en su único contrapeso institucional. La corte ha suspendido varias de sus leyes emblemáticas, incluidas medidas que él consideraba esenciales para combatir el crimen, lo que ha provocado enojo en el palacio presidencial.

Noboa respondió no solo con apelaciones legales, sino también con política en las calles. Encabezó dos marchas contra los jueces, mientras su gobierno los acusaba de ser “enemigos de los ciudadanos”. Para sus críticos, esa retórica refleja una tendencia regional más amplia de ejecutivos que buscan deslegitimar a las cortes que se atreven a bloquear su agenda. Para sus simpatizantes, es la frustración de un presidente que intenta gobernar con las manos atadas.

Más allá de las fronteras de Ecuador, Noboa ha intentado contar una historia diferente. Estados Unidos se ha convertido en su socio estratégico preferido, especialmente en la lucha contra el crimen organizado. La cooperación en seguridad, el intercambio de inteligencia y el equipamiento se han profundizado, mientras ambos gobiernos enmarcan la violencia en Ecuador como parte de un desafío transnacional más amplio.

Al mismo tiempo, Noboa ha tratado de proyectar a Ecuador como un país abierto al mundo, no solo dependiente de Washington. Ha promovido lazos más estrechos con Europa y Asia, buscando acuerdos comerciales y de cooperación, y ha tocado las puertas de organismos multilaterales para asegurar financiamiento y asistencia técnica, especialmente en seguridad y desarrollo.

A dos años, su Ecuador es un país bajo estricto control fiscal pero con una frustración pública latente, en “guerra interna” declarada pero aún aterrorizado por las cifras de homicidios, diplomáticamente asertivo pero frecuentemente a la defensiva. Tras el impacto de la derrota en el referéndum, la pregunta que flota sobre Quito es si Noboa ajustará el rumbo—o redoblará la apuesta por un modelo que ha puesto estabilidad, soberanía y Estado de derecho en la misma frase incómoda.

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