El Acuerdo de Agua de Alto Riesgo entre México y Washington

Texas exige entregas inmediatas de agua, y Washington amenaza con sanciones. México se encuentra en un punto clave de su relación con EE. UU. Sin embargo, la presidenta Claudia Sheinbaum promete cumplir con los términos del tratado, a pesar de que el país enfrenta serios problemas. Por ello, el papel del agua en la diplomacia entre México y Estados Unidos ha cobrado relevancia.
Un Tratado Bajo Presión
El Tratado de Aguas de 1944 ha sido durante décadas un pilar silencioso en la relación entre México y Estados Unidos. La mayoría de la gente a ambos lados de la frontera apenas se percata de su existencia, hasta que las sequías, las presiones económicas o los conflictos diplomáticos lo ponen en el centro de atención. Según el acuerdo, México debe suministrar aproximadamente 2,160 millones de metros cúbicos de agua a Estados Unidos cada cinco años. Al mismo tiempo, EE. UU. entrega una cantidad separada —alrededor de cuatro veces mayor— hacia los cauces mexicanos.
A simple vista, el acuerdo parece favorecer a México, ya que EE. UU. envía más agua al sur que la que recibe del norte. Sin embargo, no es tan sencillo. Cuando una sequía severa golpea la cuenca del Río Bravo (o Río Grande), las autoridades mexicanas tienen dificultades para enviar el volumen requerido, lo que provoca indignación en Texas, cuyo sector agrícola depende en gran medida del riego transfronterizo. Los términos del tratado pueden parecer equilibrados en el papel, pero el flujo de agua depende de condiciones reales: precipitaciones, infraestructura de presas y patrones climáticos cambiantes.
Recientemente, se han registrado lluvias reducidas en partes del norte de México. Esto intensificó la competencia por los escasos recursos hídricos disponibles en esa región. Los agricultores mexicanos cerca del Río Bravo necesitan esos recursos, al igual que los texanos. La presidenta Claudia Sheinbaum, en respuesta a una disputa diplomática que escala rápidamente, menciona casi cuatro años consecutivos de sequía como un factor que limita las entregas inmediatas. Según su administración, la Comisión Internacional de Límites y Aguas (CILA) está buscando alternativas técnicas para cumplir con las obligaciones del tratado sin privar a las comunidades y agricultores mexicanos del agua vital.
La tensión que se mantenía en negociaciones privadas ha salido ahora a la luz pública. En marzo, legisladores texanos instaron al presidente de EE. UU., Donald Trump, a adoptar una postura más estricta, alegando que México debía más de 1,600 millones de metros cúbicos de agua. Presionaron para que se usara influencia en negociaciones comerciales, alegando que Texas pierde hasta 993 millones de dólares anualmente en ingresos agrícolas cuando México se retrasa. Apuntaron al tratado de 1944 como un instrumento legal vinculante que debe hacerse cumplir, incluso si eso implica represalias económicas o sanciones.
A pesar de todo el ruido, Sheinbaum sostiene que el tratado sigue siendo “justo” y equilibrado si ambos países reconocen las nuevas realidades hidrológicas. Ella rechaza la idea de que México tenga la intención de cancelar o modificar el acuerdo, ya que una distribución equitativa del agua ha beneficiado a ambas naciones durante mucho tiempo. Pero su promesa de una “entrega inmediata” a Texas evidencia la gran presión que enfrenta. Debe manejar una posición delicada: demostrar buena voluntad ante Washington y, al mismo tiempo, asegurar a las regiones mexicanas afectadas por la sequía que sus necesidades hídricas no están siendo sacrificadas.
Temores de Sanciones y Conflicto
La amenaza de sanciones de Trump causó revuelo en círculos diplomáticos. Aumentó los rumores de que el problema del agua podría convertirse en un conflicto comercial o político más amplio. Al principio, el estilo habitual del presidente estadounidense generó preocupación en la Ciudad de México. Pero Sheinbaum intentó transmitir calma, afirmando que no prevé una crisis de gran magnitud. Aunque admitió que los comentarios de Trump podrían ser una táctica de negociación, también señaló que existen canales formales de diálogo que evitarían una confrontación mayor.
Aun así, el espectro de represalias sigue presente. El Tratado de Aguas está íntimamente ligado a otras cuestiones fronterizas, desde la agricultura y el comercio hasta la conservación ambiental y la migración. Algunos funcionarios mexicanos, en privado, temen que EE. UU. pueda usar el tema del agua como carta de negociación para obtener concesiones en otros temas. El riesgo aumenta cada vez que los agricultores texanos reclaman que están siendo perjudicados.
Aunque Sheinbaum no prevé sanciones inmediatas, la posibilidad subraya el papel emergente del agua como moneda de cambio en los asuntos internacionales. Si Estados Unidos retiene beneficios comerciales o impone medidas punitivas, México podría verse obligado a tomar decisiones difíciles: desviar agua de la agricultura, acelerar proyectos de represas o enfrentar el descontento público. Estos escenarios plantean dudas sobre si el marco actual del tratado puede adaptarse a las crecientes presiones climáticas.
Funcionarios de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México sostienen que las negociaciones continúan a través de la CILA, que supervisa los aspectos técnicos de la gestión del agua transfronteriza. Buscan evaluaciones científicas para medir la disponibilidad de agua en el Río Bravo, identificar nuevas opciones de almacenamiento y proponer soluciones flexibles, como liberaciones estratégicas de presas o flujos ajustados estacionalmente que consideren ciclos prolongados de sequía. Hay poco interés de ambos lados de la frontera en desmantelar un tratado que, en general, ha proporcionado estabilidad en el reparto de agua durante más de setenta y cinco años.
El desafío mayor es asegurar que el crecimiento poblacional, el cambio climático y la expansión económica no colapsen el sistema. Los modelos climáticos predicen sequías más frecuentes en el suroeste de EE. UU. y el norte de México, con temperaturas más altas y menos lluvias—una tendencia preocupante que impone una presión adicional sobre los recursos hídricos de ambos países.
Forjando Soluciones ante un Clima Cambiante
La entrega de millones de metros cúbicos de agua de México a Texas no puede analizarse en el vacío, en una región que ya enfrenta escasez hídrica. Para México, cumplir con las obligaciones del tratado bajo presión pone a prueba el compromiso del gobierno con las comunidades rurales que también necesitan ese recurso. Mientras tanto, los agricultores texanos insisten en que tienen pocos recursos si el agua prometida no llega, lo que alimenta sus llamados a la intervención de la Casa Blanca.
La administración de Sheinbaum ahora busca negociar “un acuerdo razonable” para evitar conflictos formales con Washington. Su argumento principal es que renegociar o desechar el tratado podría crear caos para ambos países. En cambio, el objetivo es mejorar el monitoreo de los ríos, optimizar la gestión de presas y considerar datos hidrológicos más precisos—quizás incluso renegociar asignaciones a corto plazo, mientras se conserva la estructura general del tratado.
Aunque las amenazas de sanciones de Trump han generado alarma, algunos observadores recuerdan que presidentes anteriores de EE. UU. han usado retórica dura en disputas sobre el agua, solo para volver a negociaciones técnicas tranquilas. Ambos lados conocen lo que está en juego: los medios de vida agrícolas, la estabilidad regional y una relación bilateral que ya ha superado numerosos desafíos en comercio, seguridad e inmigración. Interrumpir los flujos de agua podría provocar pérdidas económicas mucho mayores que los desequilibrios aparentes del tratado.
El agua compartida a lo largo del Río Bravo y más allá ya no es solo una frontera geográfica: es una línea de vida vital. Las realidades climáticas exigen cooperación en lugar de conflicto, lo que lleva a México y a Estados Unidos a fortalecer las instituciones binacionales e invertir en infraestructura hídrica conjunta. Aunque la promesa de Sheinbaum de entregar agua “de inmediato” puede calmar las tensiones por ahora, la pregunta de fondo es si ambos lados pueden elaborar una visión moderna para la gestión del agua que trascienda las presiones políticas de corto plazo.
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En última instancia, el tratado de 1944 sigue siendo un ancla de cooperación bilateral. Pero, ante la intensificación de las sequías y la creciente presión política, esa ancla se está convirtiendo en una prueba de voluntad y adaptabilidad. México y EE. UU. deben manejar esta situación sensible. Deben cumplir con los compromisos compartidos, pero sin perjudicar a sus respectivos pueblos. El modo en que lo logren influirá en la política fronteriza y en la diplomacia del agua durante muchos años.