El mito de la pacificación en México: la caída de homicidios oculta el aumento de desapariciones y el desplazamiento de la violencia
El gobierno de México celebra una caída del 37% en los homicidios, 37,000 detenciones y decomisos récord de drogas como prueba de que el país se está tranquilizando. Pero los datos preliminares, los focos regionales y las definiciones estrechas sugieren otra verdad: la violencia no se ha detenido; solo ha cambiado de nombre.
Las cifras cuentan una historia más suave que las calles
Comencemos con el número que domina el podio. Las gráficas del gobierno muestran que los homicidios dolosos bajaron un 37% en los primeros trece meses de la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum. En el papel, eso parece un alivio tras décadas de derramamiento de sangre implacable.
México inició esta presidencia con una base sombría: más de 196,000 asesinatos durante los seis años previos y 30,057 solo en 2024, según estadísticas oficiales. Si esa curva finalmente se hubiera roto, sería histórico. Pero la narrativa del gobierno se apoya en una brújula poco confiable.
Las autoridades se enfocan en promedios diarios, un método que suaviza el caos hasta convertirlo en consuelo. Señalan que en octubre, México promedió 54.5 homicidios diarios, en comparación con 86.9 el mes anterior a que Sheinbaum asumiera el cargo. Son 32 muertes menos al día, cifra citada con orgullo por la titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SESNSP), Marcela Figueroa.
Las matemáticas son sencillas; la conclusión no. Comparar un mes bajo una nueva presidenta con el último mes del gobierno anterior dice poco sobre un cambio estructural. Puede captar una calma tras un repunte, una tregua fugaz entre cárteles o la resaca de una gran operación. No prueba una paz duradera.
Y aunque el homicidio realmente haya bajado, esa sola medida no puede cargar con la historia de la seguridad nacional. La violencia muta; no siempre sangra donde contamos. La extorsión, el secuestro, el desplazamiento forzado y los intentos de asesinato no aparecen en la columna de homicidios. Cuando los líderes usan una sola métrica como espejo de la calma nacional, solo ven reflejada una parte del panorama.
Promedios diarios, cifras preliminares y el problema de la prueba
Las cifras más celebradas de México vienen con notas al pie. Los datos de homicidios que se usan en los informes oficiales son preliminares, construidos a partir de reportes policiales en tiempo real que se revisan constantemente. Los fiscales reclasifican casos, los forenses confirman causas de muerte y hechos completos pueden migrar de una categoría a otra.
Esas correcciones importan porque las actualizaciones diarias del SESNSP son herramientas tácticas, no balances finales. Tomarlas como palabra sagrada es como dar por terminado el partido en el medio tiempo.
El enfoque en promedios crea su propio espejismo. Al aplanar picos y valles, los números diarios pueden ocultar catástrofes regionales o hacer que una calma aleatoria parezca avance. Una sola masacre puede elevar el promedio de una semana; una semana de silencio puede hacerlo bajar de nuevo. En ese sentido, los promedios son comida reconfortante para las emociones: fácil de digerir y pobre en nutrición.
Luego viene la tentación política. Cuando una administración basa su legitimidad en un solo número, el incentivo para proteger ese número se vuelve fuerte. Las preguntas sobre datos faltantes, delitos reclasificados o tendencias divergentes a nivel estatal se vuelven incómodas. El peligro no es tanto la manipulación como la omisión, la edición silenciosa de hechos que no encajan en el marco.
“Una buena estrategia de seguridad invita al escrutinio,” dijo un investigador independiente a EFE. “Explica qué significan los datos, cómo se corrigen y qué omiten. Una mala se felicita antes de la auditoría.“

La concentración de homicidios y la geografía de la negación
Si México realmente estuviera pacificándose, la violencia disminuiría en todas partes. No es así. Según el SESNSP, solo siete de los 32 estados, Guanajuato, Chihuahua, Baja California, Sinaloa, Estado de México, Guerrero y Michoacán, concentraron más de la mitad de todos los homicidios en los primeros diez meses del año.
Esa concentración cuenta otra historia. Mientras los promedios nacionales insinúan alivio, los gobiernos locales en esas zonas calientes siguen gobernando bajo asedio. Un alcalde en Michoacán negocia con cárteles el control de caminos; una maestra en Guerrero sigue llevando a sus alumnos entre casquillos; una comerciante en Guanajuato paga dos “impuestos”, uno al estado y otro al jefe criminal local.
Cuando la mitad de las muertes ocurren en un puñado de lugares, el optimismo nacional puede sonar a burla. “El promedio no significa nada si vives en uno de esos siete estados,” dijo un funcionario municipal en Sinaloa que pidió anonimato. “No vemos pacificación. Vemos agotamiento.“
La verdad también es estadística: en zonas con competencia crónica entre cárteles, las tasas de homicidio oscilan salvajemente pero rara vez bajan por mucho tiempo. Puede haber una calma tras una victoria, pero cuando surgen nuevas facciones o cambian las alianzas, los asesinatos regresan. La narrativa central de México omite esta geografía, ocultando focos de caos tras la ilusión de una caída unificada.
La base de 2024 del gobierno también complica la historia. Tras máximos históricos, cierta caída era inevitable, una regresión a la media más que una transformación. La prueba de la “pacificación” no es si la curva bajó una vez, sino si sigue bajando durante años, en diferentes bases de datos y estados, sin romper el compromiso con la transparencia.
Decomisos, detenciones y el espejismo del movimiento
El segundo tambor del gobierno es operativo: 37,000 detenciones, 18,981 armas aseguradas, 300 toneladas de drogas incautadas, incluyendo más de cuatro millones de pastillas de fentanilo. Soldados y marinos, dicen las autoridades, desmantelaron 1,614 laboratorios de metanfetamina, un golpe “por cientos de millones de pesos”.
Por sí solas, estas son hazañas de coordinación y valentía. Pero las detenciones y decomisos son insumos, no resultados. Miden actividad, no impacto. Sin sentencias, esas detenciones pueden disolverse en los tribunales. Sin inteligencia de seguimiento, los laboratorios reaparecen bajo otros techos. Sin reforma sistémica, los mismos cárteles reemplazan a sus soldados caídos en semanas.
“Cada decomiso parece avance hasta que pasa el siguiente camión,” dijo un exfiscal federal en Baja California, en entrevista con EFE. “Lo que necesitamos ver es menos producto en la calle, menos llamadas de extorsión, comunidades más seguras, no montañas de evidencia en un boletín de prensa.“
El gobierno argumenta que sus resultados provienen de una estrategia refinada: policía basada en inteligencia, consolidación de la Guardia Nacional y un nuevo Sistema Nacional de Inteligencia e Investigación para coordinar detenciones. El plan es sólido; la prueba, incompleta.
Un verdadero indicador de éxito incluiría tasas crecientes de sentencias, reducción del rezago en las fiscalías estatales y mejoras visibles en la capacidad forense. Esas cifras rara vez se anuncian. En cambio, el público se queda con fotos, filas de armas, tarimas de drogas y la palabra “pacificación” repetida como amuleto protector.
Más allá de la ficción: cómo se vería la paz real
Para los mexicanos de a pie, la paz no es un porcentaje. Es el sonido de los mercados reabriendo tras el anochecer, de autobuses circulando sin escolta por carreteras antes prohibidas. Es ver a los vecinos regresar del trabajo sin miedo, y a la policía resolviendo delitos en vez de solo sobrevivirlos.
Los 18,000 homicidios en nueve meses de México, aunque sean menos que el año pasado, siguen siendo 18,000 funerales, 18,000 familias que nunca aplaudirán una gráfica.
Si el país realmente quiere medir el avance, debería registrar lo que sienten los ciudadanos y lo que logran los fiscales, no solo lo que celebran los informes. Las cifras diarias del SESNSP son un inicio; las actas de defunción del INEGI, el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y observatorios independientes como México Evalúa son el espejo. Juntos pueden contar una historia honesta, de mejora donde la hay y de peligro donde persiste.
Hasta que esas historias coincidan, la “pacificación” de México seguirá siendo más una frase que un hecho, una línea cuidadosamente trazada en una gráfica que suaviza el ruido de un conflicto que aún retumba en los cerros, los mercados y las morgues. El país merece más que esperanza matemática. Merece pruebas de que la paz puede sobrevivir al contacto con la realidad.



