El peligroso ciclo de promesas incumplidas del ELN colombiano
Tras el último ataque del ELN que dejó dos soldados muertos, las frágiles conversaciones de paz de Colombia están una vez más al borde del colapso. No es la primera vez que las negociaciones de paz fracasan, y la historia demuestra que no se puede confiar en que el ELN cumpla su palabra.
Por qué no se puede confiar en el ELN
Las negociaciones en curso de Colombia con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) están empezando a parecerse a un ciclo peligroso: ceses del fuego seguidos de reanudación de la violencia, conversaciones de paz descarriladas por ataques mortales y luego un retorno a las negociaciones. Este ciclo ha persistido durante décadas, y el reciente ataque del ELN a una base militar en Arauca que mató a dos soldados es otro ejemplo más de la naturaleza engañosa del grupo.
Fundado a principios de la década de 1960 por estudiantes y líderes sindicales inspirados por la Revolución Cubana, el ELN ha sido una fuerza formidable en el prolongado conflicto interno de Colombia. A lo largo de los años, el grupo ha financiado sus operaciones a través del tráfico de drogas, secuestros y extorsiones a civiles, todo ello mientras se presenta como una organización revolucionaria que lucha por los derechos de las personas con bajos ingresos. Sin embargo, las acciones del ELN en las últimas décadas pintan un panorama diferente: uno de violencia, traición y oportunismo.
Esta no es la primera vez que Colombia se encuentra en esta coyuntura con el ELN. En las décadas de 1990 y 2000, hubo múltiples intentos de negociar la paz con el grupo, pero esos esfuerzos fracasaron cuando el ELN continuó su campaña violenta contra el gobierno y los civiles. En cada ocasión, el ELN explotó los ceses del fuego para reagruparse y fortalecer su posición, demostrando repetidamente que no estaba dispuesto a comprometerse con la paz.
En 2016, Colombia logró un acuerdo de paz histórico con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), el grupo rebelde más grande del país. Este acuerdo generó esperanzas de que se pudieran alcanzar acuerdos similares con otros grupos armados, incluido el ELN. Sin embargo, ha resultado mucho más difícil negociar con el ELN, como lo demuestra su continua violencia, incluso mientras mantiene conversaciones de paz con el gobierno.
Cómo el ELN sigue explotando las conversaciones de paz
El reciente ataque a la base militar de Puerto Jordán es sólo el último de una serie de acciones violentas llevadas a cabo por el ELN desde que expiró el cese del fuego con el gobierno colombiano en agosto. En las semanas posteriores al fin del cese del fuego, el ELN ha intensificado sus ataques contra objetivos militares y oleoductos, en particular en el conflictivo departamento de Arauca.
La estrategia del ELN es clara: utiliza los períodos de cese del fuego y las conversaciones de paz para reconstruir su fuerza mientras continúa participando en actividades ilícitas como el tráfico de drogas y la minería ilegal. Una vez que terminan los ceses del fuego, el grupo lanza una nueva ola de violencia, a menudo dirigida contra el gobierno y los militares para socavar la estabilidad de Colombia.
El presidente Gustavo Petro llegó al poder con grandes esperanzas de lograr la paz con el ELN en el marco de su ambiciosa política de paz total, que buscaba negociar con todos los grupos armados de Colombia. Sin embargo, el gobierno de Petro ha tenido dificultades para avanzar con el ELN, y la reciente escalada de violencia del grupo ha llevado las conversaciones a un punto muerto. El propio Petro reconoció que el ataque a la base militar podría significar el fin del proceso de paz, diciendo: “Este es un ataque que prácticamente cierra un proceso de paz, con sangre”.
El patrón de comportamiento del ELN sugiere que no está interesado en un acuerdo de paz genuino. En cambio, ve las conversaciones de paz como una forma de ganar tiempo y negociar desde una posición de fuerza, todo mientras continúa beneficiándose de actividades ilegales y aterrorizando a los civiles colombianos.
Las consecuencias de permitir que el ELN opere libremente
Colombia ya ha sido testigo de las devastadoras consecuencias de permitir que grupos rebeldes como el ELN operen con relativa impunidad. Si bien la desmovilización de las FARC en 2016 marcó un paso significativo hacia la paz, el ELN ha aprovechado el vacío de poder dejado por la salida de las FARC, expandiendo su influencia en áreas rurales, particularmente en regiones como Arauca y Norte de Santander.
La presencia del ELN en estas regiones ha tenido consecuencias desastrosas para las poblaciones locales. El grupo ha impuesto impuestos a los civiles, a menudo extorsionando a los agricultores y a las pequeñas empresas. El ELN incluso ha establecido un control de facto en algunas zonas, sustituyendo al gobierno colombiano como autoridad principal.
La participación del ELN en el tráfico de drogas también ha contribuido a la violencia en curso. Como uno de los grupos rebeldes más grandes que quedan en Colombia, el ELN controla partes importantes de las rutas de producción y tráfico de drogas del país. Sus actividades han alimentado el comercio internacional de cocaína, desestabilizando aún más la región y socavando los esfuerzos de Colombia para combatir el crimen organizado.
Más allá de las fronteras de Colombia, el ELN ha forjado fuertes vínculos con organizaciones criminales en Venezuela, donde mantiene una presencia en zonas remotas a lo largo de la frontera. Esta actividad transfronteriza ha hecho que sea aún más difícil para el gobierno colombiano combatir al grupo, ya que puede replegarse a Venezuela cuando está bajo presión de las fuerzas colombianas.
Permitir que el ELN siga operando libremente no sólo prolongaría la violencia en Colombia, sino que también tendría consecuencias de largo alcance para la estabilidad regional. El control del ELN sobre rutas clave del narcotráfico y sus alianzas con otras organizaciones criminales lo convierten en una amenaza no sólo para Colombia, sino para toda la región.
Colombia debe ser firme en su respuesta
Colombia ya ha pasado por esto antes. La historia del país está plagada de negociaciones de paz fallidas y ceses del fuego incumplidos, en particular cuando se trata de lidiar con grupos como el ELN. Si bien el deseo del presidente Petro de lograr la paz es encomiable, está claro que no se puede confiar en que el ELN cumpla su palabra.
El ataque a la base militar de Puerto Jordán debería ser una llamada de atención para el gobierno colombiano. Es hora de abandonar la fantasía de negociar una paz duradera con el ELN y, en cambio, centrarse en una estrategia de contención y neutralización. Las fuerzas militares y policiales de Colombia deben recibir los recursos y el apoyo que necesitan para combatir al ELN de manera efectiva, tanto en Colombia como a lo largo de la frontera con Venezuela.
El gobierno colombiano también puede aprender lecciones de su experiencia con las FARC. Si bien el acuerdo de paz con las FARC fue exitoso en última instancia, solo se produjo después de años de presión militar sostenida que debilitó al grupo y lo obligó a sentarse a la mesa de negociaciones de buena fe. El ELN probablemente requerirá un enfoque similar, que combine la acción militar con esfuerzos diplomáticos para aislar al grupo y cortar sus fuentes de financiamiento.
Colombia también debería buscar el apoyo de la comunidad internacional para combatir al ELN. Estados Unidos ha sido durante mucho tiempo un socio clave en la lucha de Colombia contra el narcotráfico y el crimen organizado, y puede desempeñar un papel crucial para ayudar a debilitar las redes financieras del ELN. Además, Colombia debería trabajar con Venezuela y otros países vecinos para interrumpir las actividades transfronterizas del ELN y evitar que utilice territorios extranjeros como refugio.
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El último ataque del ELN es una clara indicación de que el grupo no tiene ningún interés en la paz. Colombia no puede permitirse seguir participando en un ciclo de ceses del fuego rotos y negociaciones fallidas. En cambio, el gobierno debe adoptar una postura firme, utilizando medios tanto militares como diplomáticos para neutralizar al ELN y restablecer la seguridad en las regiones bajo su control. El tiempo de las conversaciones de paz ha terminado: Colombia ahora debe centrarse en llevar al ELN ante la justicia y prevenir más violencia.