ANÁLISIS

El tango Moscú–Caracas redefine los riesgos de seguridad desde Venezuela hasta los Andes

Cuando Venezuela hizo desfilar tanques y misiles de origen ruso por Caracas, no fue solo un desfile. Fue una señal: la alianza de Moscú con Nicolás Maduro está viva, militarizada y está moldeando el cálculo de seguridad de vecinos como Ecuador, ya atrapado en sus propias guerras criminales.

Del desfile a la producción

A inicios de junio, Caracas montó un espectáculo que difuminó la línea entre ceremonia y disuasión. Tanques, misiles y bandas militares retumbaron en la capital durante el Día de la Independencia, pero la coreografía vino acompañada de sustancia. Justo a las afueras de la ciudad, en Maracay, abrió sus puertas una fábrica de municiones Kalashnikov largamente prometida, con capacidad para producir hasta 70 millones de cartuchos al año y planes de ensamblar fusiles AK103. Rostec, el gigante estatal de armas de Rusia, la celebró como la primera de su tipo en el hemisferio.

Para Venezuela, el simbolismo fue múltiple. Las industrias civiles del país están devastadas, pero este proyecto militar —ideado durante el mandato de Hugo Chávez— avanzó pese a escándalos de corrupción y años de retraso. Demuestra hacia dónde fluyen los recursos y qué prioridades prevalecen: no caminos o fábricas de alimentos, sino infraestructura para asegurar que las fuerzas armadas sigan leales y equipadas. El mensaje fue tan importante como las balas mismas. Las sanciones occidentales pueden aislar diplomática y económicamente a Caracas, pero Moscú se asegura de que nunca esté sola en el campo de batalla.

Un abrazo estratégico nacido del aislamiento

El cortejo Moscú–Caracas abarca dos décadas, pero su urgencia se ha agudizado. Nicolás Maduro y Vladímir Putin se han reunido más de diez veces desde 2013, intercambiando cobertura política, acuerdos petroleros y contratos militares. Sus gobiernos presumen de más de 350 convenios bilaterales en ámbitos como aeroespacial, minería, automotriz, banca e inteligencia. El banco ruso-venezolano Evrofinance Monsnarbank sigue operando en Caracas, circulan tarjetas MIR, y hasta exportaciones de nicho —vodka, fertilizantes, farmacéuticos— cargan peso político.

Las transferencias de armas son el pilar más visible. Venezuela figura ahora entre los diez mayores compradores de armas rusas en el mundo y es el principal de toda América. La alianza también amortigua sanciones: canales rusos ayudan a Venezuela a colocar crudo en refinerías indias, sorteando las restricciones de EE. UU. Para Moscú, Venezuela es un puesto avanzado a menos de 1,600 millas de Florida, un recordatorio de que el Kremlin aún tiene amigos en el patio trasero de Washington. Para Caracas, Rusia es garante, prestamista de último recurso y proveedor de armas cuando las avenidas occidentales se cierran.

Los ecos con la Habana de la Guerra Fría son inconfundibles. Cuando Washington endureció aún más las sanciones este verano —designando al Cartel de los Soles como grupo terrorista global y duplicando la recompensa por Maduro a 50 millones de dólares—, Caracas se apoyó más en Moscú. En mayo, los dos gobiernos firmaron una alianza renovable de 10 años que Maduro celebró como prueba de “armonía perfecta”. Para su audiencia interna, fue un signo de fortaleza. Para los vecinos, fue señal de que las sanciones están empujando a Venezuela más hondo en la órbita de Moscú.

Líneas de vida petroleras, billeteras flacas

Sin embargo, bajo las banderas y los lanzamisiles yace una realidad cruda: Venezuela está en bancarrota. Tras un colapso económico que redujo el PIB en más de 70 % entre 2014 y 2020, el país sigue siendo uno de los más pobres per cápita de América Latina. Los ingresos petroleros son la frágil columna vertebral de la alianza. A través de Roszarubezhneft, Rusia participa en cinco empresas conjuntas con PDVSA, produciendo unos 120,000 barriles diarios en 2024. En teoría, hay margen para aumentar; en la práctica, los costos de la guerra rusa y la estrategia de exportación enfocada en China limitan cuánto capital puede destinar.

Los flujos comerciales siguen siendo modestos —apenas 1,200 millones de dólares en 2024, mucho menos que el comercio de Rusia con Brasil o México. Desde 2018, Moscú no ha extendido nuevos préstamos públicos a Caracas. Los “años dorados” de 2004–2014, cuando Rusia inyectó 34,000 millones, en su mayoría para opacos acuerdos de armas, quedaron atrás.

Eso deja a Venezuela exhibiendo armas que difícilmente puede mantener y desfiles que superan el presupuesto detrás de ellos. Pero en política, la percepción puede pesar más que los libros contables. Cuando el canciller ruso Serguéi Lavrov elogió a Venezuela como “el epicentro de las fuerzas progresistas de izquierda en el continente”, reforzó la narrativa que Maduro necesita: que su gobierno no está aislado sino que es central. Para Moscú, el retorno es un apalancamiento simbólico contra Washington; para Caracas, la ilusión de oxígeno financiero.

EFE@Miguel Gutiérrez

Qué significa para Washington—y para Ecuador

Para Estados Unidos, la alianza es más una molestia que una amenaza existencial, salvo que evolucione hacia despliegues sostenidos de bases o misiles rusos. Pero para los vecinos de Venezuela, los efectos son inmediatos. Ecuador, ya lidiando con una explosión de narco-violencia, percibe riesgo en una Venezuela militarizada, armada y abastecida fuera de la supervisión occidental. Armas ligeras, municiones y tecnologías de doble uso suelen filtrarse a mercados ilícitos. Incluso si los sistemas permanecen bajo control venezolano, un vecino fuertemente armado y respaldado por Moscú cambia la ecuación de disuasión regional.

Los costos diplomáticos son reales. La competencia entre grandes potencias en torno a Venezuela eleva la temperatura en foros regionales donde Ecuador depende de la coordinación para temas de migración, narcotráfico y alivio financiero. Quito ya ha visto esta película: un régimen latinoamericano sancionado se aferra a un patrón lejano, el petróleo y las armas dominan la relación, el colapso interno continúa, y los vecinos absorben las consecuencias —a través de contrabando, desplazados y polarización política.

Para Ecuador, la solución no es el ruido de sables, sino la estrategia. Significa reforzar la inteligencia fronteriza, invertir en monitoreo marítimo y aéreo, blindar su sistema financiero contra esquemas de evasión de sanciones y proteger la infraestructura crítica. También implica mantener abiertos los canales diplomáticos con Caracas para cooperar en migración y seguridad compartida, mientras se alinea con Washington cuando la presión es inevitable.

Que Moscú pueda seguir financiando a Caracas de forma sustancial es dudoso. El dinero es escaso, la propia guerra de Rusia devora recursos, y la infraestructura petrolera de Venezuela está degradada. Pero la lógica política —dos gobiernos unidos por la desobediencia a Washington— sigue siendo duradera. Y en el volátil panorama de seguridad latinoamericano, esa lógica por sí sola reconfigura el mapa.

Los Kalashnikov que salen de la nueva línea en Maracay pueden ser más espectáculo que producción. Pero los espectáculos importan. Le dicen a los venezolanos que la soberanía aún tiene protectores, a Washington que las sanciones tienen límites y a Ecuador que la aritmética de la seguridad regional vuelve a cambiar. Para los países andinos, la prudencia —no el pánico— debe guiar la respuesta. Porque el tango Moscú–Caracas ha vuelto a la pista, y sus repercusiones no se detendrán en las fronteras venezolanas.

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Ciertas citas y atribuciones de líderes de la OTAN y de la región mencionadas anteriormente fueron reportadas por Americas Quarterly.

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