ANÁLISIS

El terremoto político de Costa Rica: legisladores sopesan levantar la inmunidad del presidente Chaves

Lo que comenzó como una investigación rutinaria de un contrato ahora amenaza con romper precedentes en Costa Rica, mientras los legisladores debaten si despojar al presidente Rodrigo Chaves de su inmunidad—una medida sin paralelo histórico y con profundas implicaciones para la democracia más estable de la región.

Rompiendo el escudo: una votación como ninguna otra

La Constitución de Costa Rica ha tratado durante mucho tiempo la inmunidad presidencial como sagrada. Es la razón por la cual, hasta ahora, ningún presidente en funciones ha enfrentado un proceso penal. Ese muro de contención, forjado tras la guerra civil de 1948 y la audaz decisión de abolir el ejército, estaba destinado a proteger contra la inestabilidad que aquejaba a sus vecinos. Pero hoy, bajo la cúpula dorada de la Asamblea Legislativa en San José, los diputados se acercan a quebrar esa norma.

En el centro de la tormenta está un contrato gubernamental de 405,000 dólares en comunicaciones, supuestamente dirigido desde la Casa Presidencial hacia una empresa mediática con conexiones políticas. Los fiscales sostienen que fue más que un simple error burocrático: se trató de una maniobra para canalizar dinero público hacia manos privadas y una violación a la confianza ciudadana.

Una comisión legislativa de tres miembros está revisando documentos remitidos por la Corte Suprema, incluidos transcripciones, registros bancarios y testimonios. Su tarea: recomendar si la Asamblea en pleno debe levantar la inmunidad constitucional del presidente Rodrigo Chaves. Tienen 40 días, aunque aumenta la presión para que actúen más rápido. Si 38 de los 57 diputados votan a favor, los fiscales podrán proceder. Si no alcanzan ese número, el caso quedará en suspenso hasta que Chaves deje el cargo en mayo de 2026.

Costa Rica ya ha juzgado a expresidentes antes, pero nunca en circunstancias como estas. Julieta Bejarano, experta constitucional de la Universidad de Costa Rica, dijo a EFE que este momento es nada menos que una “prueba de resistencia democrática.” “Nuestro sistema asumía autocontrol,” explicó. “Esto se trata de comprobar si todavía existe.”

Contratos, campañas y tensiones crecientes

El protagonista del drama contractual es Cristian Bulgarelli, consultor en medios cuya empresa, RMC La Productora, obtuvo un contrato financiado por el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE). Los fiscales aseguran que Bulgarelli ayudó a redactar las especificaciones del contrato tras reuniones en la Casa Presidencial, manipulando así el proceso a su favor.

Otros implicados son el ministro de Cultura Jorge Rodríguez—entonces jefe de gabinete de Chaves—y el exestratega de campaña Federico Cruz. Los tres niegan las acusaciones. Pero lo que le da voltaje político al caso es la posible conexión entre fondos públicos y mensajes de corte político—una línea roja en las estrictas leyes de financiamiento electoral de Costa Rica.

Y la tormenta no termina allí.
Un expediente separado en la Corte Suprema apunta a un posible financiamiento paralelo durante la campaña de Chaves en 2022. De confirmarse, la Asamblea podría verse obligada a votar nuevamente, dos veces en un mismo periodo, sobre levantar la inmunidad presidencial. Sería sin precedentes.

Chaves ha respondido con retórica incendiaria. “Esto no es justicia, es política disfrazada de toga,” dijo en una conferencia de prensa tras la remisión del caso. Ha acusado al fiscal general, Carlo Díaz, de librar una vendetta y describió las acusaciones como “sabotaje mezquino” de élites amenazadas por su presidencia de outsider.

Pese a la polémica, los índices de aprobación de Chaves se mantienen por encima del 50%, sostenidos por una plataforma populista que ataca al Poder Judicial, los partidos tradicionales e incluso a la prensa. Pero el caso del BCIE socava una de sus promesas clave: limpiar la corrupción y romper con los acuerdos oscuros del pasado.

Enfrentamientos personales, consecuencias políticas

El conflicto entre Chaves y el Poder Judicial de Costa Rica ha pasado de lo procesal a lo personal.

En marzo, el presidente encabezó a cientos de seguidores en una marcha por la capital, exigiendo la renuncia del fiscal general Díaz. Jueces y líderes de la sociedad civil calificaron la protesta como un ataque directo a la independencia del sistema judicial.

Las tensiones también se han trasladado a otros frentes. El Tribunal Supremo de Elecciones ha reprendido formalmente a Chaves por hacer campaña fuera del periodo electoral. Al mismo tiempo, partidos opositores lo acusan de “beligerancia política”—una guerra política constante desde la Presidencia.

Aunque la reelección inmediata está prohibida en Costa Rica, sus simpatizantes repiten en mítines que Chaves necesita una supermayoría legislativa en el próximo ciclo para “terminar lo que empezó.” Durante meses circularon rumores de que podría postularse al Congreso en 2026, pero él mismo los desmintió la semana pasada.

Dentro de la Asamblea, la aritmética es complicada para el presidente. Su partido, Progreso Social Democrático, cuenta con solo 10 de los 57 escaños—muy lejos de los dos tercios necesarios para frenar la votación de inmunidad. Los partidos opositores están fragmentados pero controlan suficientes curules para actuar, si logran ponerse de acuerdo en una ruta común.

Daniela Rojas, diputada del conservador Partido Unidad Social Cristiana, dijo a EFE que “proteger la integridad institucional del país debe estar por encima del costo político.” Pero otros son cautelosos. Un diputado centrista, que pidió anonimato, admitió: “Estamos caminando por la cuerda floja—si somos demasiado cautos, pareceremos cobardes; si somos demasiado duros, pareceremos verdugos.”

Las apuestas en casa—y más allá

Si la Asamblea vota a favor de levantar la inmunidad, los fiscales aseguran que actuarán con rapidez. Eso significaría que un presidente en funciones podría ser citado a declarar en cuestión de semanas—un espectáculo nunca antes visto en la historia moderna de Costa Rica. Expertos legales prevén que, si el caso avanza, podría producirse una acusación formal en cuestión de meses.

Las implicaciones son enormes. Algunos creen que sería un triunfo de la rendición de cuentas—un mensaje de que nadie, ni siquiera el presidente, está por encima de la ley. Otros temen una reacción política, sobre todo si Chaves convierte el episodio en un relato de martirio frente al establishment.

“Esto no se trata de caos legal,” señaló Bejarano, la experta constitucional. “Se trata de agotamiento cívico. La gente perderá fe en las instituciones si lo único que ve es una pelea sin resolución.”

El mundo observa. Desde los choques de Jair Bolsonaro con los tribunales en Brasil hasta las reconfiguraciones judiciales de Nayib Bukele en El Salvador, América Latina vive una era de presidentes fuertes enfrentados a los contrapesos tradicionales. Lo que haga Costa Rica ahora podría definir si su sistema se dobla o se mantiene firme.

Por ahora, todas las miradas están puestas en la comisión. Los expedientes crecen. Los plazos se acortan. Y un país, orgulloso desde siempre de su política pacífica, se prepara para una votación que podría redibujar sus líneas democráticas.

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“El mundo respeta a Costa Rica porque no rompemos las cosas para arreglarlas,” dijo Bejarano a EFE. “Pero lo que ocurra ahora demostrará si ese respeto todavía se merece.”

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