¿Fue un golpe… o un espectáculo? Bolivia aún no lo sabe

A un año de que vehículos blindados arremetieran contra las puertas de madera del antiguo palacio presidencial de Bolivia, el país aún no logra ponerse de acuerdo sobre lo que ocurrió. ¿Fue un intento de golpe de Estado o una puesta en escena política? La respuesta podría moldear las elecciones de agosto y el relato histórico.
Tanques, rumores y un asedio de dos horas
Todo comenzó con un tanque en plena luz del día.
El 26 de junio de 2024, el general Juan José Zuñiga llevó una columna de tropas a la Plaza Murillo, el centro empedrado del poder boliviano en La Paz. Sus fuerzas rodearon el Palacio Quemado, y un tanque embistió las puertas principales del edificio. Los turistas huyeron. Algunos soldados se tomaron selfies. Dentro, el presidente Luis Arce se reunió con asesores, negociando cara a cara con el general.
Pocas horas después, el asedio se disolvió. Arce apareció en televisión en vivo y destituyó a toda la cúpula militar. Al atardecer, Zuñiga ya había sido arrestado.
Entonces vino la verdadera sorpresa: de camino a su detención, Zuñiga declaró a la agencia EFE que el propio Arce había orquestado todo el espectáculo—dándole luz verde en privado para levantar sus bajos niveles de aprobación, en medio de protestas por la escasez de combustible y dólares.
María Teresa Zegada, politóloga de la Universidad Mayor de San Simón, asegura que el episodio encaja en el patrón histórico boliviano de coqueteo militar con el poder. “Este país ha vivido autogolpes, golpes reales y golpes teatrales”, dijo a EFE. “La rapidez con la que todo colapsó levantó muchas sospechas.”
Una guerra de versiones—y pocas pruebas
Desde su arresto, Zuñiga ha reafirmado su versión. Desde su celda en Cochabamba, dijo a Perfil y Los Tiempos que Arce le había dado el visto bueno durante una reunión privada. Tras la difusión de las entrevistas, los funcionarios carcelarios le confiscaron el celular, lo pusieron en aislamiento y destituyeron al director del penal.
Arce, por su parte, calificó la historia de “absurda” en entrevista con EFE. Presentó los hechos como un peligroso intento autoritario que su gobierno logró repeler para proteger la democracia.
El coronel retirado Omar Durán, ahora analista de seguridad, ofrece una tercera interpretación: “Esto no fue un golpe. Tampoco un autogolpe”, dijo. “Fue un acto de insubordinación—Zuñiga sabía que iba a ser reemplazado y entró en pánico.” Durán cree que el general ahora busca un indulto del próximo gobierno.
Hasta el momento, 21 oficiales y un civil han sido acusados de terrorismo y rebelión armada. Aproximadamente la mitad sigue en detención preventiva. Otros están con arresto domiciliario o fueron liberados por falta de pruebas.
En abril, varios de los acusados aceptaron procesos abreviados—penas de dos años que no cumplirán en prisión. El jurista Luis Paniagua, de la Universidad Católica Boliviana, afirma que estos acuerdos reflejan tanto debilidad en la fiscalía como cautela política: “El gobierno no quiere arriesgarse a perder un juicio mediático.”

La política de la memoria y una elección inminente
Mientras los procesos judiciales se alargaban, el entonces ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo—ahora candidato presidencial—lanzó un documental titulado Qué pasó el 26J. La producción estatal usó testimonios judiciales y llamadas interceptadas para presentar a Zuñiga como el cabecilla de una supuesta junta integrada por opinadores de derecha, sindicalistas disidentes y figuras marginadas.
La fiscalía ha citado a varios de los mencionados. Otros califican la película como difamación. El historiador Fernando Mayorga advirtió en entrevista con La Razón que los medios estatales tienen el poder de fijar versiones históricas: “Cuando se repite una narrativa visual lo suficiente, se convierte en memoria, sin importar lo que decidan los tribunales.”
Renán Cabezas, diputado opositor cercano al expresidente Evo Morales, calificó el documental de “farsa para hacer quedar como héroe a Arce.”
Ahora, con las elecciones presidenciales del 17 de agosto a la vista, Arce se aferra a su versión del relato. Sobrevivir a un golpe, argumenta, demuestra que tiene el temple para liderar. Pero el episodio ha profundizado la división interna en el Movimiento al Socialismo (MAS), enfrentando a leales de Arce con los de Morales.
Una encuesta de FLACSO revela que el 42% de los bolivianos aún no sabe si los hechos del 26 de junio constituyeron un golpe real, lo que refleja una profunda desconfianza no solo en los militares, sino también en los políticos.
Las reformas en defensa se han estancado mientras los juicios siguen. Los presupuestos para modernizar los cuarteles fueron postergados hasta 2026, lo que preocupa al sociólogo Jorge Komadina, quien advierte que el resentimiento en un ejército descuidado podría provocar futuras insubordinaciones.
Una puerta abierta—y una historia aún sin escribir
Hoy, los turistas se detienen frente al Palacio Quemado, observando la puerta de madera remendada por donde entró el tanque. Una resina cubre la madera astillada, pero el daño sigue visible.
Algunos guías repiten la versión de Arce: un presidente que se mantuvo firme ante una rebelión militar. Otros cuentan la de Zuñiga: un general convertido en chivo expiatorio dentro de un drama político. Aline Quispe, una vendedora ambulante que presenció todo, aún tiene dudas: “Los soldados parecían perdidos”, dijo a EFE. “Como si esperaran órdenes que nunca llegaron.”
No hay transcripciones. No hay video concluyente. No hay arma humeante. Solo versiones superpuestas y un país atrapado entre los hechos y la manipulación.
Por ahora, la plaza donde ocurrió todo sigue acordonada, rodeada de paneles de madera. Las autoridades dicen que se construirá un memorial. Los historiadores temen que se borren las huellas físicas antes de que se sepa la verdad.
Hasta que alguien hable—o se pruebe algo—el último golpe en Bolivia seguirá siendo un caso abierto, con un legado escrito no en veredictos, sino en sospechas.
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Porque en un país donde los tanques pueden aparecer a la hora del almuerzo y desaparecer a la cena, hasta la verdad tiene problemas para quedarse quieta.