La ausencia de México socava la lucha contra la violencia de los cárteles en América Latina
Mientras los países latinoamericanos se unen para combatir la creciente amenaza de la violencia de los cárteles, México, a pesar de ser el epicentro del problema, no se presentó a una cumbre de seguridad crucial. Con la influencia de los cárteles extendiéndose por toda la región, la ausencia de México es una oportunidad perdida que podría tener consecuencias nefastas para toda la zona.
El desaire diplomático de México en un momento crucial
América Latina está en las garras de una ola de delincuencia como ninguna otra que haya visto antes. Los cárteles, que antes se centraban principalmente en el tráfico de drogas, ahora se han diversificado en la minería ilegal, el tráfico de personas, la extorsión e incluso el tráfico de drogas en las calles. Ya no se conforman con el control territorial en lugares aislados, estas organizaciones criminales han evolucionado hacia operaciones sofisticadas y multinacionales con tentáculos de largo alcance. Ahora dominan las economías ilícitas de varios países latinoamericanos, creando lo que solo puede describirse como un imperio criminal que abarca las fronteras.
A pesar de esto, México, el país que durante mucho tiempo ha sido el epicentro de la violencia de los cárteles, estuvo notoriamente ausente de la reciente Cumbre de Seguridad de América Latina en Guayaquil, Ecuador. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) organizó la cumbre para coordinar las respuestas regionales al aumento del crimen organizado. La ausencia de México, cuyos cárteles son los principales impulsores de la crisis, ensombrece los objetivos de la cumbre. ¿La razón de esta ausencia? Una disputa diplomática con Ecuador.
La no asistencia de México a la cumbre no es sólo un paso en falso político; es un grave error de cálculo que podría poner en peligro los esfuerzos colectivos de los países latinoamericanos para combatir la creciente amenaza de los cárteles. El crimen organizado no conoce fronteras y los cárteles de México se han convertido en las entidades criminales más poderosas de la región. Al no participar en esta reunión crucial, México perdió una oportunidad de oro para liderar la lucha contra los mismos cárteles que él mismo creó y contra los que sigue luchando.
Una crisis regional alimentada por los cárteles mexicanos
La ausencia de México es particularmente preocupante dado que sus cárteles son responsables de gran parte de la violencia e inestabilidad que azotan a la región. Lo que comenzó como un problema interno en México ahora se ha extendido por toda América Latina, con los cárteles mexicanos expandiendo sus operaciones a América Central y del Sur. Estos cárteles controlan todo, desde las rutas de tráfico de drogas hasta la minería ilegal y las redes de tráfico de personas, y su influencia se siente desde Guatemala hasta Colombia y más allá.
Países como Guatemala, Honduras y El Salvador han soportado la peor parte de esta violencia desbordada. En estas naciones, los cárteles mexicanos se han convertido en las organizaciones criminales dominantes, operando con impunidad en regiones donde el control estatal es débil. Como resultado, la violencia ha aumentado, dejando a los gobiernos locales luchando por restablecer el orden. Sin el liderazgo de México en un marco de seguridad regional, los esfuerzos para frenar la violencia de los cárteles serán fragmentados y mucho menos prácticos.
Tomemos como ejemplo Ecuador. En los últimos años, el país ha visto un aumento alarmante de la violencia vinculada directamente a las operaciones de los cárteles mexicanos. Ecuador, considerado en el pasado uno de los países más seguros de América Latina, enfrenta hoy tasas de homicidios sin precedentes y una violencia generalizada. Guayaquil, la ciudad donde se celebró la cumbre de seguridad, se ha convertido en el epicentro de esta violencia, con informes diarios de asesinatos, secuestros y extorsiones vinculadas a la actividad de los cárteles.
Los líderes de Ecuador han declarado múltiples estados de emergencia para recuperar el control, pero saben que no pueden luchar esta guerra solos. La cumbre fue su llamado de ayuda, una oportunidad para que los países latinoamericanos se unan contra un enemigo común. Sin embargo, el actor más crucial en esta lucha, México, decidió no participar, dejando un enorme vacío en la estrategia regional.
Una oportunidad perdida para la acción colectiva
La cumbre de seguridad en Guayaquil no fue una reunión diplomática más. Fue un momento crítico para que los países latinoamericanos unieran sus recursos y desarrollaran una respuesta coordinada al crimen organizado. Las propuestas sobre la mesa incluían la creación de una Alianza de Seguridad que permitiría a los países compartir inteligencia, movilizar recursos e implementar estrategias conjuntas para combatir a los cárteles. Cabe destacar que la cumbre también se centró en cortar los flujos financieros que alimentan a estas empresas criminales, un paso vital para desmantelar su poder.
Pero sin la participación de México, el impacto de la cumbre se ve severamente disminuido. Los cárteles mexicanos son las organizaciones criminales más grandes y poderosas de la región. Cualquier plan para combatir el crimen organizado en América Latina que no incluya a México es incompleto y es poco probable que tenga éxito. La ausencia de México envía un mensaje preocupante: que no está plenamente comprometido con la lucha regional contra el crimen organizado, a pesar de que sus cárteles están en el corazón del problema.
El costo de combatir el crimen organizado es enorme. Los países latinoamericanos ya están gastando aproximadamente el 3,5% de su PIB en esfuerzos para combatir a los cárteles y las pandillas. Estos fondos podrían utilizarse para mejorar la educación, la atención médica y la infraestructura, pero se están desviando para abordar la creciente amenaza del crimen organizado. Países como Ecuador, Colombia y Perú están soportando la peor parte de estos costos, y necesitan desesperadamente la participación de México para distribuir la carga.
Una distracción peligrosa
Entonces, ¿por qué México estuvo ausente de una reunión tan crítica? La respuesta está en una disputa diplomática entre México y Ecuador que ha agriado las relaciones entre los dos países. México ha cortado vínculos con el gobierno de Ecuador por cuestiones políticas no relacionadas, y esta ruptura parece haber impedido que México participe en la cumbre. Pero esto es más que una simple política mezquina: es una distracción peligrosa que podría afectar gravemente a toda la región.
Al permitir que una disputa diplomática interfiera con su participación en la cumbre de seguridad, México ha puesto en riesgo los esfuerzos de toda la región para combatir el crimen organizado. Lo que está en juego es demasiado importante para que los países permitan que los desacuerdos políticos se interpongan en el camino de la acción colectiva. Los cárteles no están esperando a que los países latinoamericanos resuelvan sus diferencias. Siguen expandiéndose, consolidando su poder y explotando la falta de acción coordinada para fortalecer su control regional.
La falta de presencia de México es particularmente escandalosa dado que es el país más responsable del aumento de la violencia de los cárteles en América Latina. Sus cárteles son la fuerza impulsora detrás de gran parte de la violencia y la inestabilidad en la región, y México tiene la responsabilidad de estar a la vanguardia de la lucha contra ellos. Al optar por no participar en la cumbre, México no sólo ha abdicado de esa responsabilidad, sino que también ha socavado los esfuerzos de sus vecinos para abordar la crisis.
La incapacidad de América Latina para trabajar en conjunto
La ausencia de México en la cumbre de Guayaquil pone de relieve un problema más amplio que enfrenta América Latina: la incapacidad de la región para trabajar en conjunto para resolver los desafíos cotidianos. En los últimos años, los países latinoamericanos han desmantelado las organizaciones regionales que se crearon para abordar problemas compartidos como la pobreza, la desigualdad y la violencia. Las diferencias ideológicas, los egos políticos y la intolerancia han destrozado las alianzas que alguna vez mantuvieron unida a la región.
Esta fragmentación ha tenido consecuencias desastrosas. Los países latinoamericanos están ahora más divididos que nunca, y su incapacidad para coordinar esfuerzos contra el crimen organizado se está convirtiendo en su mayor fracaso. El ascenso de los cárteles no se limita a un solo país: estas organizaciones criminales operan a través de las fronteras, y lo que sucede en México hoy puede extenderse rápidamente a Colombia, Perú o Brasil. Sin embargo, en lugar de trabajar juntos, los países latinoamericanos están siguiendo sus propias estrategias, a menudo conflictivas, para combatir a los cárteles.
Si América Latina quiere tener alguna esperanza de derrotar al crimen organizado, debe unirse como región. Los países deben dejar de lado sus diferencias políticas y trabajar en equipo para enfrentar la creciente amenaza de los cárteles. México, como el país más afectado por la violencia de los cárteles, debería liderar este esfuerzo, no quedarse al margen.
En apenas unos años, los países latinoamericanos han desmantelado las organizaciones regionales que alguna vez les permitieron abordar problemas comunes. Si hubieran mantenido estas alianzas, la región estaría en una posición mucho más fuerte para luchar contra los cárteles hoy. En cambio, las luchas políticas internas y las disputas mezquinas han dejado a América Latina vulnerable a la creciente ola de violencia.
Lea también: Cinco elementos clave de la controvertida propuesta de reforma judicial de México
Es hora de que México y el resto de América Latina reconozcan que la lucha contra el crimen organizado no puede ser ganada por un solo país. Solo a través de la cooperación, la coordinación y la acción colectiva puede la región esperar cambiar la situación contra los cárteles. La cumbre de Guayaquil fue un paso en la dirección correcta, pero sin la participación de México, está incompleta. El futuro de América Latina depende de su capacidad para trabajar juntos, y el tiempo se acaba.