La brecha política en Bolivia: Morales, Arce y nuevas alianzas

Bolivia enfrenta una creciente incertidumbre política mientras el expresidente Evo Morales planea formar un nuevo partido y abandonar el gobernante Movimiento al Socialismo (MAS). Al mismo tiempo, el presidente Luis Arce parece dispuesto a buscar otro mandato, lo que intensifica la fricción en un panorama marcado por divisiones internas y problemas legales.
Morales y su nuevo rumbo
Evo Morales, quien dirigió Bolivia de 2006 a 2019, está finalizando los planes para romper definitivamente con el Movimiento al Socialismo (MAS). Considerado durante mucho tiempo como la figura central del partido, ahora amenaza la unidad de un grupo que ha dominado la política boliviana durante casi dos décadas.
Por un lado, Morales es un ícono carismático pero asediado por múltiples obstáculos legales. Por otro, el presidente Luis Arce ha fortalecido su control sobre el MAS oficial con la intención de asegurar otro mandato en las elecciones generales del 17 de agosto. La ruptura entre estos dos líderes, quienes antes trabajaron juntos, genera dudas sobre el rumbo que tomará el liderazgo de Bolivia y su plan de reformas.
Morales ha decidido postularse con el Frente para la Victoria (FPV), un partido que lo ha elegido como su único candidato. Además, planea presentar un nuevo grupo político en una reunión programada para el 31 de marzo, lo que lo aleja aún más del MAS.
Mientras tanto, Arce, el actual presidente, se apoya en la lealtad de los militantes del MAS, muchos de los cuales lo consideran la opción natural para la reelección en el período 2025-2030. A pesar de los desafíos significativos—particularmente una economía debilitada—Arce parece decidido a aprovechar su posición como mandatario en funciones, argumentando que retirarse equivaldría a admitir un fracaso en la gestión.
Evo Morales, de 63 años, fue el primer presidente indígena de Bolivia y sigue siendo una figura destacada para muchos ciudadanos. Sin embargo, su salida de la presidencia en 2019—desencadenada por lo que él llama un “golpe de Estado” y acusaciones de fraude electoral—dejó un legado complicado. Tras su regreso del exilio político, Morales intentó recuperar su papel como líder principal del MAS. Sin embargo, en noviembre, los órganos Judicial y Electoral de Bolivia reconocieron a Grover García, un aliado de Arce, como el nuevo jefe del partido, desplazando a Morales de una posición que había ocupado durante casi treinta años.
Esa derrota, sumada a los problemas legales de Morales, ha afectado sus ambiciones políticas. Se busca su arresto por su supuesta participación en un caso de tráfico humano agravado; permanece en la región de Cochabamba, donde cuenta con un fuerte respaldo de sindicatos locales. Algunos sostienen que Morales usa a sus seguidores para oponerse a las autoridades. Aunque el Tribunal Supremo Electoral ha dictaminado que la reelección presidencial solo puede ocurrir una vez (de forma continua o discontinua), Morales avanza con la idea de que su candidatura por el FPV podrá sortear cualquier barrera legal.
Esta situación complica aún más el panorama para la izquierda boliviana, históricamente unida bajo la bandera del MAS. El nuevo frente de Morales amenaza con atraer a seguidores que lo ven como un símbolo revolucionario. Oficialmente, el FPV lo ha confirmado como su candidato para las elecciones de 2025. Sin embargo, algunos miembros del partido advierten que, si su situación legal se agrava o si surgen disputas sobre el liderazgo, podrían optar por otro candidato. Por ahora, Morales sigue confiado en su legitimidad, acusando al gobierno central de orquestar medidas para restringir su movimiento e impedir su regreso político.
Arce y su apuesta por la reelección
Aunque en el pasado estuvo estrechamente vinculado a Morales como su ministro de Finanzas, el presidente Luis Arce ahora está en conflicto con su antiguo mentor. La brecha entre ellos comenzó a ensancharse a finales de 2021. Morales ha calificado a Arce como “el peor presidente que ha tenido Bolivia”, mientras que Arce lo considera su “mayor oposición”. Tal antagonismo dentro de la izquierda es inédito en un movimiento que solía enorgullecerse de su unidad.
Según analistas políticos, Arce no tiene muchas opciones más que buscar un nuevo mandato. Desde que asumió el gobierno a finales de 2020, se ha presentado como un líder estable en tiempos turbulentos. Sin embargo, este discurso se complica por los problemas económicos de Bolivia: escasez de dólares, crisis de combustibles e inflación del 9,97 % en 2024, la más alta desde 2008. Aun así, el partido en el poder sostiene que cualquier otro candidato significaría una derrota. Insisten en que Arce, a sus 61 años, puede consolidar las reformas que inició si se le concede otro mandato. En reuniones partidarias, la consigna frecuente es que Arce debe gobernar Bolivia hasta 2030, centrándose en estabilizar la economía y continuar con los programas sociales que inicialmente le otorgaron popularidad. No obstante, los escépticos argumentan que Arce debe abordar las acusaciones de nepotismo y su dependencia de una economía basada en exportaciones de materias primas si desea mantener su credibilidad.
El panorama político más amplio
A medida que Morales y Arce se distancian, otros grupos ven una oportunidad para aprovechar la división. Las fuerzas opositoras lideradas por el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga y el empresario Samuel Doria Medina han sugerido formar una coalición para sacar al MAS del poder, explotando las fracturas internas de la izquierda. La estrategia que plantean ofrecería a los votantes una tercera vía, alejada de lo que consideran tendencias autoritarias tanto de Arce como de Morales.
El trasfondo de estas maniobras es la elección nacional programada para el 17 de agosto, cuando los bolivianos elegirán a su próximo presidente. Con denuncias de fraude electoral en el pasado—especialmente en la polémica elección de 2019—la confianza en el proceso es frágil. Observadores e instituciones internacionales han pedido mayor transparencia, organismos electorales más equilibrados y regulaciones que minimicen las prácticas manipuladoras en las campañas.
Actualmente, el conflicto enfrenta a dos figuras principales que buscan definir el futuro de Bolivia. Morales aspira a un cuarto mandato basándose en su trayectoria y su capacidad de movilizar apoyo popular. Sin embargo, debe mantener suficiente orden y progreso para demostrar que merece otra oportunidad. Las elecciones de 2025 revelarán si estos enfrentamientos perjudican de forma permanente a la izquierda o si generan nuevas alianzas.
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El destino político de Bolivia depende de esta rivalidad. ¿Logrará Morales imponerse con un nuevo partido, desafiando los límites legales? ¿O usará Arce su posición actual para mantener el control del MAS? Con el aumento de precios y debates sobre democracia y formas de gobierno, el escenario político boliviano sigue tenso, listo para un desafío que podría alterar el curso del país durante mucho tiempo. El resultado de estos enfrentamientos no solo decidirá quién gobernará el próximo período, sino también cómo Bolivia manejará su identidad en un panorama lleno de tanto promesas como tensiones.