ANÁLISIS

La captura de los narcotraficantes latinoamericanos no acaba con el poder de los carteles

La detención de Ismael ‘El Mayo’ Zambada es una victoria notable en la lucha contra el Cartel de Sinaloa. Sin embargo, la historia muestra que acabar con el líder de un cártel no es el fin del problema. Más bien, a menudo conduce a una mayor fragmentación y violencia.

La reciente captura de Ismael ‘El Mayo’ Zambada en Texas marca otro arresto de alto perfil en la batalla en curso de Estados Unidos contra el Cartel de Sinaloa. Zambada, el cofundador del cartel, había eludido a las autoridades durante décadas a pesar de una recompensa de 15 millones de dólares por su cabeza. Su arresto, junto con el de Joaquín Guzmán López, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán, ha sido aclamado como una victoria significativa por el Departamento de Justicia de Estados Unidos.

Si bien la detención de estas figuras notorias es de hecho un logro notable, es crucial reconocer que el arresto de un líder de un cartel no equivale a la disolución de la organización criminal que alguna vez encabezaron. La historia de los cárteles de la droga, particularmente en América Latina, demuestra que la destitución de un líder a menudo conduce a luchas internas de poder e incluso puede resultar en que el cartel se vuelva más violento y fragmentado.

La resistencia de los cárteles ante la eliminación de sus líderes

La resistencia del Cartel de Sinaloa es emblemática del fenómeno más amplio llamado “efecto Hidra”: cuando se corta una cabeza, en su lugar crecen varias otras. Esto se ha observado repetidamente con el Cartel de Sinaloa. La captura de Joaquín “El Chapo” Guzmán en 2016 no desmanteló la organización. Más bien, generó un vacío de poder y una feroz competencia entre facciones que competían por el control.

El arresto de El Chapo fue seguido de violentas luchas internas dentro del cartel. Varios líderes, incluidos sus hijos y otras figuras destacadas, intentaron afirmar su dominio. Esta lucha aumentó la violencia, no sólo dentro del cartel sino también afectando a las poblaciones civiles en las regiones donde opera el cartel. En Sinaloa, por ejemplo, la tasa de homicidios aumentó a medida que chocaron facciones rivales.

El reciente arresto de Zambada puede desencadenar una respuesta similar. Si bien era una figura crucial en el cartel, su captura no significa el fin de la organización. Las extensas redes del Cartel de Sinaloa y sus conexiones profundamente arraigadas en México y Estados Unidos significan que es probable que continúe operando, aunque bajo un nuevo liderazgo. La capacidad operativa y el poder financiero de estos cárteles no dependen únicamente de sus líderes, sino que están integrados en sus sofisticadas estructuras y alianzas.

Lecciones de la caída de otros cárteles

El caso del Cartel de Guadalajara en la década de 1980 sienta un precedente histórico. La captura de su líder, Miguel Ángel Félix Gallardo, conocido como “El Padrino”, provocó la fragmentación del cartel en grupos más pequeños y violentos, incluido el propio Cartel de Sinaloa. La caída de Gallardo fue vista inicialmente como un triunfo para las fuerzas del orden, pero sin darse cuenta provocó la proliferación de varios cárteles poderosos que llenaron el vacío.

De manera similar, la desaparición del Cartel de Cali en Colombia tras el arresto de sus líderes, los hermanos Rodríguez Orejuela, no puso fin al tráfico de cocaína. En cambio, allanó el camino para el surgimiento del Cartel del Norte del Valle y otros grupos más pequeños que continuaron con el lucrativo comercio. Esta descentralización del poder a menudo hace que la aplicación de la ley sea más desafiante, ya que crea múltiples objetivos en lugar de una organización única y centralizada.

En América Latina, los cárteles a menudo se incrustan en el tejido socioeconómico de las regiones que controlan. Proporcionan empleo, aunque sea ilegal, y ejercen influencia sobre la política local y la aplicación de la ley. Este atrincheramiento significa que incluso con el arresto de miembros de alto rango, los problemas subyacentes que permiten que estos cárteles prosperen siguen sin abordarse. La pobreza, la corrupción y la falta de educación crean un entorno donde los cárteles pueden regenerarse y continuar sus operaciones.

La crisis del fentanilo y el futuro del cartel de Sinaloa

La participación del Cartel de Sinaloa en la crisis del fentanilo ejemplifica la amenaza actual que representan estas organizaciones. El fentanilo, un potente opioide sintético, ha provocado un aumento espectacular de muertes por sobredosis en todo Estados Unidos. Las sofisticadas redes de distribución del cartel aseguran que esta droga mortal continúe fluyendo a través de las fronteras, contribuyendo a la crisis de salud pública.

A pesar del arresto de líderes como Zambada, es probable que persista la producción y distribución de fentanilo. La naturaleza descentralizada del cártel le permite adaptarse rápidamente, y surgen nuevos líderes para continuar con las operaciones. La alta demanda de narcóticos en Estados Unidos proporciona un incentivo constante para que el cartel mantenga sus actividades.

Abordar esta cuestión requiere un enfoque multifacético. Los esfuerzos de aplicación de la ley deben complementarse con estrategias dirigidas a las condiciones socioeconómicas que fomentan el crecimiento de los cárteles. Fortalecer las instituciones en América Latina para combatir la corrupción y brindar oportunidades económicas puede reducir el número de reclutas para estas organizaciones criminales. En Estados Unidos, abordar la crisis de opioides implica no sólo hacer cumplir la ley sino también iniciativas de salud pública destinadas a reducir la demanda a través de programas de educación, tratamiento y prevención.

La necesidad de una estrategia integral

La detención de Ismael ‘El Mayo’ Zambada es un paso significativo, pero no es una solución. La persistencia de cárteles de la droga como el de Sinaloa pone de relieve la necesidad de una estrategia más integral que vaya más allá de atacar a líderes individuales. Como ha demostrado la historia, los cárteles son adaptables y resilientes, capaces de regenerarse y continuar sus operaciones a pesar de la decapitación de sus líderes.

Para desmantelar verdaderamente estas influyentes organizaciones, los esfuerzos deben debilitar sus bases estructurales y abordar las cuestiones socioeconómicas más amplias que las sustentan. Esto incluye mejorar la cooperación transfronteriza, mejorar las capacidades de aplicación de la ley e invertir en desarrollo comunitario para proporcionar alternativas viables a la economía ilícita.

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En última instancia, la batalla contra los cárteles de la droga no se trata sólo de capturar a sus líderes; se trata de crear un mundo donde estas organizaciones ya no tengan el poder de aterrorizar a las comunidades y sacar provecho del sufrimiento humano. Las recientes detenciones son un recordatorio de la lucha actual y de la necesidad de un enfoque sostenido y multidimensional para lograr un cambio duradero.

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