ANÁLISIS

La crisis oculta de electricidad en América Latina revela una desigualdad flagrante

A pesar de los titulares que afirman la cobertura casi universal de electricidad, millones de personas en América Latina siguen sin ser contadas por las mediciones oficiales y sufren de un servicio inadecuado. Este artículo examina cómo los indicadores convencionales de acceso a la electricidad no reflejan las duras realidades de las comunidades regionales.

Comprendiendo la raíz del acceso a la electricidad

El contraste entre la vida urbana y rural sigue siendo claro en América Latina, una región con algunos de los niveles más altos de desigualdad en todos los países. Los recursos o la riqueza permanecen concentrados en las ciudades, junto con la infraestructura principal. Las comunidades rurales a menudo carecen de servicios esenciales o de desarrollo. Sin embargo, las organizaciones internacionales elogian las altas tasas de acceso a la electricidad en América, con cifras que superan el 95 o 98 por ciento de la población. No obstante, los críticos argumentan que estas cifras optimistas ignoran lo que ocurre en rincones aislados, donde el parpadeo de una sola bombilla de bajo vataje o la corriente intermitente podrían registrarse técnicamente como “acceso”, pero ofrecen mejoras insignificantes en la calidad de vida.

Los ministerios y agencias gubernamentales de muchos países latinoamericanos dependen de un indicador principal para el acceso a la electricidad. Típicamente, esta métrica adopta un enfoque binario: o tienes electricidad o no la tienes. Una vez que un hogar es declarado conectado, los datos agrupan a esa familia con todas las demás que presumiblemente disfrutan de un suministro estable de energía. Sin embargo, tal categorización amplia omite matices cruciales. Si una sola línea aérea llega a una vivienda, pero la corriente es demasiado inestable para alimentar un refrigerador confiable, ¿podemos realmente afirmar que la familia tiene servicio? Si los cortes frecuentes hacen que una comunidad dependa de velas la mitad de la semana, ¿es justo marcarla como completamente electrificada?

Los investigadores alertan que estas medidas simplistas socavan el progreso genuino. Destacan una población casi invisible: personas que técnicamente cuentan como electrificadas, pero sufren electricidad de calidad subestándar, a veces apenas utilizable. Estas poblaciones permanecen opacadas porque los informes oficiales rara vez miden cuán consistentemente o con qué potencia fluye la electricidad. A los ojos de los responsables políticos, la región parece haber alcanzado casi el servicio universal, lo que provoca la despriorización de fondos o iniciativas para mejoras robustas. Los escépticos afirman que, a menos que las nuevas definiciones incluyan la confiabilidad y la adecuación, todo un distrito sigue atrapado en lo que puede llamarse una “trampa de acceso a la electricidad”.

En los círculos académicos, los expertos buscan mejores formas de recopilar datos. Proponen un conjunto de mediciones más completo, que incluye la estabilidad del voltaje, las horas de servicio diarias y el uso de electrodomésticos esenciales o los costos en los hogares. Otros destacan que la transición energética—centrada en la solar, eólica u otras fuentes renovables—debería ampliar el número bruto de conexiones y abordar si los habitantes rurales pueden sostener mejoras en su calidad de vida. Esto significa evaluar si el sistema instalado cubre necesidades clave: iluminación, refrigeración, comunicación y, en contextos modernos, tal vez incluso usos industriales moderados para los negocios locales.

El indicador binario imperfecto y sus consecuencias

Los expertos en políticas a menudo tratan el indicador de electricidad como una medida rápida y universal. Pero este descansa fundamentalmente en una lógica binaria: un hogar se clasifica como “servido” si obtiene nominalmente electricidad de alguna fuente. Esa lógica simplifica los presupuestos, permitiendo que los gobiernos promocionen altos porcentajes de cobertura, una estadística que les otorga elogios globales o cumple con ciertos objetivos de desarrollo. Sin embargo, las comunidades pueden quedar atrapadas con un servicio de baja calidad y propensas a cortes recurrentes o a un suministro insuficiente de energía.

En el afán por proclamar el éxito, este indicador fomenta la complacencia. Las autoridades centrales ven un 98 o 99 por ciento de cobertura, asumen que el trabajo está hecho y asignan menos recursos a las áreas remotas. Mientras tanto, las familias que nominalmente tienen “acceso” pueden tener bombillas titilantes, carecer de capacidad real para refrigeración y no tener una fuente consistente de energía para maquinaria más pesada. Eso puede frenar los esfuerzos para conservar alimentos, operar clínicas de salud o mantener las comunicaciones. La educación de los niños se ve afectada si la iluminación es demasiado débil para leer de noche. Los emprendedores a pequeña escala—quizás pescadores, tejedores o agricultores—no pueden ampliar sus negocios si no tienen acceso a electricidad estable.

Este marco binario también oculta la cuestión del costo. Proveedores privados o cooperativas locales ofrecen conexiones en muchos lugares, pero a precios elevados. Los hogares deben limitar el uso o pagar una parte desproporcionada de sus ingresos por un suministro poco confiable. Sin embargo, bajo la medición estándar, esas familias siguen contando como electrificadas. Pero, en términos reales, ¿qué tan beneficioso es un suministro que apenas pueden costear?

Los críticos subrayan que, en una era de transición energética, seguir dependiendo de esta medida anticuada da lugar a un progreso desigual. Las energías renovables pueden alcanzar aldeas más remotas, pero si nadie mide si el sistema satisface consistentemente las demandas locales, el impulso para expansiones estables disminuye. Cuando grandes sectores del país siguen mal caracterizados como “totalmente electrificados”, el impulso para fortalecer las líneas de distribución o invertir en microredes avanzadas se reduce. Los líderes gubernamentales podrían darse palmaditas en la espalda por una cobertura casi universal, ignorando los desafíos diarios de los servicios subestándar.

Contabilizando a los hogares invisibles

Uno de los problemas más complicados al tratar de reducir la brecha entre los datos oficiales y la realidad vivida es la dificultad de medir a la población que soporta un servicio de electricidad escaso. Los estadísticos gubernamentales normalmente registran si un hogar está “conectado”. Una vez que se instala una línea, la clasificación nunca se revierte, incluso si el suministro es mínimo. En zonas remotas, algunas familias dependen de pequeños paneles solares o generadores diésel obsoletos que dificultan el uso de dispositivos o la refrigeración. Otras descubren que las líneas instaladas hace décadas ya no son suficientes para las demandas energéticas modernas.

Además, estas familias rara vez aparecen en encuestas formales de energía, opacadas por análisis a nivel macro o datos que las agrupan con los clientes completamente conectados. Este desajuste fomenta ilusiones: la cobertura nacional parece casi completa, sin dejar incentivos para extenderla o mejorarla. Mientras tanto, las autoridades locales incluso pueden ser reacias a informar sobre un servicio deficiente, temiendo que divulgarlo pueda afectar la asignación de presupuestos o reflejar negativamente el liderazgo específico.

Un desafío relacionado es recopilar datos precisos en asentamientos dispersos. Los equipos de encuestadores enfrentan dificultades logísticas: caminos difíciles, clima impredecible y limitaciones de tiempo o financiamiento dificultan las visitas. Los enumeradores a menudo omiten enclaves más pequeños o dependen de funcionarios locales con conocimiento limitado. Es inevitable que haya subregistro. Por frustración o desconfianza, algunas familias podrían no expresar completamente lo deficiente que es su servicio. Otras pueden temer que al revelar los cortes diarios, no se les brinde una solución real. Todos estos factores dificultan una representación completa, borrando efectivamente a los “invisibles” de los conteos oficiales.

Las ONG y los investigadores académicos ocasionalmente intentan realizar estudios más profundos sobre el terreno. Miden con qué frecuencia los hogares pueden encender luces de noche, almacenar productos perecederos u operar herramientas. Estas investigaciones a nivel micro generalmente muestran un abismo vasto entre “técnicamente conectados” y “funcionalmente alimentados”. Sin embargo, estos hallazgos rara vez se integran a las bases de datos oficiales del gobierno, que siguen ancladas al enfoque más sencillo de sí/no. La consecuencia es que las líneas de responsabilidad se rompen, dejando a las comunidades locales en un limbo indefinido.

Pavimentando el camino hacia un futuro energético justo

Para corregir estos puntos ciegos en todo el sistema eléctrico, los expertos sugieren un cambio completo en la forma en que la región mide el acceso a la electricidad. No existe una solución única perfecta, pero varios métodos se centran en un sistema “multinivel”. En lugar de marcar una casa como conectada o no, a cada hogar se le asigna un nivel según la estabilidad del flujo de electricidad, la cantidad total de vatios disponibles o las horas con suficiente voltaje cada día. Países como India han experimentado con la clasificación multinivel para evaluar cómo las aldeas rurales utilizan la energía. ¿Pueden los países de América Latina adoptar estos métodos?

Un primer paso clave requiere un camino confiable para la recolección de datos. Esto incluye inspecciones estatales o equipos de expertos que visiten áreas distantes. Los datos de luz nocturna provenientes de satélites ayudan a detectar patrones de consumo de energía, mostrando qué aldeas permanecen oscuras durante largos períodos. Otra opción es el crowdsourcing: equipar a los residentes con medidores simples o aplicaciones móviles para registrar cortes de energía o las horas diarias de suministro. Esos datos más detallados podrían ser más costosos inicialmente, pero generarían intervenciones más efectivas.

Simultáneamente, los responsables de políticas pueden integrar mejor las voces locales. En lugar de hacer proclamaciones de arriba hacia abajo afirmando que una región está completamente electrificada, los gobiernos podrían asociarse con líderes municipales o comunitarios para verificar las condiciones reales. Una plataforma compartida—donde los datos oficiales puedan ser contrastados con encuestas de base—agilizaría las correcciones a las tasas de cobertura infladas. Después de todo, los participantes locales son los más afectados si las afirmaciones erróneas de cobertura los descalifican para futuras mejoras.

A largo plazo, una agenda energética más justa implica reconocer que “electricidad suficiente y estable” es tan fundamental como una conexión a la red. Supongamos que las microredes o los kits solares representan la mejor solución a corto plazo para sitios distantes. En ese caso, las autoridades deben asegurarse de que proporcionen suficiente capacidad de carga para usos esenciales, desde hervir agua hasta alimentar conexiones a internet. Un buen indicador es hacer un seguimiento del número de hogares con suficiente energía para refrigeradores que almacenen medicinas o para operar ventiladores por la noche. Esta medición permite que la región se concentre en solucionar las brechas en el servicio en lugar de perseguir objetivos poco realistas de cobertura.

La urgencia aumenta a medida que los problemas climáticos se vuelven más extensos. Los objetivos de carbono de la región enfrentan obstáculos cuando las comunidades sin energía confiable deben usar generadores contaminantes como respaldo. En cambio, las expansiones bien diseñadas—que incorporen solar o pequeñas hidroeléctricas, por ejemplo—podrían mejorar drásticamente los estilos de vida mientras se alinean con los objetivos climáticos. Sin embargo, se requiere voluntad política para reexaminar el indicador de electrificación anticuado y las ilusiones que fomenta.

Para lograr estos objetivos, los gobiernos deben dejar de lado la complacencia acerca de la cobertura casi universal. Deben enfrentar la realidad de que millones siguen sin una electrificación adecuada. Adoptar un sistema multinivel, o algún enfoque paralelo, asegura que los datos oficiales destaquen con precisión dónde están las mayores deficiencias. Esos datos ayudarían a los donantes y a los estados a asignar recursos de manera más efectiva. Mientras tanto, la tecnología—como los medidores avanzados o los sensores de uso—podría perfeccionar los esfuerzos, garantizando que la capacidad recién instalada coincida con los patrones de consumo local.

Sobre todo, un buen sistema de justicia energética necesita humildad acerca de las afirmaciones de éxito en esta región. Los informes que elogian la “casi cobertura total” no muestran cómo las familias enfrentan cortes de energía constantes, líneas eléctricas inseguras o las limitaciones en el uso de electrodomésticos básicos. El primer paso para corregir esta brecha comienza con una mirada honesta a estos problemas. Este enfoque ayuda a construir un acceso real a la energía en lugar de solo números en el papel.

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Si América Latina puede abanderar este enfoque, podría convertirse en un modelo global para una política energética inclusiva y precisa. Los indicadores actualizados podrían revelar la escala real de los hogares con energía insuficiente, lo que impulsaría estrategias dirigidas con alivio directo. Mientras tanto, una mayor colaboración entre comunidades, ONG y agencias gubernamentales puede canalizar fondos públicos o subvenciones externas hacia expansiones cuidadosamente monitoreadas. Al rechazar las ilusiones complacientes y centrarse en un progreso significativo, los países latinoamericanos podrían finalmente permitir que esos millones invisibles vean los beneficios reales del acceso total a la electricidad.

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